Sandra Lorenzano
08/03/2020 - 12:02 am
Penélope y el #8M
“Sal de Ítaca, Penélope. El mar también es tuyo”. Esta frase de la escritora española Carmen Losa cumplió con aquella máxima de “la poesía es de quien la usa”.
1.
“Sal de Ítaca, Penélope. El mar también es tuyo”. Esta frase de la escritora española Carmen Losa cumplió con aquella máxima de “la poesía es de quien la usa”, y apareció en diversos carteles en las manifestaciones del 8 de marzo del 2019 en Madrid y Buenos Aires. Penélope ya no puede ser esa mujer que simplemente espera el retorno de su amado Ulises, tejiendo de día y destejiendo de noche para librarse del acoso de los pretendientes. Penélope hoy sabe que hay un mundo más allá de Ítaca y su deseo es lanzarse, también ella, a navegar. “Navegar es preciso; vivir no es preciso”, escribió el gran Fernando Pessoa. “Navegar” es para Penélope el deseo de vivir su libertad.
El feminismo ha planteado una revisión de los mitos clásicos, tanto en profundos estudios históricos como los de la francesa Nicole Loreaux, entre otros, como en obras literarias que los retoman desde una perspectiva actual. En este sentido es preciso reconocer el papel determinante de Christa Wolf con sus textos Casandra y Medea.
Pienso en la figura de Antígona transformada en un símbolo de la lucha por los desaparecidos latinoamericanos, en los que la “ley de la sangre” desafía a la “ley del Estado”. “Era mi hermano y para mí eso basta”, le dice la heroína de Sófocles al rey Creonte al proteger el cadáver de Polinices, desobedeciendo las órdenes del soberano. No por nada el documental sobre el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense se llama “Tras los pasos de Antígona”. Y allí están Antígona furiosa de Griselda Gambaro, o Una mujer llamada Antígona de Yamila Grandi, vinculadas a la dictadura argentina, o Antígona González de Sara Uribe para hablar de los desaparecidos de México, o la obra de la juarense Perla de la Rosa, Antígona voces que incendian el desierto, o lo escrito por la italiana Ilaria Drago que en su obra Migrazioni. Antigone non muore habla de los migrantes que llegan a las costas europeas por ese mismo mar “color de vino” por el que navegó Ulises.
Vuelvo a Penélope, abandonada durante veinte años por el rey de Ítaca, símbolo durante siglos de la fidelidad y la abnegación, silenciada hasta por su propio hijo, Telémaco, porque como mujer “no tenía derecho a hablar en público”. Penélope, sin más vida que la espera fiel, incluso en la canción de Joan Manuel Serrat, se ha transformado gracias a la pluma de las autoras contemporáneas en un emblema de libertad.
Recuerdo en este sentido uno de los poemas de amor y deseo más bellos que se han escrito en México: “Sed de mar” de Esther Seligson. El 8 de febrero se cumplieron diez años de su muerte y al releer algunas de sus obras, me conmoví una vez más con esa Penélope que decide no esperar al regreso del amado. La prosa poética dolida que Telémaco presenta al inicio como fragmentos del diario de su madre, “que, a su vez, conservó Euriclea, la fiel nodriza, misma que transcribió y anotó –quizá para referírselo a mi madre– el pasmo de Ulises a su regreso a Ítaca y encontrarse abandonado por aquella que le aguardó durante veinte años”.[1] A esta presentación, muy breve, sigue el monólogo de Penélope. ¿Quién es esta mujer que habla desde el dolor del abandono y desde ahí mismo encuentra su fuerza? El reclamo amoroso, cargado de un erotismo poético que abreva en la tradición erótica antigua y contemporánea –como sólo la pasión de Esther por otros mundos y otras culturas podía lograr–, es el canto de una mujer desgarrada, pero entera y dueña de su propio destino.
“Si de nuevo te llegaras a mí, no me entregues tu abandono, bríndame tu cercanía dispuesta, templada en el deseo de poseer el tiempo del encuentro en cada uno de sus instantes por entero en plenitud, no sumerjas nuestros cuerpos en el sueño si es tan breve el abrazo que nos retiene en un lecho momentáneo. Ábreme el horizonte, embárcame contigo, átame con finas hilas de ternura y tómame agua viva, fruto, fuego, y tiéndeme los brazos para que me llegue a ti, amanecer de primavera.” (Sed de mar, Fragmento III)
Desde otra perspectiva, también la protagonista de Margaret Atwood en la novela Penélope y las doce criadas, revierte el relato homérico. La canadiense lo hace desde una narración a la vez profunda e irónica, en la que cuestiona los lugares comunes en torno a las figuras femeninas en la literatura universal y en la sociedad contemporánea. Su Penélope habla desde “el más allá” donde tiene no sólo el recuerdo de su vida en la antigua Grecia, sino también el conocimiento del mundo actual.
Las doce criadas del título que fueron adoptadas de niñas por Penélope para que fueran compañeras de juegos de Telémaco, se convierten en sus cómplices en el ardid del tejido, y funcionan en la novela como el coro de la tragedia griega.
“El sueño es nuestro único solaz;
sólo dormidas hallamos la paz:
los suelos no tenemos que fregar,
ni nos obligan la mugre a rascar.
(…)
Cuando dormimos nos gusta soñar:
soñamos que vamos por el mar,
surcando las olas en naves doradas
y que somos libres, felices y horadas.
(…)
Pero llega la mañana y nos despierta:
hemos de volver a trabajar,
levantarnos la falda, abrir las piernas,
y dejarlos hacer sin rechistar.”[2]
Cuando Ulises regresa a Ítaca, no sólo mata a los pretendientes sino que hace ahorcar a las doce muchachas, crimen sin justificación ninguna del cual se lamenta infinitamente la reina.
Esta mirada feminista sobre Penélope que deconstruye la interpretación canónica de la Odisea, ha llegado incluso a las polémicas sobre las traducciones. En 2017 se publicó la primera traducción al inglés hecha por una mujer: Emily Wilson. Las críticas a su trabajo no se hicieron esperar. Su versión no convenció a gran parte del establishment literario. El argumento de ella es que no ha traicionado el original sino que ha traducido elementos que las versiones anteriores prefirieron silenciar, fundamentalmente aquellos que tienen que ver con las mujeres protagonistas y con el dolor de Penélope.[3]
2.
Permítanme detenerme en el propio ejercicio “penelopiano” de tejer (o coser, o bordar) como recuperación de sabiduría femenina ancestral, sororidad y empoderamiento. Desde el sudario tejido por la griega hasta los huipiles de las mujeres indígenas -en los cuales suele aparecer un elemento propio, íntimo, como marca personal-, las labores femeninas han sido también espacio de resistencia.
Es esa característica, vinculada a la denuncia de la violencia de género y a la lucha por los derechos humanos, la que aparece en ciertos proyectos artísticos de mujeres sobre los que quisiera hablar.
El primero se llama “A flor de piel” y es obra de la colombiana Doris Salcedo, una de las artistas más potentes e interesantes sobre temas de derechos humanos. Se trata de una gran manta hecha con pétalos de rosa cosidos por ella y su equipo con la sutileza de un trabajo de filigrana. El color de esta ofrenda a las mujeres asesinadas y desaparecidas, recuerda al de la sangre seca, y su fragilidad a la vida misma.[4]
“Lo que el arte puede –explica la artista- es crear esa relación afectiva que transmita la experiencia de la víctima. Es como si la vida destrozada de la víctima, que se truncó en el momento del asesinato, en alguna medida pudiera continuar en la experiencia del espectador”.[5]
Desde otro lugar, esta misma recuperación de las llamadas “labores domésticos” como lugares de denuncia y empoderamiento es la que podemos ver, por ejemplo, en las llamadas “arpilleras” chilenas. De ellas dijo Violeta Parra que eran como “canciones que se bordaban”. Las historias tejidas allí se oponían durante la dictadura de Pinochet al silencio impuesto por el terror y la muerte. Un testimonio vivo que tejió no sólo imágenes sino vínculos inquebrantables entre mujeres. Así ellas, históricamente relegadas y silenciadas “hicieron emerger con sus manos y cuerpos, con cada puntada tejida una narrativa que transformó el desecho en arte, lo marginal en habla y la ausencia en presencia del no olvido”, como escribe Rafaella Ruilova.
Algo similar sucede con nuestros “bordados por la paz”. Nacidos en 2011 alrededor del colectivo “Fuentes Rojas” que acompañó al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, comenzaron a extenderse como señal de denuncia y a la vez de memoria. En las plazas, en las calles, comenzaron a reunirse grupos de personas que bordaban sobre pañuelos blancos los nombres de los desaparecidos y asesinados.
Como lo escribe Francesca Gargallo en su libro Bordados de paz, memoria y justicia. Acciones de disenso ante la violencia: “En un país donde la frase que se escucha con más frecuencia es ‘ya no se puede salir de casa’, bordar en un espacio público es revolucionario. Como la aguja que entra en la tela, la persona que se presenta a bordar penetra en el tejido social. Se mete a la calle como punzón enhebrado de voluntad en todo el colectivo humano. Bordar se vuelve entonces un arma moral.”[6]
En Guadalajara, la colectiva HILOS llevó a cabo la acción “Sangre de mi sangre”, que consistió en tejer cientos de metros de una red roja, con participación de decenas de mujeres y hombres familiares de víctimas de feminicidios y desaparecidos. Cubrieron con ella el monumento a la Patria el 7 de marzo. Y el día 8 marcharán llevando en sus manos esa inmensa marea sangrienta.
Como Penélope en su tejido, las manos de las mujeres bordan hoy el camino hacia la paz, la justicia, la memoria y su propia libertad.
“Sal de Ítaca, Penélope. El mar también es tuyo”. Un mar femenino y feminista, diverso e incluyente, nos espera hoy, teñido de verde y morado, en las calles del mundo.
Allá vamos.
[1] Esther Seligson, “Sed de mar” en
[2] Margaret Atwood, Penélope y las doce criadas, Traducción del inglés de Gemma Rovira Ortega, Barcelona, Penguin Random House / Salamadra, 2020 (edición en formato digital)
[3] en https://www.playgroundmag.net/lit/-Que-pasa-cuando-a-Ulises-y-Penelope-los-narra-una-mujer-_27689062.html
[4] Imágenes de la obra pueden verse en la página web del Museo de Memoria de Colombia
http://museodememoria.gov.co/arte-y-cultura/a-flor-de-piel/
[5] Citado en Marina Valcárcel, “Doris Salcedo: el arte como cicatriz”
[6] Francesca Gargallo Celentani, Bordados de paz, memoria y justicia. Acciones de disenso ante la violencia, Guadalajara, Grafisma, 2014. Disponible en https://archive.org/details/BordadosDePaz/page/n49/mode/2up
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