Rubén Martín
07/05/2023 - 12:04 am
COVID-19, lo que no aprendimos de la pandemia
La lección más importante de toda la pandemia es que seguimos atrapados en el mismo sistema capitalista de producción y consumo que propicia que se generen este tipo de enfermedades.
Cuando en diciembre de 2019 las autoridades sanitarias chinas reportaron casos atípicos de neumonía en Wuhan, China, nadie o pocos, muy pocos, imaginaron que esos primeros casos se extenderían en pocas semanas a todo el mundo y que impactarían a todo el planeta al poner en pausa todas las actividades humanas: laborales, educativas, de consumo, de entretenimiento y afectivas.
Así como esta nueva enfermedad se expandió con rapidez, la identificación de la misma ocurrió del mismo modo. “China notificó los primeros casos de neumonía en Wuhan el 21 de diciembre de 2019; la secuencia genética del virus se publicó al día siguiente y el 11 de enero la secuencia genética completa. El primer lote clínico de la primera vacuna candidata, la de Moderna, estuvo listo el 7 de febrero” (https://bit.ly/3AWSBtc). Y así se identificó al coronavirus SARS-CoV-2 que genera la enfermedad COVID-19, tal como fue bautizada oficialmente, y no como el “virus chino” como pretendía maliciosamente el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró a la COVID-19 como una crisis sanitaria de interés global el 30 de enero de 2020. Uno a uno, los distintos países por donde se iban reportando los contagios fueron decretando distintas medidas de emergencia sanitaria que coincidieron en un llamado al confinamiento de la población casi total a finales de marzo y comienzos de abril de ese año. Y así la mayoría de la población mundial empezamos a usar el cubrebocas, esta sencilla herramienta que resultó esencial para contener los contagios.
Dramáticamente las pantalla de TV y de los celulares se llenaron de imágenes de ciudades de todo el mundo, vacías en sus calles por el confinamiento obligado que ordenaron los gobiernos a la población de cada país. Las imágenes de los hospitales colapsados en ciudades del norte de Italia, Nueva York en Estados Unidos o los cadáveres en las calles de Guayaquil en Ecuador tuvieron un impacto mundial. Los días de confinamiento que algunos gobernantes prometieron que serían cortos, se extendieron intermitentemente por al menos dos años: 2020 y 2021. Hasta que las vacunas se probaron exitosamente y empezaron a distribuirse por el todo el mundo, aunque de un modo profundamente desigual pues los medicamentos fueron acaparados por los países más ricos del mundo.
Tres años después, el 5 de mayo pasado la OMS anunció que la COVID-19 ya no califica como una emergencia global. “Es con gran esperanza que declaro el fin de la COVID-19 como una emergencia sanitaria mundial”, dijo el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus. “Eso no significa que la COVID-19 haya terminado como una amenaza para la salud mundial”, dijo (https://bit.ly/3NMtWPF). El director de la OMS explicó que si bien oficialmente se reportan casi siete millones de fallecimientos provocados directamente por COVID-19, estimó que probablemente hubo al menos 20 millones de muertes por esta enfermedad, lo que la coloca como una pandemia con el mismo número de fallecimientos que provocó la mal llamada “gripe española” que afectó a la población mundial entre 1918 y 1920.
Oficialmente se reportaron más de 700 millones de contagios por COVID-19, solo 110 millones de ellos en Estados Unidos y 45 millones en la India. Se reportaron seis millones 870 mil 442 fallecimientos aunque la misma OMS señala que fueron tres tantos más; se contabilizan 619 millones de personas recuperadas, la aplicación 13 mil 300 millones de vacunas y al menos 5,580 millones de personas se aplicaron al menos una vacuna durante la pandemia. Jamás en la historia de la humanidad una enfermedad había impactado en tantas personas al mismo tiempo. Y nunca un mismo medicamento (la vacuna contra la COVID-19 con sus respectivas variantes), había sido aplicado a la escala como ocurrió.
Es pertinente subrayar que la pandemia no ha terminado, aunque para efectos prácticos la mayoría de los países ya levantaron las medidas sanitarias y pareciera que se volvió a la antigua normalidad de antes del COVID-19. Un tema de la mayor relevancia es que todavía no se ha dado una respuesta adecuada a todas las personas contagiadas que padecen Longcovid o COVID prolongado con diversas secuelas que merman y afectan su salud.
Pero ahora que la OMS declara el fin de la emergencia global a la COVID-19 vale la pena reflexionar si aprendimos de esta dura lección que la pandemia generó tanto en lo individual como sociedad. Creo que no. Si bien hubo una rápida respuesta de la ciencia y de la medicina para enfrentar la emergencia, la producción y distribución de la vacuna concentrada y monopolizada en los países ricos, reflejó el mundo desigual, dominante y de poder en el que vivimos.
La pandemia de COVID-19 afectó todos los órdenes de nuestra vida moderna, desde el mundo del trabajo definiendo que son más esenciales los trabajadores manuales que los intelectuales y quien sí puede trabajar en casa y quien no; la pandemia impactó en el sistema educativo de un modo profundo y redefinió la socialización para las nuevas generaciones; el virus invisible SARS-CoV-2 impactó también el mundo de los afectos y las relaciones personales. Muchas relaciones afectivas se reconfiguraron durante el confinamiento.
Al calor de la ola de contagios, se dijo que esta pandemia redefiniría las prioridades de los Estados y que a partir de entonces se impulsarían sistema de salud públicos sanos y robustos para estar preparados para nuevas contingencias de salud. Pero tres años después, ya no está tan claro que los Estados capitalistas inviertan lo suficiente en sistemas de salud públicos de calidad, como los que se necesitaron en la emergencia sanitaria.
La lección más importante de toda la pandemia es que seguimos atrapados en el mismo sistema capitalista de producción y consumo que propicia que se generen este tipo de enfermedades. Tal como muestra la película Contagio (2011) de Steven Soderbergh: en este momento en alguna parte del mundo, alguna máquina está derribando selvas y bosques y obligando a las especies que ahí vivían, a entrar en contacto con las poblaciones humanas, lo que produce las enfermedades zoonóticas, como la COVID. Es probable que COVID-19 ya sea manejable para seguir con los imperativos de la economía capitalista, pero nuevas pandemias se están gestando por estos mismos fines capitalistas. Me temo que no aprendimos nada de esta dura pandemia.
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