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Susan Crowley

07/10/2023 - 12:05 am

El problema de los biopics

Volviendo a “Maestro”; incluso la zona más oscura y terrible de un ser humano, en el caso de un creador suele ser fundamento de su obra. Por eso a los artistas les perdonamos todos sus defectos, liviandades, excesos, porque los consideramos superiores.

La ventaja de escribir sobre el último biopic de la temporada es que no habrá spoiler. Más que sabido, Leonard Bernstein era bisexual. Sus devaneos con jóvenes instrumentistas y varios romances con uno que otro guapo director fueron del dominio público siempre. Después de formar una familia con la actriz, cantante, luchadora social y, a fin de cuentas, compañera de vida, Felicia Montealegre, la abandonó para vivir su verdadera historia de amor con Tom Cothran. Al poco tiempo, Lenny como era conocido, se arrepintió. Su regreso con Felicia se vio empañado por el diagnóstico de cáncer de ésta y la dura agonía durante la cual el director de orquesta no se le separó un segundo. La vida de Bernstein tampoco terminó feliz, la ausencia de Felicia y el arrepentimiento por su doble vida, lo llevaron a una depresión que se agravó por el enfisema pulmonar consecuencia del tabaquismo.

¿Cuál es el sentido de filmar la biopic del más importante director de orquesta norteamericano y uno de los más destacados del siglo XX del mundo? La respuesta es, recuperar la memoria de ese tiempo que quedó abajo del pódium, entre pasillos de auditorios y camerinos, lo que nadie vio. Algo que hoy se ha vuelto una obsesión: sacar los trapitos al sol de los famosos. Despertar el morbo y volver a los tótems accesibles. Quitar el velo a la música llamada “culta”, para mostrar que se trata de algo más que seriedad, virtuosismo y un poco de aburrimiento. Y es que el ancestral género pierde cada día delante de las modas poperas que llenan estadios y con los reguetoneros y sus rolas procaces y vidas desenfrenadas que provocan masas de fans. Salvo cuando aparecen personajes como lo fue la inolvidable Tar de Cate Blanchet y hoy lo será Maestro, de Bradly Cooper. Se trata de la reciente biografía del director norteamericano, escrita, dirigida y actuada por un Cooper que logró metamorfosearse en Lenny con una nariz gigante; una línea de dientes falsa, de caballo; un pelo y unas arrugas que asombran. Innegable, a Hollywood cada vez le sale mejor todo lo que tenga que ver con maquillajes, ambientación y efectos especiales. El problema es que teniendo todo esto, la credibilidad cueste.

La máscara con una enorme nariz incrustada, de la que se asoman los intensos ojos azules de Cooper, paradójicamente velan al genio para dejar ver las ganas locas de que por fin lo acrediten los críticos y le den su Óscar al multitask actor. Guapo, simpático y un entusiasta del método actoral, que en manos de buenos directores como en Silver linings playbook, logran sacarle una aguda actuación, natural y creíble. En Maestro le faltó, justo eso, un espejo, un director que lo protegiera de sí mismo. Al autodirigirse, escribir la historia y actuarla, Cooper va por todo, pero pierde objetividad. Pese a los esfuerzos, actúa y eso se nota y no se agradece. La estupenda Carey Mulligan encarna a Felicia Montealegre. Una latina de Costa Rica, arrasadora, polémica y muy seductora actriz y cantante de musicales, activista a favor de Black Lives Matter que logró arrancar por un tiempo a Lenny de su verdadera naturaleza. Nadie podrá saberlo, ni queda claro en la biopic, si por un verdadero enamoramiento o por taparle el ojo al macho. Lamentablemente ante la deficiente dirección el personaje de la Montealegre queda desdibujado.

El problema de fondo es que la película no hace justicia al personaje. El afán de mostrar las grietas oscuras y profundas, empañan su luminosa personalidad. Suele suceder que para un biógrafo sea más fácil rebajar al ídolo a las pequeñeces humanas que obligarnos a ascender a su genialidad. Parecen recordarnos que el Olimpo de los grandes está lleno de instintos bajos, pues son humanos. Zeus también gozó de sus conquistas. Cooper no dudó ni un segundo en insistir que por ahí iría la película. Escasa música, poco de su gran legado como compositor de musicales soberbios. Muchos detalles de sus prácticas ilícitas para la época y para una doble moral que prohibía la homosexualidad. Lo increíble es que hoy un público neoyorkino sentado en un auditorio de la relevancia del David Geffen, dentro del Festival de Cine de Nueva York, se siga mostrando desconcertado y un poco avergonzado delante de una historia que en el pasado fue más que conocida.

Y es que, al ser un personaje real, nos cuesta aceptar que tuvo una vida amorosa, cosa más que común y corriente. Por eso es más fácil el caso de Tar, al ser una ficción, al no existir el personaje en la vida real, nos dejamos ir con el drama de la monstruosa directora, al fin que no existe. Sus usos del poder nos muestran cómo el acoso desde posiciones favorecidas por el éxito no son exclusivas del mundo masculino. Con Tar encarnada por la maravillosa Blanchet, disfrutamos, aprendemos, sufrimos y nos reímos con una casi parodia que, a fin de cuentas, contribuye a ampliar nuestro imaginario a través de ciertos momentos íntimos en la vida de esos genios. Aunque discutible su coreografía en el pódium, su obsesión por la Quinta Sinfonía de Mahler, el Concierto para Cello de Elgar, algunos fragmentos de Bach son muy buenos.

Volviendo a Maestro; incluso la zona más oscura y terrible de un ser humano, en el caso de un creador suele ser fundamento de su obra. Por eso a los artistas les perdonamos todos sus defectos, liviandades, excesos, porque los consideramos superiores. Leonard Bernstein fue un compositor fantástico, director de orquesta que cambió la manera de concebir la investidura y etiqueta de los dioses del pódium. Su manera de educar e inculcar a los grandes compositores, la forma amable en la que hablaba de ellos formó públicos gigantes. Lenny fue el responsable de que la música clásica se volviera popular y masiva en su momento. Humano, muy humano, sudaba, reía a carcajadas, se emocionaba, hacía aspavientos mientras dirigía (sobreactuado por Cooper), se dejaba grabar por las cámaras de televisión, fumaba sin parar, flirteaba con jovencitos prospectos de las orquestas, los volvía sus amantes, los intoxicaba con su pasión por el arte igual que fascinaba a las audiencias. Una personalidad única. Después de ver Maestro dan ganas de correr a escuchar su música, cualquiera de sus sinfonías, o ver West Side Story, On the town o Candida. Se antoja sentarse como lo hacíamos de niños a escucharlo hablar de la orquesta de una manera juguetona y traviesa, de la música como aquel arte que es más que pretensión y esnobismo, una forma de respirar y de amar la vida. Tal vez eso es lo que Lenny amó de verdad.

En Maestro, su aura de genio queda deslucida por sus pecados. ¿Es bisexual?, ¿le pintó el cuerno a su esposa?, ¿le confiere algún mérito la desesperanza de su mujer al saberse engañada y además invadida de cáncer hasta sus últimos días?, ¿son válidos los reclamos de los hijos a la doble vida de su padre?, ¿obedece a su enojo esta revisión tan polémica? Qué diablos importan esas trivialidades cuando delante nuestro tenemos a un ser que vivió la vida más allá de las nimiedades y mezquindades que hoy se le achacan en Maestro.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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