María Rivera
07/11/2024 - 12:02 am
Una buena y una mala
“Naturalmente, hay un cambio de régimen porque llegaron al poder, desde el sexenio pasado apoyados por la mayoría de los mexicanos que apoyan este viraje”.
Finalmente se acabó, querido lector, la amenaza de una crisis constitucional. La proyecto de invalidación de la reforma judicial, del ministro de la Suprema Corte, González Alcántara fue desestimado: se impuso la cordura y yo diría hasta la decencia en la Suprema Corte de Justicia. El ministro Pérez Dayán, uno de los ministros del bloque de los ocho que pretendían ponerse por encima de la Constitución, se opuso al proyecto y, aunque la ministra Norma Piña intentó tramposamente cambiar el número de votos de la mayoría, no fue secundada y, finalmente, tuvo que aceptar su derrota. Muy lamentable el papel de la ministra presidenta, no hizo sino exhibirse como marrullera, confirmando así que, en efecto, estaba a miles de kilómetros de ser una jueza imparcial, digna de la Corte. Una vergüenza total, su último intento por salirse con la suya.
Solo quienes estaban en contra de la reforma judicial y de la elección de jueces, no respiraron con alivio, querido lector. Porque me imagino que el resto, aún sin estar a favor de dicha reforma, respiró aliviado de que la Corte no cometiera una aberración que hubiera llevado al país por un camino muy peligroso y de final imprevisible.
Supongo que tras la derrota de los ministros que pretendieron ponerse por encima de la Constitución, la reforma judicial salió aún más fortalecida, así como la naturaleza democrática y legal de los cambios constitucionales. El poder judicial terminó por avalarla, indirectamente, en su despropósito de modificarla. Ya no hay nada más que puedan hacer, salvo recurrir a instancias internacionales, si acaso. Claro, los furiosos opositores ya deliran y pintan a México como un estado “fascista”, lo cual no deja de hablar de cómo, y cada vez más, la polarización es irremediable.
La polarización que vuelve imposible un diálogo, ya que México ha dejado de ser un solo país constatable para todos. Hay quienes viven en un México imaginario, donde ha muerto la democracia y se ha impuesto una dictadura, mientras califican a quienes se oponen a su postura política como “traidores”. Otros, viven en un país donde creen que se puede gobernar arrollando a quienes no están de acuerdo con ellos, desapareciéndolos como actores políticos.
A mí me parece, querido lector, que quienes creen que estos cambios constitucionales son producto del oprobio, no vivieron en México en las últimas décadas, sino en un país ficticio. Vamos, no me cabe duda de que así era. Por ejemplo, nunca se percataron de que se hicieron reformas constitucionales que atentaban contra el sentido de la propia Constitución, ni les parecieron fascistas, ni antidemocráticas. Claro, las realizaron el PRI y el PAN y un PRD corrompido. Una mayoría, pues, que regía los destinos del país y que gobernó durante décadas. Ahora, que la nueva mayoría izquierdista, contraria a ellos, hace exactamente lo mismo que ellos hicieron, es decir, imponerse, se escandalizan. En el fondo, se niegan a aceptar la naturaleza democrática de los cambios si no son ellos quienes los imponen, vamos si no son ellos quienes tienen el poder.
La verdad, al menos para mí, querido lector, es que en México cambió el grupo gobernante gracias a la democracia plena que vive el país. Fueron los votos los que decidieron cuál sería el futuro de nuestro país y aunque no esté de acuerdo en un sin fin de cosas de la “cuarta transformación” no puedo negar el derecho que tienen a modificar, legal y legítimamente, la Constitución.
Naturalmente, hay un cambio de régimen porque llegaron al poder, desde el sexenio pasado apoyados por la mayoría de los mexicanos que apoyan este viraje.
¿Es impresionante el cambio? Sin duda que lo es, pero no se necesita estar a favor para reconocer que es democrático y legítimo, aunque no estemos de acuerdo con éste. Para mí, es como ver el lado b de la película que ya vimos desde que arribamos a la democracia en el dos mil. Habrá que ver el resultado de sus políticas, en general y en específico, las consecuencias de la reforma judicial. Si son perniciosas, yo confío, quiero confiar en que el pueblo de México sabrá manifestarse y corregir el rumbo a través de las elecciones, que son el único camino para cambiar a nuestros gobernantes e incluso nuestra forma de gobierno. Ojalá que surja en México otra oposición, una nueva, sin los lastres que arrastra la raquítica oposición que tenemos, que pueda enfrentar a la mayoría abrumadora de Morena con un nuevo y mejor proyecto. Me resisto a creer que solo hay de dos sopas, como en Estados Unidos.
Y aquí llegamos a la mala noticia, querido lector, que nos tiene alicaídos. Pues sí, Trump ganó las elecciones… lo cual es una pésima noticia para nosotros y para el mundo en general. Qué pesimismo, la verdad. Preocupa, y mucho, qué pasará con Gaza y con Ucrania y, por supuesto, qué les pasará a los migrantes en México y en Estados Unidos. Muy mal nos fue con López Obrador, que cedió ante las amenazas de Trump y comenzó a cazar migrantes desde la frontera sur, construyéndole el muro… ¿qué política seguirá la presidenta Claudia Sheinbaum con el troglodita que ya conocemos y que se sentará en la silla?
Esperemos que la presidenta tenga la fortaleza, la inteligencia y hasta la sagacidad para no dejarse arrollar por Trump (y su segura misoginia, que veremos en acción como buen macho que es) y que se apoye en esa mayoría abrumadora que la llevó al poder para defender los intereses de México y a los mexicanos, así como su soberanía. Claudia Sheinbaum y Morena tienen suficiente poder como para enfrentar las posibles amenazas y tropelías del futuro presidente de nuestros vecinos. Los mexicanos, estoy segura, la apoyaremos en los difíciles años por venir. Al fin y al cabo, en el pueblo reside su más cara fortaleza.
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