María Rivera
07/12/2023 - 12:01 am
¡Asesinos!
“El salvaje ataque en el sur de Gaza llevado a cabo estos días no deja lugar a dudas, querido lector”.
Poco les duró el respiro, querido lector, a los habitantes de Gaza. Israel reanudó hace unos días su guerra genocida contra la población palestina. No solo la reanudó, escaló el nivel de la agresión al grado de haberse convertido en una masacre dantesca. Niños, mujeres, civiles están siendo masacrados de manera masiva. Ante tal horror ya no hay palabras para describir lo que ocurre, o al menos yo ya no las tengo.
Si los periodistas palestinos (y habitantes de Gaza) no estuvieran documentando en tiempo real la masacre, sería difícil de creer. Escenas que son grabadas y subidas a las redes sociales casi de manera inmediata, donde se documenta el horror sin filtros. Matanzas brutales, cuerpos calcinados, miembros esparcidos por las calles, cuerpos cercenados de niños asesinados sin piedad. Periodistas siendo blancos militares, las personas durmiendo en las calles, sin saber a dónde ir. Niños que juegan en una sala mientras, de pronto, caen bombas que sacuden su casa. El horror desatado no tiene precedentes, el nivel de destrucción sobre la Franja es terrorífico. Nada, Israel no quiere que nada quede en pie, ni que nadie sobreviva. Todos los edificios públicos han sido bombardeados, el asiento del poder judicial, el legislativo, la universidad. Es evidente que Israel busca borrar de la tierra a Gaza, destruirla por completo de tal modo que sea inhabitable para los sobrevivientes, si es que los hay cuando su locura criminal termine. A nadie debe quedarle duda de lo que está haciendo: una cruel y brutal limpieza étnica, para apropiarse de sus tierras. Una Nakba renovada y violentísima, una especie de solución final para los palestinos que, hay que decirlo, han vivido en esas tierras desde siempre y que fueron expulsados con la creación del estado de Israel.
El salvaje ataque en el sur de Gaza llevado a cabo estos días no deja lugar a dudas, querido lector. El lugar a donde los israelís obligaron a desplazarse a la población, tras decirles que era una “zona segura”, está siendo barrida por los bombardeos: casas, complejos residenciales, escuelas de la ONU, panaderías, están arrasando con todo y con todos los desplazados. La perversidad es total: primero arrasaron el norte, acorralaron a los habitantes en el sur, para masacrarlos sin piedad. Obviamente, no puede ser un error. Como no han sido errores las mentiras que usaron para dejar sin tratamiento médico a los miles de enfermos y heridos cuando obligaron a evacuar hospitales. No, no había ningún cuartel militar de Hamas, debajo de Al-Shifa. Tampoco en los hospitales pediátricos u oncológicos. No lo había en el hospital que obligaron a desalojar, dejando a bebés prematuros en sus camas y a los que abandonaron y dejaron morir, allí solos, por semanas. Sí, querido lector, en la tregua los encontraron sus familiares, en estado de descomposición, tras irlos a buscar. El horror sin palabras. El horror inhumano. El horror impune y maligno.
Los soldados israelís que incursionan en la Franja entran a las casas, y toman lo que queda en ellas, se graban haciéndolo. Como si fueran nazis, colectan sus tesoros robados ¡y los presumen! Un tapete para rezar, una bicicleta, una cadena de oro de una novia, ropa interior de alguna mujer palestina que exhiben en videos para llamarlas “putas”. Muchos de los dueños de las pertenencias fueron brutalmente asesinados por ellos. Macabro, brutal, cínico, enfermizo. Los asesinos psicópatas son iguales en todas las guerras de exterminio.
Estamos, querido lector, frente a una atrocidad que está siendo grabada y publicada en tiempo real. A diferencia de las guerras anteriores, en esta las propias víctimas están documentando lo que les ocurre. Nadie puede ya controlar la información, ni ocultarla frente a los ojos del mundo. Nadie que esté informado, puede tener duda del genocidio. Ni la propaganda de Israel, grosera y mendaz, ha logrado ocultar el mar de sangre en que están ahogándose, abandonados por el mundo entero, hombres, mujeres y niños palestinos. Israel tampoco ha logrado asesinar a todos los periodistas palestinos, aunque los ha asesinado sistemáticamente estas semanas.
Muy a pesar de los asesinos desalmados, cualquiera que tenga una cuenta en redes sociales puede conocer, de primera mano, lo que los palestinos están reportando. Mujeres que cuentan la desolación de no tener medicamentos, ni techo bajo el cual guarecerse; maestros de escuela que cuentan que perdieron a sus alumnos bajo los escombros; periodistas que cuentan que no tienen que comer; llamados desesperados de ayuda para rescatar los cuerpos de sus seres queridos enterrados sin que nadie los auxilie, porque no les alcanzan las manos a los palestinos, ni tienen maquinaria para salvar a los miles que permanecen atrapados bajo los escombros. Una niña de trece años gritando desde las ruinas de la que fuera su casa, bombardeada. Atrapada en los escombros junto con su familia completa: su madre, su padre, sus abuelos, sus hermanos pide que primero los rescaten a ellos.
Huérfanos que se encuentran en hospitales que ya no funcionan como hospitales: heridos y enfermos tirados en los pisos, sin la atención requerida. Personas amputadas o quemadas que no tienen medicamentos para el dolor yacen en los corredores, entre mantas. Muchos solo esperan la muerte como si el resto del mundo no existiera. Están solos, en su catástrofe insondable, mientras los demás solo podemos verla, sin hacer nada.
Israel está obligando a la humanidad entera a ser cómplices de su matanza, aun sin quererlo. Y es que ¿qué podemos hacer nosotros, querido lector? ¿qué podemos hacer los que somos simples ciudadanos de otros países y no tenemos poder alguno?
Por supuesto, podemos cerrar los ojos. Olvidarnos de que, mientras usted lee esta columna y yo la escribo, hay niños que están siendo asesinados junto con sus madres, padres y abuelos. Familias completas. Podemos sí, elegir no saberlo y, por ende, no hacer ni decir nada. Como hace el presidente López Obrador, que ha decidido, vergonzosamente, ser neutral ante la barbarie, y no cortar relaciones con el país genocida. Podemos, también, decidir no cerrar los ojos; al contrario, abrirlos muy grande aunque se nos aneguen de lágrimas.
Yo, querido lector, no puedo hacer otra cosa. No puedo más que ver el horror del holocausto palestino cometido por Israel y escribir estas palabras con el corazón desconsolado. No servirán de nada, pero al menos mi consciencia, aunque adolorida, sigue viva. Dejar de protestar ante la sangrienta barbarie, ante los niños que están muriendo, la destrucción de sus casas, su ciudad entera, es en efecto, dejar de ser humano. Permanezca humano, querido lector, frente al horror sin nombre que ahora mismo está cometiendo Israel contra hombres, mujeres y niños palestinos.
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