Melvin Cantarell Gamboa
07/06/2022 - 12:05 am
Uvalde o la psicopatología de una cultura
Lo inaudito ante los acontecimientos de Uvalde fue la tibia reacción de las masas en el país.
En Uvalde, Texas, el martes 24 de mayo de 2022, 19 niños y 2 maestras fueron masacrados; 21 personas más fueron también heridas por balas. El hecho provocó la repulsa mundial. En Estados Unidos 34,500 menores de edad han sido asesinados o heridos por balas en los últimos ocho años en 3,500 tiroteos masivos; sólo este año, 213 en escuelas. En este país de 335 millones de habitantes existen 400 millones de armas en manos de particulares; la población de esa nación equivale al 4 por ciento de los seres humanos del planeta y guardan en sus casas el 40% de las armas en poder de civiles en el mundo.
Tanto demócratas como republicanos reaccionaron ante los hechos, los primeros tibiamente y dubitativos respecto a las medidas preventivas que deben tomarse y la aplicación de controles drásticos sobre la libre venta de armas; los segundos lamentaron lo ocurrido pero insistieron en el derecho de los ciudadanos para armarse. Hay que señalar que ambos partidos se financian de donaciones y recaudaciones de dinero de los ciudadanos; sus mayores donantes son las grandes empresas, de ahí que Noam Chomsky califique al liberalismo de Norteamérica como una democracia empresarial, pues ante cualquier problema que afecte a las grandes compañías y requiera atención inmediata entran en acción los “lobbystas”, grupos de personas capacitadas para presionar al gobierno y a las Cámaras para que aprueben leyes o decretos favorables a sus intereses políticos y económicos, por ejemplo, los de la industria bélica que seguramente intercederán para impedir la aprobación de cualquier reforma de ley que norme o pretenda controlar el comercio de armas, así como cualquier proyecto que se presente al respecto. Lo que se intente, pues, será un fracaso anunciado o las modificaciones serán moderadas e inicuas.
Según Noam Chomsky esto se debe a la deficiente y anticuada democracia que funciona en el Congreso; si la presión social obligara al gobierno a presentar cualquier iniciativa de ley que procure poner fin a la matanza de niños y adolescentes en las escuelas el proyecto deberá debatirse en las instancias legislativas; ahí las discusiones para su aprobación no tienen límite y esto normalmente se usa para obstruirla o que ésta espere meses o que nunca sea incluida en el orden del día; otra traba pudiera ser que a la hora de decidir, aun cuando lo que se discuta sea de interés general, si una de las partes la veta, la reforma no pasa. De esta manera, pues, los dueños del dinero, a través de sus “lobbystas”, imponen sus intereses de clase e impiden la resolución de cualquier problema que no consideren su problema.
Después de lo sucedido en Uvalde se han producido cuatro tiroteos más: Búfalo, N.Y., Tulsa, Oklahoma, Racin, Wisconsin y Ames, Iowa. El jueves 2 de junio el Presidente Joe Biden lanzó un estridente: ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta de carnicerías en Estados Unido! E instó al Congreso a prohibir las armas de asalto y cargadores de alta capacidad, derogar la protección a los fabricantes contra las demandas por violencia y aplicar otras medidas sensatas para hacer frente a la cadena de tiroteos. Ahora bien, dada la correlación de fuerzas y sabiendo cómo opera la industria bélica, es de esperarse que el proyecto se resuelva a la manera de la fábula de Esopo, “El parto de los montes”; que estando a punto de dar a luz lanzan terribles truenos, rayos y centellas infundiendo pánico entre quienes los escuchan, para parir un pequeño ratón.
Lo inaudito ante los acontecimientos de Uvalde fue la tibia reacción de las masas en el país. En las pocas movilizaciones que se produjeron puede observarse un reducido número de participantes, la mayoría madres de familia. El “rebaño desconcertado” (así llamaba Walter Lippmann a la masa en Norteamérica) parece haber perdido capacidad de asombro ante el horror, no le conmueve ni la masacre ni la muerte de inocentes, la indiferencia parece haber suplido la conmiseración; en otra parte del mundo hechos semejantes hubieran movilizado millones de personas.
El fin de semana de los sucesos de Uvalde, políticos republicanos participaron como oradores en la Convención anual de la Asociación del Rifle en Houston, Texas, deploraron lo sucedido y condenaron la “maldad” que provocó el atentado, sin embargo, advirtieron, basados en la Segunda Enmienda, que el gobierno federal no puede legislar en favor del control de las armas. Donald Trump declaró que “los ciudadanos decentes deben poder armarse para defenderse del mal…La existencia del mal en el mundo no es motivo para desarmar a los ciudadanos respetuosos de la ley…Las políticas de control de armas impulsadas por la izquierda no habría hecho nada para evitar el horror ocurrido… quien lo hizo fue un lunático fuera de control. Por su parte, Greg Abbot, gobernador de Texas, había declarado a los medios: “Los texanos, que legalmente son dueños de un arma, ahora les será permitido portarla en público…el problema no son las armas es la salud mental de los individuos”.
Todo lo anterior da pena ajena, nada desafía tanto los sentimientos humanos como el dolor que provoca la muerte de un ser querido; es imposible conciliar la maldad con el dolor, el sufrimiento con la indiferencia del mundo. Ver el asesinato de niños o de cualquier otro ser humano como algo cotidiano es el colmo del cinismo y la indolencia.
En este lamentable episodio todo parece apuntar a la psicopatología de una cultura y de una sociedad decadente. ¿Cómo se manifiestan las psicopatologías? Desesperación y frustraciones generalizadas que pueden conducir a una crisis existencial ¿Por qué se han elevado en Norteamérica, durante los últimos años, las masacres, los suicidios y muertes por drogas (más de 150 mil en el último año)? ¿Estamos ante una sociedad esquizoide? El síntoma principal de estas patologías, dice Sloterdijk (Crítica de la razón cínica), es un pensamiento bochornoso de atmósfera social cargada de tensiones y ambivalencias. En semejante clima prospera una enorme disponibilidad a la perturbación colectiva, la vitalidad se desplaza hacia la simpatía con lo catastrófico, lo apocalíptico, lo espectacular y violento porque se ha perdido contacto con la realidad, de ahí su carácter patológico o bien, en los Estados Unidos el ¿para qué de la educación? se sintetiza en hacer de los sujetos un “cowboy americano del lejano oeste”. Sí es así, han formado magníficos ejemplares, pero a nivel de la gente común, éstas son víctimas del miedo, al mismo tiempo que son dominadas por el sentimiento de que no esperan esto de la vida.
Visto el fenómeno desde una perspectiva cultural, el shock espiritual que antecedió a la masacre hay que buscarlo en las narraciones inventadas para construir una cultura de armas, a lo que habría que sumar la desilusión, las dudas, la desconfianza y el distanciamiento social que en el país del norte se produjo a partir de los años ochenta con la implantación de los programas neoliberales y las progresivas socializaciones que se produjeron: mayores controles, conflictos, aumento de la criminalidad, psicosis y amenaza real o imaginaria de terrorismo y aparición de corrientes catastrófilas. Mas un gran desfile de mentiras a partir del cual se excluye toda posible felicidad. Esto produjo hostilidad, paranoia y el miedo se desplazó hacia la posesión y uso de las armas. El resultado fue la preformación (desarrollo de un individuo que ya estaba en crecimiento) de un sujeto que ahora no se reconoce sino en el poder de su arma.
Escribe Noam Chomsky: “Estados Unidos es el país más rico de la historia mundial. Tiene enormes recursos, el O.1% de la población, los multimillonarios, poseen la mitad de la riqueza nacional, su poder es inmenso, mientras la riqueza familiar media es negativa. En el país, desde finales del siglo XIX, vienen sucediéndose campañas para la construcción de una cultura de armas; para hacerlo posible, inventaron un salvaje oeste que nunca existió, en el que el más respetado era el más rápido en sacar la pistola y disparar. Todo es un invento; nada de esto ocurrió jamás, Estados Unidos es el único país desarrollado en el que la mortalidad está aumentando debido al uso indiscriminado de instrumentos de muerte”. (El Salto.com/pensamiento/Noam Chomsky. Agosto. 2019).
Efectivamente, por años el cine, la televisión, los medios electrónicos, los medios impresos, cierta música y alguna literatura han difundido, hasta impregnar a la masa, una pedagogía de la violencia con increíble éxito financiero y de consumo.
Ahora bien, pensamos y actuamos a partir de una cultura, somos tan inteligentes como nuestro entorno y el medio en que nos desarrollamos; pero cada individuo decide hacer suyas las diferentes visiones que recibe a través de la cultura familiar, escolar, religiosa y comunitaria; esto genera profundas diferencias en la manera en que las personas viven una misma realidad; cada uno atribuye a las mismas cosas sentido y significado diferentes y vivirá el mundo a su manera; entonces, es posible que una sea la interpretación que Trump o el hombre religioso hagan de la realidad y otra la que Juan Pérez y el materialista existencial harán sobre eso mismo. De esta manera, el poderoso, el creyente y el hombre común tendrán su propio punto de vista sobre los asuntos; en un mundo escindido, la razón se inclinará hacia el más fuerte, por el que exhiba mayores recursos intelectuales y de pensamiento porque la cultura hegemónica es la de las clases dominantes.
Las ideas recibidas y el discurso corriente no bastan cuando uno se enfrenta al mundo tal cual es; los oprimidos y las víctimas del sistema solo romperán el imprinting y harán valer sus fines cuando sean capaces de presentarse como contrapoder, es decir, ante la prepotencia de la industria bélica oponer la contrapotencia de los sindicatos, principalmente de los sindicatos de maestros, de las organizaciones civiles y los movimientos sociales, tan abundantes hoy en día.
El error más grotesco es pretender hacer creer a la gente que en Uvalde actuó un desquiciado que brotó de la nada; no es un lunático fuera de control, es un producto de su sociedad y del contexto que lo formó; su caso plantea una problematización compleja de carácter cultural y antropológico que no se resuelve con calificativos peyorativos ni con adiestramiento, entrenamiento y armamento en manos de profesores y personal de seguridad; sería necesario recurrir a otros factores como aliviar la situación económica de los más necesitados, mejorar las condiciones sociales, dar oportunidades y ofrecer servicios de salud pública gratuitos, incluso considerar la cantidad de criminalidad que puede absorber la comunidad sin poner en peligro su estabilidad; tampoco es posible tolerar indefinidamente una delincuencia permanentemente creciente.
En consecuencia, como toda sociedad humana, además de lo que se acuerde sobre la venta de armas Estados Unidos necesita sumar factores de carácter subjetivo: civilidad, ética, impulsar relaciones sociales comunitarias, procurar posibilidades de ascenso social, superación de la pobreza, empleo, servicios de salud, etc., pues de hecho no existen seres humanos brutales, sino su brutalización cuando las condiciones materiales de vida son degradantes, pues no existe la criminalidad, sino la criminalización, ni la idiotez, sino idiotizados, ni la egolatría, sino adiestramiento egoísta, no hay adultos menores de edad, sino víctimas de tutela; todo esto es lo que hace de algunos seres humanos criminales, pues son víctimas de una cultura que ha distorsionado su personalidad mediante factores de carácter formativo: psicológicos, pedagógicos, educativos y sociales. El malhechor no actúa con voluntad libre ni con absoluta espontaneidad es producto de una construcción social. El joven homicida de Uvalde es un signo de su tiempo, lo acaecido, síntoma de una sociedad en decadencia.
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