Óscar de la Borbolla
07/08/2023 - 12:03 am
La educación y la justicia
“La pregunta no es fácil, pues toda educación es para el futuro y, aunque parezca obvio, se tiene que creer en el futuro para poder educar”.
Hay algo muy engañoso o, por decir lo menos, muy paradójico en la educación que recibí en mi infancia. Hoy quiero referirme a ello porque tal vez mi caso no sea tan personal, sino, de algún modo, representativo de un gran número de personas: no lo sé. A mí, mis mayores —lo mismo expresamente que mediante reiterados ejemplos— me educaron hasta convencerme de que mi conducta debía guiarse por el valor del mérito, de la justicia y del bien. “Si quieres algo, lo que sea, prepárate, sé justo y que tus actos jamás busquen perjudicar a nadie”, me decían con estas u otras palabras y, en sus acciones me ofrecían el ejemplo de sus propias vidas. Tuve la suerte de crecer entre personas honorables y buenas.
Con esa formación desembarqué en el mundo y muy pronto vi con pena, con aflicción y algunas veces hasta con amargura, que el mundo no se regulaba por aquellos valores que me habían inculcado. En incontables ocasiones mis méritos no valieron nada y quienes lograban salirse con la suya (que era indiscutiblemente la mía), disfrutaban de unos beneficios por los que no habían hecho nada, nada por merecerlos, se entiende. Simplemente habían nacido cerca de la oportunidad, con las conexiones sociales adecuadas, con las palancas, las escaleras o los atajos de lo que puede denominarse “un destino afortunado”.
No me tiré al fracaso, hasta la fecha jamás he renunciado, aunque debo confesar que hubo veces en que llegué a considerar como un lastre la formación que recibí y, sin embargo, tampoco nunca me desprendí de mis escrúpulos, por más que toda mi vida he contemplado la forma ligera con la que brincan y se encumbran quienes no los tienen, quienes se apoderan del mundo. Hasta me inventé, para consolarme, un apotegma que todavía me digo: mientras ellos se apoderan, yo me apropio.
Ahora comprendo que, con la mejor intención, mis mayores no me educaron para este mundo, para este mundo de sátrapas, transas y corruptos; sino para un mundo ilusorio que probablemente nunca exista. Pero, me pregunto, ¿les habría sido posible educarme para un mundo como este?, o peor aún: ¿será posible una educación de rufianes? La pregunta no es fácil, pues toda educación es para el futuro y, aunque parezca obvio, se tiene que creer en el futuro para poder educar o, dicho de otra manera, no puede haber educación sin esperanza, y la esperanza no se lleva con lo que regula este mundo: injusticia, maldad, arbitrariedad o, en pocas palabras, desesperanza.
¿Me habría ido mejor con una educación distinta? No lo sé. Solo tengo claro que el asunto de la educación es más complicado de lo que a simple vista parece: no solo es meter en un vehículo los mejores contenidos con lo mejores valores y hacerlos papilla para formar a los infantes.
Twitter @oscardelaborbol
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