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Julieta Cardona

07/10/2017 - 7:18 am

Rumbo a la luna

Total que me puse a caminar rumbo a la luna y, además de preguntarme cuántas décadas nos tomaría llegar si camino a buen paso y sin prisa, se me ocurrió que también pasaríamos a comprar agua, elotes y café con hielo. Pararíamos, sin exagerar, en cientos de lugares. Coincidiríamos en el camino con un montón de personas e intentaríamos hablar sus lenguas.

Imagen: Aaron J. Groen.

Para picarle al play antes de comenzar: Bella Luna – Jason Mraz

Total que me puse a caminar rumbo a la luna y, además de preguntarme cuántas décadas nos tomaría llegar si camino a buen paso y sin prisa, se me ocurrió que también pasaríamos a comprar agua, elotes y café con hielo. Pararíamos, sin exagerar, en cientos de lugares. Coincidiríamos en el camino con un montón de personas e intentaríamos hablar sus lenguas. Conoceríamos a Lynette Wing, una bella muchacha de Kuala Lumpur y trataríamos de decirle cosas en malayo por pura cortesía. Cómo se dice esto, cómo se dice lo otro, le preguntaríamos, lo olvidaríamos y seguiríamos caminando. ¿A dónde dicen que van? Sería la pregunta constante de los que vamos dejando atrás. A la luna, pues a dónde más va a ser: a la luna, repetiríamos, así: sin miedo. Y, aunque nos miraran incrédulos, igual nos tomaríamos de la mano. También conoceríamos a Cris; a él lo abrazaríamos con los ojos cerrados porque nos regalaría una brújula. Es para el regreso, nos diría. De pronto nos harían falta mangos, jarabe de arroz dulce y ganos de cacao. Pararíamos en una aldea –bueno, en muchas–, pero esta nos robaría el corazón porque Matilde, una nenita de unos cuatro años, saldría de quién sabe dónde y se colgaría de tu cuello. Detrás de ella saldría su madre disculpándose por Mati y nos invitaría a entrar y beber chocolate caliente. Ella nos llenaría de los mangos y eso que nos faltaba. Tendríamos discusiones, naturalmente, en especial porque el camino no sería para nada recto. A veces tú tomarías a la derecha y yo, por el miedo a no volver a verte, iría detrás tuyo. Aunque también al revés. Tendríamos una buena agarrada de pelos, no creas, yo me preguntaría si estaría bueno seguir y tú dirías, con tremendos huevos: pues yo de aquí no me muevo. Nos castigaríamos sin hablar, pero después de tanto silencio, se nos ablandaría la soberbia. Y seguiríamos caminando a pesar de todo. Miraríamos el copular de las mariposas mientras vuelan, nos calaría la entrada del invierno y nos regalaríamos todas las flores que ni enteradas que existían. Andaríamos sin pijamas porque en las noches nos arroparía la Tierra, andaríamos entre viñedos, moras y mandarinas, y no podríamos memorizar la caída de sol porque nunca habría una mejor que otra. Mira esa nube, mira esa catarata, mira ese cuarzo, mira cómo se encoge mi sombra. Mira mi amor inmarcesible. Todo eso mientras caminamos. Y ya cuando quisiéramos un par de alas, montaríamos caballos salvajes en el desierto austral. Y nos besaríamos en pleno atlántico. Pero bueno, basta de tanto lío. Lo que sí es que además de pensar en los mundos que nos pasarían, también me pregunté una cosa: si querrías ir conmigo.

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