Julieta Cardona
08/04/2018 - 9:57 am
Hagamos de este un mundo hermoso
Yo querré que trepe árboles, corra, se tropiece en la arena, rompa en llanto, se levante y siga persiguiendo las olas. Que cuente las hormigas. Querré que viva tremenda montaña de cosas inapropiadas: que orine a media selva; que sobreviva a algún diluvio, sequía o desamor; que cruce desiertos, muchos; que el aire el sol la luna el polvo el viento el mar los ríos los colores y el agua limpia sean sus aliados.
Pasará que mi hijo crece y en el camino me pregunta un trillón de cosas: cuál es ese árbol, cómo sabes cuando algo no es, qué estás haciendo, qué se siente esto, cómo se come tal, cómo llego acá, dónde está, por qué duele. Yo le contestaré, más de la cuenta, que no sé. Y en una de esas se le va el aliento como se me fue a mí cuando mi padre me dijo eso mismo y sin un atisbo de miedo: no sé.
Yo querré que trepe árboles, corra, se tropiece en la arena, rompa en llanto, se levante y siga persiguiendo las olas. Que cuente las hormigas. Querré que viva tremenda montaña de cosas inapropiadas: que orine a media selva; que sobreviva a algún diluvio, sequía o desamor; que cruce desiertos, muchos; que el aire el sol la luna el polvo el viento el mar los ríos los colores y el agua limpia sean sus aliados.
Que aunque cante mal, cante; que aunque baile mal, baile; que viva. Y que viva de la tierra. Querré, –como es una, ¿verdad?– que viva algo de lo que yo; que se trepe a las gotas de lluvia, se reviente en ellas contra el suelo y se disuelva en lo que queda después de saber que tiempo es lo único que existe; que use el amor para llegar a cualquier lugar. Querré que se expanda.
Aventaré plegarias a diestra y siniestra para que el universo le sostenga la espalda, para que se reconozca el cuerpo, las entrañas, los celos. Para que le falte lo que yo tuve de sobra: espinas. Para que esté hecho de carne, fuego, sangre, rayas de tigre, luz, calcio, estrellas, verdad y agua limpia. Para que use todo lo que le sea dado y su espíritu sepa bien por dónde.
Querré que vuelva a mí cuando yo, ya arrugada y disuelta en el tiempo, le abrace las manos mientras él me cuenta los desazones de sus periplos, y yo le diga: así era, niño, así era. Pero bueno, todo esto me vino porque hoy pensé que, si algún día tengo un hijo, le diré todos los días al despertar: hagamos de este un mundo hermoso.
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