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Melvin Cantarell Gamboa

07/12/2021 - 12:05 am

¿Un rey filósofo?

Platón hizo tres viajes a Siracusa, donde ambos gobernaron, para demostrar su idea del rey filósofo.

Las páginas de un libro.
“Según su tesis, los filósofos poseen un conocimiento explícito del bien y la justicia, y si lo practican pueden dirigir un Estado y conducirlo correctamente, tanto en asuntos privados como públicos”. Foto: Daniel Augusto, Cuartoscuro

Las discrepancias entre Platón y Diógenes de Sinope fueron proverbiales; sé sabe que habiendo visto Platón a Diógenes lavando unas hierbas, se le acercó y le dijo: “Sí sirvieras a Dionisio, por cierto, no lavarías hierbas”; más él, acercándosele también, le respondió: “Y sí tu lavaras hierbas, seguramente no sirvieras a Dionisio”. A esta respuesta corresponde una larga serie de desencuentros entre el filósofo y el sabio.

Platón representa al intelectual hierático, místico, solemne, majestuoso, aristócrata, conservador y jerárquico como lo demuestra el siguiente párrafo tomado de su diálogo “La república”: “De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando… En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello”.

En contraste, Diógenes de Sinope siempre afirmó que el hombre debe liberarse de toda dependencia, no a la manera kantiana mediante la razón, sino accediendo a una vida verdadera, es decir, pugnar por construirse a sí mismo conforme a la naturaleza, sin sumisión ni convencionalismos, hasta pertenecerse por entero y ser su propio derecho.

Pero, ¿quién es ese Dionisio al que ambos se refieren? Esta historia involucra a dos: Dionisio I, el “viejo” y a su hijo y sucesor Dionisio II. Platón hizo tres viajes a Siracusa, donde ambos gobernaron, para demostrar su idea del rey filósofo. Según su tesis, los filósofos poseen un conocimiento explícito del bien y la justicia, y si lo practican pueden dirigir un Estado y conducirlo correctamente, tanto en asuntos privados como públicos. En el primero de sus viajes en el 388 a. de n. e. Platón se reúne con el tirano Dionisio el “viejo” a quien expone su utopía del Estado; la res publica debía estar bajo la conducción de un rey filósofo quien ejercería su poder de modo vertical, autocrático y, como erudito y devoto buscador del bien, la justicia y poseedor de la verdad, su voluntad sería el criterio exclusivo e indiscutible de la gobernanza. Cuando Platón trató de convencer a Dionisio de que el derecho del más fuerte, es decir, del que gobierna, debía acompañarse de la virtud y bondad para colmar de bienestar a sus súbditos, el tirano enfurecido por el consejo le espeta que son sólo palabras de un viejo chocho y lo embarcó en una nave espartana que hacía escala en la isla de Egina donde el filósofo fue apresado y vendido como esclavo. Los acaudalados amigos de Platón, encabezados por el filósofo pitagórico Anniceris, pagaron su rescate y éste volvió a Atenas donde fundó su famosa Academia, ahí recibió como alumno a un gran admirador suyo, Dión de Siracusa, cuñado de Dionisio el viejo y tío de Dionisio II, el joven.

Dionisio I muere en el año 367 a. de n. e., lo sucedió su hijo Dionisio II; Dión fue su preceptor. Platón vuelve a Siracusa en el 368 invitado ahora por su discípulo, con el mismo propósito de convertir a un tirano en filósofo. El joven Dionisio lleva una vida disoluta. Para inculcarle la filosofía Dión acerca a la corte a los más reconocidos filósofos griegos de entonces no sólo a Platón. Dionisio los atiende con exagerado esmero y abundantes banquetes, ocasión que aprovechaba, creyéndose filósofo, para leerles máximas y pensamientos que plagiaba (se decía autor de un libro); sus huéspedes lo vitoreaban y aplaudían con entusiasmo; sin embargo, en los hechos no soportaba la severa moralidad de Dión, a quien finalmente desterró junto con sus convidados.

Nueve años después, en el 357 a. de n. e., Dión reclutó una pequeña fuerza compuesta de mercenarios y desterrados que, apoyados por Esparta y con el beneplácito del pueblo, destituyeron a Dionisio y formaron un nuevo gobierno encabezado por Dión; quien no tardó en adoptar la misma conducta tiránica de sus predecesores, más tarde fue asesinado. Esta es en resumen la historia del fallido intento platónico de crear un Estado perfecto encabezado por un rey filósofo y, de ahí también, la satírica respuesta de Diógenes al irónico comentario de Platón.

Diógenes también fue tentado por Dionisio II. Registra la historia que el sabio fue citado por un acaudalado agente del tirano en Atenas quien al recibirlo en su magnífica y elegante casa le prohíbe escupir; a esa orden Diógenes responde con un formidable escupitajo en la cara del rico diciendo que no había hallado lugar más inmundo para hacerlo; respuesta viril e insolente de un hombre que se sabe independiente y autónomo,  que no se deja seducir por los poderosos, sean tiranos, déspotas, políticos, acaudalados, etc. que creen que todos tienen un precio.

El cínico antiguo fue todo un fenómeno en su tiempo porque era extravagante, solitario, veraz, testarudo, provocador y mordaz; nadie lo requiere, por lo contrario, le temen porque ante su mirada, que desenmascara, no se sale indemne, tampoco soportan su desprecio por la arrogancia, el culto a la fama, el dinero y el poder. Como poseedor de un instinto certero de las cosas, por su serenidad en la réplica y contraejemplo de todo lo que representa sometimiento, sujeción o subordinación, Diógenes reivindica la autodeterminación que destruye el tutelaje y la supeditación.

Ahora bien ¿por qué es irrealizable el proyecto del rey filósofo o de un filósofo rey? De Platón dijo Diógenes: “¿Qué puede ofrecernos un hombre que ha dedicado todo su tiempo a filosofar sin haber inquietado nunca a nadie?”. Efectivamente, filósofos como Platón no filosofan y es falso creer que lo hacen cuando construyen un discurso teórico impecable o conceptualmente nuevo. La filosofía no es un fin en sí misma, pues ¿qué puede esperarse de un pensamiento reducido a conceptos, abstracciones metafísicas, complejidades excesivas e ideas puras obtenidas a través de meras especulaciones sin contacto con experiencias y vivencias reales e históricas?

La filosofía platónica descansa en la teoría de las ideas o de las formas que distingue entre lo trascendente y la inmanencia; que tiene como única realidad un mundo perfecto e inmutable en el más allá de donde, según Platón, provienen los conceptos que otorgan existencia a las cosas sensibles y perecederas, cambiantes y corruptibles. El supramundo de las formas o de las ideas, es el único verdadero, el otro, el material, donde todo cambia y se transforma y en el cual vivimos durante un corto tiempo, sólo tenemos acceso a través de sombras, representaciones e imágenes confusas del mundo trascendente (mito de la caverna); el alma humana forma parte de esa realidad sobrenatural; el cuerpo, perecedero, es la cárcel del alma, que ha de permanecer pura durante su tránsito por el mundo inferior sí desea “reintegrarse” al superior de donde proviene.

Lo que Platón pasa por alto en su disertación y en su fracasada intención con los Dionisios y Dión, es que la filosofía, para que sea una sabiduría útil, debe de ejercitarse en los hechos, sobre hombres reales para enfrentar y responder a situaciones vitales.

En la otra esquina, el cinismo de Diógenes, en tanto existencialismo práctico habla como lo haría el pueblo, el ciudadano común (para decirlo en lenguaje moderno), deja de lado la teoría pura, para imponer el punto de vista materialista y dialéctico que tiene por misión perjudicar la estupidez, la necedad y la estulticia de quienes llegan para conducir un Estado con visiones ilusas, inculcadas por intelectuales semejantes a Platón.

Para dirigir con acierto un Estado los gobernantes y sus consejeros han de abandonar toda teoría, doctrina o ideología, por justa que parezca, si sólo sirve para triturar ideas o manipular conceptos a la hora de redactar ensayos indigestos y planear proyectos irrealizables. Diógenes en su sencillez y en la indigencia incorporó el pensamiento lúcido en la vida y pudo tejer sólidos lazos con la verdad conjugando, sin utopías, existencia y reflexión para enfrentar situaciones difíciles y problemas reales; en esto consiste la sabiduría. Trasladarla al campo de lo político pondría en manos de los pueblos y del ciudadano el poder suficiente para echar fuera, cuando sea necesario, a los malos gobernantes que tanto daño causan a la sociedad.

Para concluir: Hegel escribió en su Historia de la filosofía (FCE. Tres volúmenes) que el cinismo no es una filosofía pues no edifica un sistema filosófico, que sólo es una expresión materialista-existencial, meros hechos sobre una determinada forma de vivir y no un cúmulo de ideas sistematizadas. Hegel no se equivocó,   inventar nuevas posibilidades de vida que entren en conflicto con los hábitos y valores impuestos por la cultura y las convenciones, y proponga un nuevo tipo de ser en el mundo, subvertir la cotidianeidad y la retórica de la normativa social, alejado de los tiranos, imperturbable ante el poder, burlarse de quienes se entregan a tales actividades y vejar a los ricos, como hizo Diógenes, efectivamente, no es una filosofía idealista, especulativa, metafísica del tipo de la suya y de Platón, sino una antifilosofía que invito a subscribir.

Melvin Cantarell Gamboa
Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

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