"La sacamos de la historia y la convertimos en un monigote que nos sirve para insultar. No nos hemos tomado la molestia de comprenderla”, afirma Trueba Lara sobre Malinalli, Malintzin o Malinche, cuya historia, transmitida de generación en generación, es fundacional de la idiosincrasia mexicana.
En su última novela, el autor mexicano nos cuenta, en voz de la Malinche, su historia de sobrevivencia. Y la escuchamos, por primera vez, más allá del mito. ¿Qué tan difícil fue escribir sobre un personaje tan “polémico”? Aquí nos lo cuenta.
Ciudad de México, 7 de noviembre (SinEmbargo).- «Si no lo olvidaba, el pasado terminaría matándome», confiesa Malintzin mientras anhela que las imágenes de Xicalango, el pueblo en el que vivía antes de ser ofrecida como “regalo” a los chontales, se borren de su mente. Y nos cuenta su historia de sobrevivencia. Y la escuchamos, por primera vez, más allá del mito.
Malinalli o Malintzin o Malinche, cuya historia –transmitida de generación en generación– es fundacional de la idiosincrasia mexicana, con su carga de machismo a cuestas, es el personaje principal de la novela Malinche (Océano, 2020), de José Luis Trueba Lara, quien se propuso darle voz a un personaje despojado de ella misma.
“A la Malinche la sacamos de la historia y la convertimos en un monigote que nos sirve para insultar. Y no nos hemos tomado la molestia de comprenderla”, afirma Trueba Lara en entrevista con Puntos & Comas.
Y se refiere al término en el que la convertimos: “malinchismo”, que la Real Academia Española (RAE) define así: “De Malinche, esclava mexica que desempeñó un papel importante en la conquista española de México como intérprete, consejera y amante de Hernán Cortés, e –ismo.
1. m. Am. Actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”. En menos de un año –cuenta Trueba Lara–, Malintzin dio un salto cuántico: pasó de ser una esclava a intermediar entre Moctezuma y Cortés.
Trueba Lara, con esta novela, asumió el reto de convertir un personaje histórico en personaje literario, que toma decisiones, a veces irreconciliables. Y eso requirió, además, una exhaustiva documentación, incluso en las cuestiones –en apariencia– más intrascendentes. Por ejemplo, en un pasaje de la novela, los personajes preparan un platillo con axiote. Esa referencia, Trueba Lara la leyó en La relación de las cosas de Yucatán, escrito por el obismo español Diego de Landa, alrededor de 1566. Pero luego tuvo dudas y pasó jornadas revisando la bibliografía de la gobernación de Yucatán para verificar la receta.
¿Qué tan difícil fue escribir una novela sobre un personaje tan “polémico”? Aquí nos lo cuenta.
—¿Qué inspiró Malinche, tu más reciente libro?
—Malinche fue el punto de llegada. Yo quería escribir una novela en la que se contara el proceso de la conquista desde la óptica de una mujer. Quería recorrer ese periodo a través de los ojos de muchas mujeres, lo cual parecía una buena idea, pero luego surgió el problema de cómo articular tantas voces en un relato fluido. La Malinche, entonces, se convirtió en una oportunidad de asomarme a los ámbitos de lo femenino en aquella época. En algún momento, incluso, coqueteé con la idea de inventarme a un personaje femenino. Pero era algo bastante tonto, pues para qué quieres inventar un personaje si existe una mujer, como la Malinche, que vivió en ese periodo.
—¿Qué fue lo más difícil de escribir la novela?
—Cada novela tiene sus propios retos. Lo más difícil fue inventarle una forma de hablar. La novela, escrita en primera persona, me obligó a buscar una voz. Me vi ante el reto de crear un discurso que mostrara a la Malinche en todas sus capas; es decir, que fuera un discurso atravesado por el náhuatl, el mundo maya y el mundo español. Si lees cualquier página, éstos se van entreverando. Y también enfrenté el reto de entregarle a los lectores un libro que fuese claro y accesible para todos. Una novela amigable con el lector, que no le exigiera sacar un diccionario del náhuatl al español.
Para la creación del lenguaje, a mí me sirvió muchísimo el libro Libana: El discurso ceremonial mesoamericano y el sermón cristiano (Artes de México, 2014), de Nancy Farriss, una historiadora norteamericana. Es una investigación sobre cómo le hicieron los frailes dominicos, tras la conquista, para implantar los preceptos cristianos mediante el uso del estilo y los recursos del discurso sagrado Zapoteco. Al terminar de leer el libro Libana…, me dije: “Éste es el camino”. Traté de emular eso: escribir en español, pero con la musicalidad del náhualt. No sé si me salió bien o mal. Eso se lo dejo a los lectores.
—¿Qué tan complejo fue trasladar la cosmogonía ancestral que tenían los pueblos prehispánicos para definir la llegada de los españoles (“los hombres que traen el trueno en las manos”), o sus creencias sobre la menstruación y la noche?
—La vida sexual de la Malinche, que narro en la novela, es real. Nada está inventado. Las relaciones geográficas las encontré en los crónistas del siglo XVI, pero también en investigaciones más recientes, como las de Mercedes de la Garza, sobre todo de su obra Sueño y éxtasis. Visiones chamánicas de los nahuas y mayas, que me sirvió mucho para desentrañar el tema de la noche, las cuevas y los jaguares. Y también consulté la obra de Pedro Pitarch Ramón, quien se ha dedicado a traducir cantos chamánicos tzeltales.
Cuando te sientas a escribir una novela de este tipo ocurren tres fenómenos: el primero, le prestas tu cuerpo entero al personaje (no escribes con los dedos, sino con todo el cuerpo, como dice Alberto Ruy Sánchez); dos, traicionas a todas tus fuentes porque –al no escribir un ensayo histórico, por ejemplo– lo que importa más es acomodar la memoria, y tres, te obligas a corregirte las veces que sean necesarias (en el caso de este libro, sin temor a exagerar, fueron casi cincuenta correcciones). Suena algo místico, pero no lo es tanto. Es como el trabajo de los autores cuando encarnan un personaje en el escenario.
—En tu novela están presentes las señas identitarias de nuestro profundo machismo...
—Fíjate que eso tiene que ver con algo que ha marcado a todos mis libros. A mí me preocupa, como escritor, poner en tela de juicio nuestras tradiciones. Éstas no están tatuadas en nuestra biología, sino que son un hecho cultural. Así que, por tanto, creo que algunas tradiciones podemos revisarlas. Algunas de ellas, como el mole de olla, podemos conservarlas con orgullo, sin ningún problema, pero otras podríamos perderlas. Por ejemplo: el machismo, el autoritarismo, el racismo, el clasismo y la cerrazón al diálogo.
Todas ellas son atroces y las tenemos integradas en nuestra cultura. Podemos revisarlas y dejarlas atrás, pero para ello existe un requisito crucial: reconciliarnos con el pasado. Si miras a tu pasado con cuchillo en mano, no te reconciliarás con él. Si volteas al pasado con el afán de comprenderlo, puedes reconciliarte con él, además de comprender tu presente. Eso propiciará el diálogo. Así que revisar nuestro machismo significa dialogar con los demás.
—A la Malinche, convertida en esta figura mítica de la traición, no le habíamos dado oportunidad de hablar, de contarnos todas las vejaciones que padeció…
—Escribir la novela en primera persona con esa intención: que ella cuente su historia. Me interesaba mucho que se sentara frente a nosotros y nos relatara lo que le pasó porque si ella no nos cuenta ésto, la vamos a seguir juzgando. Escuchar a la Malinche es escuchar a los sobrevivientes: es escuchar nuestro pasado con el fin –insisto– de reconciliarnos con él.
—¿En algún momento te preocupó la recepción de la novela, teniendo en cuenta que abordas un personaje tan estereotipado?
—No, eso es lo que menos me preocupó. Mis novelas tratan de personajes que son personas non gratas de la historia: personajes oscuros, que juzgamos malditos. Y he tratado de tratar de ver el mundo con sus ojos. Hace falta que la novela, y no la historia, nos muestre el testimonio de los derrotados. Me interesa mucho cómo miran el mundo los derrotados de la historia. A mí los victoriosos no me caen bien. Con el tiempo, se vuelven insoportables. Y tratan de aplastar todo aquello que se les opone.
No digo -aclaro- que los derrotados sean mejores, pero valdría mucho la pena asomarnos a esos personajes borrados de la historia oficial. Eso es primordial: erigir una historia lejana del mármol y más cercana a la gente. trata de ser Malinche, mi libro. En la novela los conquistadores aparecen poco, además de que no salen bien parados. Levantar la discusión sobre nuestros personajes míticos de la historia es algo crucial. No debemos mantener solamente discusiones ideológicas, sino discusiones informadas, razonadas.
José Luis Trueba Lara nació en la Ciudad de México en 1960. Estudió Sociología y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Autónoma Metropolitana, y ha impartido cátedra en distintas universidades. Como escritor cuenta con una vasta producción, entre la que destacan las novelas juveniles La ciudad sin nombre, Garra de Jaguar, Mi señora la reina, Pronto llegarán los Rojos y El maravilloso circo del señor Shtrum.