SEGUNDA PARTE
Ciudad de México, 7 de noviembre (SinEmbargo).– El rumbo de la conversación pronto cambió de la necesidad de asesinar al Mecánico (a quien se tenía por un delator) a los detalles de dónde debería cometerse el homicidio.
Cinco toneladas de cocaína incautadas en apenas tres meses era un hecho inaceptable.
Después de cierta discusión, se acordó que el asesinato de un informante de los Estados Unidos en Tijuana podía crear problemas para el cártel de esa ciudad.
Finalmente se convino en que el homicidio debía realizarse al norte de la frontera.
Benjamín Arellano Félix hizo una llamada telefónica en que ordenó la presentación del Mecánico para el día siguiente en Tijuana.
–¿Está Barrón disponible? –averiguó Benjamín Arellano Félix con Everardo Páez, su lugarteniente de toda la vida.
–Me pongo en contacto con él y le digo lo que tiene que hacer –resolvió el hombre de confianza.
–Deben hacer las cosas para que el Mecánico crea que tú y Barrón se van a encontrar con él para mover cocaína de San Diego a Los Ángeles –instruyó el capo.
A la mañana siguiente, Páez se encontró con David Barrón Corona y le explicó el asunto. El sicario, conocido como Popeye, no tuvo ningún inconveniente. La víctima le sería entregada en el paso de San Isidro después de que llegara.
“Le recalqué a Barrón la importancia de que el homicidio se cometiera en los Estados Unidos”, confesaría Páez.
El lugarteniente recibió a Don Meno y al Mecánico en un centro comercial de Tijuana. El supuesto soplón salió del automóvil e ingresó al de Páez, quien contactó a Barrón por bíper y le avisó que se encontraba rumbo a la frontera. Ahí, Páez ordenó al hombre que cruzara la línea, le dijo que Barrón lo esperaba al otro lado.
“Al saberse la noticia de que el homicidio se realizó exitosamente, se decidió que a Barrón se le pagarían 50 mil dólares. Benjamín Arellano me dijo que le dijera a Barrón que también le pagaría una bonificación posteriormente”.
Esa misma noche, Páez y Barrón se encontraron para liquidar el trabajo.
–Le disparé tres veces en el pecho, de cerca, pero salió corriendo y gritando. Lo tuve que perseguir y le disparé en la cabeza, atrás –explicó Popeye.
El gobierno de Estados Unidos integró un equipo de agentes de varias agencias ocupados en el Cártel de Tijuana. Varias de las detenciones discurrieron en colaboraciones a favor de la investigación. Uno de estos testigos fue Everardo Arturo Páez Martínez, identificado como un lugarteniente.
Páez ofreció una extensa declaración ante la Corte Federal del Distrito Sur de California, misma que desahogó varios de los procesos abiertos contra los Arellano Félix y sus socios.
La propia historia de Páez dice mucho de ese mundo.
Se hizo narcotraficante en 1984. Hacía cuatro o cinco traslados semanales de 100 a 150 kilos de mariguana de San Diego a Los Ángeles. A finales de ese año, conoció a quien supuso era el verdadero beneficiario de su trabajo, Cornelio Aguayo, con quien amistó hasta el punto en que el narcotraficante le dio casa y enseñó el negocio: la selección de casas de seguridad, el pesaje y embalaje de la hierba, el trato con los clientes…
A principios de 1985, Páez acompañó a Aguayo a Tijuana para conocer a sus jefes, con quienes se reuniría en el futuro para suministrarles “las cifras”, término utilizado para describir la cantidad de drogas recibidas en los Estados Unidos, la cantidad existente en almacén en un momento determinado y los kilos distribuidos, algo similar a la función de un gerente de existencia.
Aguayo estaba cierto del talento y la seguridad de Páez y quería que se encargara de trasladar dinero en el sentido contrario de la droga: de norte a sur, de los clientes a los jefes en la frontera mexicana.
Y los jefes no eran otros que jóvenes de aspecto clase mediero, bien parecidos y de nombres Benjamín y Ramón Arellano Félix, entonces subalternos de Javier Caro Payán El Doctor, hombre de Miguel Ángel Félix Gallardo El Padrino.
Páez continuó la reuniones en una casa de Tijuana a la que llamaban “oficina”, referencia que mantendrían sus jefes durante los siguientes años para disimular el nombre de una casa de seguridad. Amistó con los muchachos.
A Benjamín se le conocía por los nombres de El Señor, El Min, 7-7, MK, Licenciado Sánchez, Licenciado Alegría. A Ramón se le decía El Tío, Colores, 7-3, 7-9.
Entre 1985 y 1987, la organización transportaba entre 400 mil y 700 mil dólares cada 10 días o dos semanas de ganancias de la mariguana. Nada mal para unos contrabandistas que iniciaron con alcohol y cigarros y en un momento en que difícilmente se les podría llamar capos. Su hermano mayor, Rafael, había pisado la cárcel años atrás, en 1978, por tráfico de algunos cientos de gramos de heroína y un polvo blanco sudamericano del que apenas se hablaba como negocio en México. Era de tan poca monta el asunto que a Rafael –a quien le quitaría la vida un hombre disfrazado de payaso– apodaron El Menso.
En esos años, el futuro cártel encargaba su distribución en Los Ángeles a tres tipos de nombres desconocidos y apodos Don Meno, Lalo y Farmer. Tenían a su cargo recibir, almacenar y verter los cargamentos de mariguana. También eran responsables del cobro de las ganancias. Años después, cuando los hermanos Arellano entraron de lleno en el negocio de la cocaína, al menos Lalo mantuvo las mismas funciones respecto de esta sustancia.
A la vez, Benjamín y Ramón lograron una adquisición notable: compraron un inspector corrupto del Servicio de Inmigración de los Estados Unidos identificado como José Barrón.
Benjamín y Ramón Arellano Félix y Javier Caro Payán utilizaron a Barrón para pasar cargamentos por la frontera. Los cruces fueron tan exitosos se convirtieron en el principal medio de paso de la mariguana que cruzaban esos contrabandistas hacia Estados Unidos. Sin embargo, en 1987, el inspector y toda la parte de la cadena que junto con él suministraban el sur de California fueron detenidos, incluido un hermano de Páez llamado Óscar.
Óscar Páez cumplió toda o parte de su condena en una prisión de Phoenix, desde donde escribía cartas al lugarteniente de los Arellano. En las misivas, le platicaba de los presos con los que compartía el encierro y se mostró particularmente interesado en un individuo llamado David Barrón Corona El Popeye –sin parentesco con el agente aduanal corrupto–, un tipo notable por su carácter violento y que se convertiría, años después, en el primer jefe de sicarios del sanguinario Cártel de Tijuana.
En agosto de 1987, El Doctor Caro Payán fue arrestado.
A partir de entonces y hasta su propia detención, Páez trabajó directamente bajo el mando de Benjamín Arellano Félix. Desde entonces y hasta fines de la década de los ochenta, la sociedad funcionaba en la medida que Manuel Aguirre Galindo y Jesús Labra Avilés suministraban fuentes de mariguana, mientras que Benjamín y Ramón aportaban rutas para cruzar la frontera Estados Unidos.
Fue una relación empresarial duradera: Benjamín y Ramón mantuvieron sus asociaciones de negocios con Manuel Aguirre Galindo El Caballo y Jesús Labra Avilés desde 1986 hasta por lo menos noviembre de 1997, años que incluyeron el trasiego de cocaína. El Caballo fue detenido el 19 de octubre de 2013, un día después de la ejecución de Rafael, el mayor de los Arellano Félix.
Poco antes de la captura del Doctor, Benjamín y Ramón comenzaron a utilizar sus rutas de cruce de frontera para transportar cocaína. Pero no era su cocaína, sino de Ismael El Mayo Zambada, a quien cobraban entre 1 mil y 1 mil 200 dólares por cada kilo de estupefaciente que cruzaban y que luego le devolvían en Los Ángeles. La relación existió en estos términos entre ocho y 10 meses, de la primavera de 1987 al verano de 1988.
Durante ese lapso, los Arellano contrabandearon entre cinco y 10 toneladas de cocaína del Mayo Zambada a quien, en el ambiente de Tijuana se le llamó El Mayel, Clave Privada, Pluma Blanca, La Señora, 30 y 81.
El acuerdo cambió y de ser transportadores de Zambada García, los hermanos Arellano se convirtieron en socios de importación y distribución. La evolución de la sociedad implicó que Zambada García recibía los cargamentos de coca provenientes de Colombia y los transportaba a Tijuana o alguna otra ciudad fronteriza controlada por los Arellano quienes, con la asistencia de Ismael Higuera, la almacenaban.
Su responsabilidad también implicaba asegurar la colaboración comprada de las policías federal, estatales y locales.
Les correspondía luego pasar el alcaloide por la frontera y llevarla hasta Los Ángeles. Al desarrollarse esta asociación, Benjamín y Ramón comenzaron a cimentar su propia base de clientes.
En 1989, Eduardo Arellano Félix se unió a sus hermanos en el negocio de tráfico de drogas. Desde el momento en que se unió a la empresa actuó como asesor y consultor personal de Benjamín en casi todas las decisiones importantes del cartel, tanto en aspectos de transporte de las mercancías o el dinero, como en los relativos a la guerra con otras organizaciones. A Eduardo también se le llamó Walin, El Doctor, El Profe, El Abuelito y 13.
Al poco tiempo, los hermanos Arellano Félix establecieron una sociedad de importación y distribución de cocaína con Manuel Aguirre Galindo y Jesús Labra Avilés. Estos tenían a su cargo obtener y mantener fuentes de suministro de cocaína y su red de funcionarios corruptos, en tanto que los hermanos Arellano Félix e Ismael Higuera Guerrero tenían a su cargo las rutas de cruce de la frontera con Estados Unidos y mantener su propia red de policías dóciles.
A principios de 1991, Javier Arellano Félix El Tigrillo se unió activamente al clan. Antes vivió y estudió en Guadalajara, ciudad que dejó cuando Benjamín recibió información de un inminente atentado contra su vida, por lo que Javier se mudó a Tijuana. La idea era que continuara sus estudios, pero se unió al trasiego. Benjamín convirtió a Javier en su protegido y en adelante también participó en la mayoría de las decisiones importantes del grupo.
El Cártel de Tijuana utilizaba camiones tanque de propano como un medio de pasar cocaína. En promedio, cada semana, la organización pasaba por la frontera de dos a tres cargamentos de cocaína utilizando este método. Usualmente, los embarques de este tipo promediaban 3 mil 500 kilos de la sustancia. Otros métodos eran el uso de camionetas ocupadas, camiones de pasajeros y casas rodantes.
Los momentos de bonanza se vieron amenazados cuando la aduana norteamericana detectó una discrepancia de peso en una de las pipas. Los agentes revisaron y encontraron la verdadera mercancía transportada. Meses después, en julio de 1991, dos cargamentos de cocaína en furgones que habían sido transportados con el apoyo de otro inspector corrupto fueron confiscados en National City, California.
En el verano y el otoño de 1991, la Organización de los Arellano Félix (OAF) sufrió múltiples confiscaciones de cocaína en las áreas de Fontana y Los Ángeles, California. Las pérdidas ascendían a cinco toneladas.
Benjamín y Eduardo Arellano Félix, Lalo y Don Meno concluyeron que uno de sus trabajadores, un individuo conocido como El Mecánico era un informante y que era culpable de las pérdidas.
No dudaron y ordenaron su ejecución. Este homicidio reviste importancia porque se convertiría en un estilo, el sanguinario sello de los Arellano.
Los Arellano siguieron con la suerte atravesada. En noviembre de 1991 ocurrió un nuevo aseguramiento, aparentemente menor al tratarse de 99 kilos, pero importante porque mostraba que la racha adversa se mantenía.
La confiscación ocurrió cuando la droga estaba a cargo de personal del lugarteniente Everardo Páez a quien los Arellano reprimieron con dureza. Le advirtieron que su personal era sospechoso y le impusieron el pago de la pérdida.
La organización replanteó sus modos de tráfico.
Durante 1991 y 1992, utilizó camionetas Ford F150 y F250 adaptadas para transportar cocaína por el desierto e introducirla a los Estados Unidos. Cada camioneta estaba adaptada con compartimentos ocultos ubicados debajo de un banco tapizado detrás del asiento delantero; en los paneles laterales; encima de cada cavidad de rueda, y en un piso falso, en el espacio debajo de la plataforma de la camioneta.
Cada vehículo tenía capacidad para ocultar casi media tonelada de droga y el cártel poseía una flota de 18 a 20 unidades adquiridas en Estados Unidos. La compra fue encargada a Páez, quien realizó la adquisición asistido por David Barrón Corona Charles o Popeye, jefe de escoltas y eventual jefe de sicarios.
Desde antes, Barrón distribuía pequeñas cantidades de cocaína proveída por Páez.
Los Arellano operaban la frontera como si fuera su auténtica propiedad. En una ocasión detuvieron a un traficante extraño con 500 kilos de cocaína a quien asesinaron. Utilizaron una ruta por Tecate para cruzar la misma droga, nuevamente a cargo de Páez a quien volvió a tocar la situación de que personal suyo fuera detenido y el cargamento incautado. Las Ford habían perdido su aspecto común y corriente: las placas de camionetas confiscadas anteriormente comenzaban a tener relación para los agentes antidrogas.
Entonces convinieron el uso de mochileros. Los hombres a pie hacían el paso cerca del aeropuerto de Tijuana y proseguían a chatarrerías en Otay Mesa, California. Colocaban los paquetes de coca en automóviles chatarra, los cuales eran entregados a una célula de distribución en Chula Vista para luego cargarla en autos con destino en Los Ángeles.
Pero en mayo de 1992, la policía confiscó uno de estos cargamentos y arrestó a cuatro “mulas”.
La frontera, su frontera, se convertía en un dolor de cabeza. Y aún debían lidiar con El Chapo Guzmán.
En esta época, de las camionetas Ford, los Arellano aprobaron la integración de Barrón Corona como sicario con la capacidad de realizar ejecuciones en ambos lados de la frontera. Durante 1991, Popeye cometió por lo menos tres homicidios, uno en Tijuana y dos en San Diego.
En 1992, Barrón se mudó de San Diego y comenzó a fungir de guardaespaldas de Ramón Arellano Félix. En noviembre de 1992, después de que David Barrón El Popeye les salvó las vidas a Ramón Arellano Félix e Ismael Higuera Guerrero durante el tiroteo de la discoteca Christine en Puerto Vallarta, los hermanos Arellano Félix lo premiaron pidiéndole que estableciera y dirigiera un grupo de ejecución.
Este grupo se convirtió en uno de los principales grupos de seguridad y ajuste de cuentas para el cártel.
La sospecha se hizo un hábito incómodo que se resolvía con el asesinato.
Un hombre que vivía en Imperial Beach, Alejandro Cázares, se convirtió en blanco de las sospechas de Benjamín. El tipo era propietario de un club nocturno en Tijuana llamado Pacers. Varias semanas antes de que asesinaran a Cazares, Benjamín buscó a Páez por radio y le dijo que quería reunirse con él.
Cuando llegó a la cita, Páez notó de inmediato la molestia del capo.
–¿Conoces a Alejandro Cázares?– preguntó antes de saludar.
El estratega aceptó la relación y explicó cómo había iniciado.
–Tengo un general Monríquez (sic) al que le pago 250 mil dólares al mes para que me dé información y protección. Dice que Cázares ha estado tratando de gestionar mi arresto. Trabaja con Barrón para matarlo. No quiero que lo maten en Tijuana.
–Veré lo que puedo hacer– aceptó Páez disimulando el desagrado del encargo.
“Yo estaba renuente a tomar acción contra Cázares, porque lo consideraba un amigo. Sin embargo, después de que esquivé el asunto por un par de semanas, Benjamín Arellano Félix comenzó a presionarme. En esa oportunidad pensé que no tenía otra alternativa más que trabajar con Barrón para que matara a Cázares”.
Everardo Páez se encontró con Barrón y le explicó la necesidad de matar al empresario en Estados Unidos. Para entonces, el matón se había mudado permanentemente a Tijuana y no quería cruzar la frontera.
–Conozco a alguien que lo puede hacer. Un socio mío, Juan Félix.
Al día siguiente, el lugarteniente, el sicario y dos hombres más se reunieron en Tijuana. Popeye les enseñó el manejo de un cuerno de chivo.
Páez se dirigió a Félix.
–Cázares está en su club todas las noches, pero regresa a su casa, en The Coronado Cays, entre las 10 de la noche y las cuatro de cada mañana– apuntó Páez, le proporcionó los datos de la marca y el modelo del automóvil de Cázares, una camioneta Ford Explorer roja con placas mexicanas, y le entregó un radio.
Esbozaron un plan para el ataque.
–Te llamo tan pronto como Cázares cruce la frontera mañana para que lo intercepten.
“En la noche del homicidio, me quedé bebiendo con Cázares hasta que cerró el club. Se fue con otros dos individuos. Yo sabía que uno de ellos vivía en Tijuana y que se le dejaría en casa antes que los otros dos cruzaran la frontera, de manera que manejé hasta la frontera y los esperé. Tan pronto como vi a Cázares cruzar la frontera, llamé a Félix por radio y le dije que Cázares iba en el asiento de pasajero delantero”.
Una hora después, Barrón llamó por teléfono y explicó a Páez que el atentado era de resultado incierto, pues se atascó el fusil.
Falsa alarma.
Entre las seis y las seis y media de la mañana, una mujer que hacia striptease en el centro nocturno contactó a Páez y le informó de la muerte de Cázares.
El hombre llamó por radio a Benjamín y le pidió verse con él inmediatamente. Benjamín llegó acompañado de su hermano Eduardo.
–Cázares está muerto.
–¡Ah, qué bueno! ¿Cuánto quieres pagarle a Barrón?
–No tienes que pagarle dinero a Barrón. Tiene una cocaína que está vendiendo y podemos pagarle con cargo a la cocaína.
–Está bien, entonces dale 10 kilos.
A finales de 1994, los Arellano contaban con un nuevo socio, un gringo de nombre Darreill Joseph, quien poseía relaciones en Colombia. El hombre arregló una cita con sus amigos sudamericanos y voló con Páez.
El contacto era Ezequiel Rodríguez El Cheque. La primera transacción se negoció en una cantidad máxima de 600 kilogramos.
Rodríguez y sus socios agregarían de 400 a 500 kilos adicionales a la compra de los mexicanos. La OAF aceptaría entre 40 y 45 por ciento de esa cantidad. Estas proporciones entre los colombianos y mexicanos eran un arreglo bastante típico en esa época.
Benjamín y Ramón apoyaron el acuerdo después de enterarse de los términos del negocio y después de reconocer al padre de Rodríguez como un ex “pesado” en el tráfico de cocaína colombiana.
A fines de 1994 o principios de 1995, Rodríguez viajó a San Diego y luego a Tijuana para finiquitar aspectos específicos del negocio y reunirse con los hermanos Arellano Félix. Abordaron asuntos relacionados con la forma del envío, las demoras y los gastos. Había buen ánimo y hablaron de futuras y mayores adquisiciones.
La transacción definitiva pactada con El Cheque Rodríguez implicó la entrega por paracaídas de 600 kilogramos de cocaína costa afuera de México. Después de eso, la cocaína se recuperó en lanchas y se transportó a Tijuana.
A finales de febrero de 1995, los Arellano pagaron a Rodríguez un anticipo de 1.3 millones de dólares para un siguiente flete. Al monto dispuesto se agregaron 250 mil dólares más por concepto de pago a los controladores de tráfico aéreo para permitir que el cargamento de cocaína volara por el espacio aéreo suramericano sin un plan de vuelo y para que no se notificara a las autoridades cuando se presentara en su radar.
La gente de Rodríguez dejó caer del cielo 540 kilos más cerca de Acapulco. La totalidad del embarque fue recuperado y fletado a Estados Unidos.
Como los negocios mejoraban y se descomponían y la competencia crecía, la práctica del homicidio aún al interior del cártel se extendió.
Uno de los guardaespaldas con más antigüedad que tuvo Benjamín Arellano Félix fue un hombre al que sólo se recuerda como Juve.
En marzo de 1993, Juve discutió con otro guardia, sacó su arma y lo mató.
–Lo mató– dijo Lino, un tercer guarura por radio a Benjamín.
–¿A quién mató?– preguntó el capo.
–A uno-uno-uno-uno– empleó Lino la clave del asesino– mató a Pedro Romo.
En ese momento Lino se encontraba con Juve y algunos de los demás miembros del equipo de ejecución. Lino detalló la ubicación del tiroteo, a unos cinco kilómetros de la casa de Páez, quien concluyó que el alboroto iba en dirección suya.
–Voy en camino, deben quedarse donde están– ordenó el lugarteniente.
Cuando encontró a Lino, Juve y los demás, Páez entendió que lo mejor era llevarlos a su casa. Pasó a Juve y ordenó al resto del equipo que esperara en el garaje. Luego regresó a la cochera para pedir más detalles. Mientras hablaba con los hombres, El Popeye apareció entornando sus ojos de reptil antediluviano.
–¡Que venga para acá!– ordenó.
Cuando Juve salió al garaje, Barrón lo arrojó contra la pared y lo esposó. Barrón y Páez lo llevaron a una pequeña habitación. Ramón arribó al lugar; fue a la habitación en donde encontraba Juve y lo interrogó.
–¿Qué me va a hacer?– indagó Juve luego de admitir el asunto.
–No te preocupes.
Ramón llamó a su hermano Benjamín y le dijo que Juve debía morir por lo que había hecho. Molesto, Benjamín reconoció la necesidad de corregir la indisciplina más allá del afecto que pudiera sentir por el tipo que cuidara su vida.
El Popeye tomó una bolsa llena de heroína, la mezcló con agua y llenó una jeringa. Ahí, en el garaje de Páez, inyectó a Juve en la vena hasta vaciar el depósito.
Ramón dejó el lugar. Juve aún respiraba.
–Sácalo de mi casa– pidió Páez a Barrón.
El sicario ordenó que lo cargaran y el lugarteniente fue a la casa del capo.
–Ya está muerto– dijo Popeye por radio.
Ramón dio la noticia a su hermano.
–Murió como a él le gustaba.
Habla Everardo Páez sobre el negocio de la yerba:
“De 1990 a 1992, Benjamín, Ramón y Eduardo Arellano Félix trabajaron junto con Ismael Zambada García, Amado Carrillo Fuentes y Kiki Fernández importando mariguana de México a Estados Unidos. Esta asociación fue responsable del tráfico de aproximadamente 225 toneladas de mariguana”.
El trasiego de la mariguana se hacía con la complicidad de un comandante apellidado Duarte y apodado El Loco, quien apoyaba el transporte hasta el borde fronterizo. Una parte del origen de la mercancía era provisto por Benjamín de una fuente en Mazatlán.
De manera complementaria, Páez tenía vínculos con operadores de buques de pesca capaces de trasladar la droga a Ensenada. El costo de mover cinco toneladas de mariguana del puerto de Sinaloa al de Baja California se fijó en 300 mil dólares.
“Luego de pocos días, mi gente se contactó conmigo y me informaron que el cargamento llegaría a Ensenada dentro de poco tiempo. Me puse en contacto con Benjamín Arellano Félix y le suministré un informe de avance”, continúa el operador del cártel.
“Gestioné una reunión con el comandante en Ensenada y pedí su permiso del para llevar la mariguana. El comandante me informó que él no podía permitir que la mariguana ingresara a Ensenada, pero que podía hacer las gestiones para que atracara en San Felipe a un precio de 150 dólares por kilogramo, lo que representaba un precio de 450 mil dólares (…) Se hizo la descarga e informé a Benjamín y reconoció que estaba complacido”.
No por mucho tiempo.
La frontera ardía y cada vez era mayor la presencia de otro sinaloense cuyo estilo quedaba lejos del mostrado por el tío Miguel Ángel Félix Gallardo, un hombre cuyas formas sociales y actitudes paternales le granjearon el apodo de El Padrino. No. Este hombre taciturno y bajo de estatura se abalanzaba sobre Tijuana como si todo le perteneciera.
Y los Arellano lo invirtieron todo en el mal negocio de odiar al Chapo Guzmán. *