Ximena Santaolalla habló con SinEmbargo sobre su primera novela A veces despierto temblando, una historia contada a partir del registro de distintas voces sobre uno de los periodos más violentos que ha vivido Guatemala: la dictadura de Efraín Ríos Montt.
Ciudad de México, 7 de mayo (SinEmbargo).– Ximena Santaolalla ha debutado con su novela A veces despierto temblando (Literatura Random House), una historia que resultó ganadora del Premio Mauricio Achar 2021 y que es contada a partir de un mosaico de voces sobre las atrocidades cometidas durante dictadura del militar guatemalteco Efraín Ríos Montt, en este caso por kaibiles que son adiestrados en Estados Unidos “para abatir el comunismo, la guerrilla y los pueblos originarios”.
Guatemala vivió la época más sangrienta de su conflicto armado interno —que duró 36 años (1960-1996)— bajo la presidencia de facto del general golpista Efraín Ríos Montt (1982-1983). En 2013, el exdictador fue condenado por el genocidio de indígenas ixiles durante su mandato, pero la Corte de Constitucionalidad, máximo tribunal del país, revocó la decisión. Ríos Montt fue liberado de la prisión militar y puesto en arresto domiciliario donde libró otros intentos de someterlo a juicio hasta que en el primer día de abril de 2018 murió a causa de un infarto.
“En América Latina sí representa el mayor genocidio, no hay ninguno que haya sido igual de grande y que en tan poco tiempo hubo tantas pérdidas humanas. En año y medio murieron 100 mil personas. Aunque si pensamos en todo el conflicto en Guatemala desde los 60 hasta los 80, fueron 200 mil personas en total. Pero sólo en año y medio, la mitad. Fue impresionante, inimaginable. No solamente fueron asesinadas personas de pueblos originarios, sino también todo tipo de personas”, comentó al respecto Santaolalla en entrevista con SinEmbargo.
Su novela se mueve a través de diferentes momentos temporales y es contada a través de diversos personajes. El Ocelote, que entra al ejército por la pobreza extrema en la que vive y que termina siendo un kaibil, un militar de élite. “Probablemente sí había algo de él que disfrutaba de estar ahí, sino a lo mejor no hubiera seguido hasta ese tipo de entrenamientos tan severos. Es un personaje que tiene sus secretos, pero a lo mejor empezó por ahí”.
También está el “Dedos” que a diferencia del Ocelote ni siquiera quería enrolarse en el ejército, pero es secuestrado y llevado a la fuerza. “No lo dejaban salir y tenía que pasar el primer curso, pero también continuó los entrenamientos hasta convertirse en un kaibil”, un proceso en el cual el lector va conociendo el lado más salvaje de este militar.
Francisco Chinchilla es otro de sus personajes, un kaibil de élite que “está muy basado en un personaje real guatemalteco” y que forma parte del servicio secreto guatematelco, de torturar a quien consideren un enemigo de la patria, un acto que poco a poco los llevará a perder su humanidad y —en el futuro— a lidiar con los peores fantasmas de las atrocidades de esta dictadura.
Santaolalla comentó que lo primero que leyó para documentarse sobre este periodo fue la sentencia de la Jueza Iris Jazmín Barrios, cuando se acusó y luego se declaró culpable a Ríos Montt de genocidio.
“Soy abogada, fue de las primeras cosas que decidí leer, entre otras, pero sobre todo esa sentencia me impactó mucho porque hay declaraciones de personas que estuvieron ahí presentes durante las masacres o que perdieron a sus familias o vecinos. Esa sentencia me impactó muchísimo, fue muy doloroso leerla. Pensé en cómo se podría contar algo así sin que sea tan duro de leer porque no es algo que alguien quisiera leer por gusto o comprarse una copia de la sentencia o de los informes que existen sobre las masacres como se encuentran en Guatemala nunca más o en Memoria del silencio, ese tipo de documentos. Quise buscar otra forma de contarlo”.
Y es precisamente ésta una de las características de esta novela. Su prosa poética que es capaz de darle un trato más ameno al dolor causado por estos hombres de guerra a las víctimas.
“Suena mal la palabra de suavizar, pero hubo varias cosas que suavicé porque parecían mentira, parecía fantasioso que hubiera podido pasar algo tan terrorífico. Algunas torturas no las conté porque fueron demasiado, la imaginación humana a veces se va por ese lado de cómo poder hacer más daño. Es impresionante a los niveles a los que se puede llegar. Decidí no ponerlos en la novela por una cuestión de verosimilitud, parecía fantasioso”, comentó.
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—¿Cómo y por qué decides escribir sobre este periodo?
—Todo empezó con una situación particular en la que me encontré con una persona con la que estudié, él iba con un amigo suyo que resultó ser de Guatemala y me comentó que consideraba que en México no nos interesábamos por Guatemala y Centroamérica. En ese momento pensé que era cierto, no sabía nada de Guatemala. Me puse la tarea de leer algo que tuviera que ver con Guatemala. De pronto me vi sumergida en esa historia reciente y enamorada de alguna manera de ese país, aunque no había podido visitarlo, pero sí a través de lo que estaba leyendo.
—¿Lo que hizo Ríos Montt en Guatemala, el genocidio de las comunidades indígenas, representa la mayor masacre de una dictadura en América?
—En América Latina sí representa el mayor genocidio, no hay ninguno que haya sido igual de grande y que en tan poco tiempo hubo tantas pérdidas humanas. En año y medio murieron 100 mil personas. Aunque si pensamos en todo el conflicto en Guatemala desde los 60 hasta los 80, fueron 200 mil personas en total. Pero sólo en año y medio, la mitad. Fue impresionante, inimaginable. No solamente fueron asesinadas personas de pueblos originarios, sino también todo tipo de personas. El 33 por ciento de la población maya ixil fue asesinada en ese genocidio, en esa dictadura, por eso se considera que hubo un genocidio maya, pero en realidad se mataron personas de cualquier etnia y proveniencia. Aunque los que más sufrieron la violencia de Estado fueron personas que vivían en zonas rurales, más del 50 por ciento de los que fueron violentados vivían en zonas rurales.
—Tu historia está contada a partir de un mosaico de voces, con un lenguaje poético que ayuda a digerir ciertos pasajes, ¿cómo te documentaste para ir construyendo cada uno de estos personajes?
—Lo primero que leí, aunque suene extraño, fue la sentencia de la Jueza Iris Jazmín Barrios, cuando se acusó y luego se declaró culpable a Ríos Montt de genocidio. Soy abogada, fue de las primeras cosas que decidí leer, entre otras, pero sobre todo esa sentencia me impactó mucho porque hay declaraciones de personas que estuvieron ahí presentes durante las masacres o que perdieron a sus familias o vecinos. Esa sentencia me impactó muchísimo, fue muy doloroso leerla. Pensé en cómo se podría contar algo así sin que sea tan duro de leer porque no es algo que alguien quisiera leer por gusto o comprarse una copia de la sentencia o de los informes que existen sobre las masacres como se encuentran en Guatemala nunca más o en Memoria del silencio, ese tipo de documentos. Quise buscar otra forma de contarlo.
—Cuando leíste la sentencia, ¿hubo algo que te cimbrara en específico?
—–Sí, hay un pasaje de una víctima que cuenta cómo su familia o una persona cercana ya no pudo comerse la comida, la dejó caliente y preparada en la mesa, no recuerdo si era en la mesa o en otro lado, pero me impactó mucho el pensar que preparó sus cosas, las dejó listas y ya no regresó a comer. Ese detalle me impactó mucho.
—Retratas el lado humano de los personajes, no sólo te centras en las atrocidades. Los muestras con sus demonios y vulnerabilidades.
—Sí, no quería que fuera como una caricatura de Disney, a lo mejor ya han evolucionado, pero cuando era niña era muy evidente quién era el bueno o el malo. Quería mostrar que hay personas que creen que nunca podrían encontrarse en una situación en la que dañarían a otras personas y resulta que podría darse el caso, de ir poco a poco perdiendo la poca humanidad y la sensibilidad, de repente encontrarse con haber hecho algo terrible.
Es un aspecto que siempre me ha interesado mucho y del que quería hablar en la novela. Sé que no son así todos los casos, hay personas que disfrutan haciendo daño, pero también hay otras que no, que poco a poco se van encontrando con esa situación.
Ocelote, uno de los personajes de la novela, empieza enrolándose en el ejército por pobreza extrema, de hambre, aunque termina siendo un kaibil, un militar de élite. Probablemente sí había algo de él que disfrutaba de estar ahí, sino a lo mejor no hubiera seguido hasta ese tipo de entrenamientos tan severos. Es un personaje que tiene sus secretos, pero a lo mejor empezó por ahí.
También está el Dedos que ni siquiera quería enrolarse en el ejército, fue secuestrado y se lo llevaron. No lo dejaban salir y tenía que pasar el primer curso, pero también continuó los entrenamientos hasta convertirse en un kaibil.
—¿Tus personajes existieron?
—El kaibil Francisco Chinchilla está muy basado en un personaje real guatemalteco, pero todos tienen aspectos reales y de ficción. Se me hace muy interesante relatar de una forma cercana las vidas de personas reales, pero me gusta la ficción, entonces no podría decir que cierto personaje es esta persona porque no lo hice de esa forma, está ficcionado y muchas cosas las escribí de la manera en que están escritas para que funcionaran en la novela por razones de drama y narrativas. No podría decir que tal personaje es una persona real exactamente, pero me basé en personas y hechos reales en general.
—¿Ríos Montt puede superar la ficción?
–Sí y no solo Ríos Montt. Suena mal la palabra de suavizar, pero hubo varias cosas que suavicé porque parecían mentira, parecía fantasioso que hubiera podido pasar algo tan terrorífico. Algunas torturas no las conté porque fueron demasiado, la imaginación humana a veces se va por ese lado de cómo poder hacer más daño. Es impresionante a los niveles a los que se puede llegar. Decidí no ponerlos en la novela por una cuestión de verosimilitud, parecía fantasioso.
—Y con respecto al entrenamiento de los kaibiles, ¿mucho de los que planteas sigue ocurriendo en la realidad en los cuerpos militares de élite?
–Sí, sigue ocurriendo. Para empezar, una persona que pasa por ese tipo de entrenamientos sabe cómo hacer su trabajo muy bien. Son personas que conocen a fondo de inteligencia, de tortura, de interrogatorios, y además, saben aplicarlo sin reservas, como un trabajo que hay que hacer. No digo que todos sean exactamente así, pero en general para eso es el entrenamiento, para volverse un arma fácilmente utilizable por el Estado. Sin embargo, el Estado no puede tener control para siempre de estas personas porque pueden ganar mejor trabajando para otras organizaciones, pueden obtener mucho más dinero, por ejemplo, si forman parte del crimen organizado. Aunque no solo es una cuestión de dinero, también una persona está entrenada para ir perdiendo su humanidad, ir adormeciendo sus sentimientos, entonces probablemente en otros foros o situaciones pueda permitirse más cosas para vivir esta pérdida de la humanidad, como podría ser una organización como los Zetas. Están esos dos elementos, el del dinero y el de no estar tan subordinados al Estado, sino tener más libertad y poder aprovechar lo que han aprendido en otras áreas.
—¿Cuál es la conexión de muchos de tus personajes con la historia de México?
–La historia que cuento no es linda ni amorosa, entonces desgraciadamente los vínculos que cuento entre Guatemala y México tampoco lo son. Son vínculos que tienen que ver con tener que migrar de manera forzada, el tener que esconderse, cambiar de identidad, el quererse alejar de un lugar que le hizo mucho daño, como es el caso de Aura, que se va porque después de haber sido torturada y haber sido secuestrada más de un año, no quiere seguir viviendo ahí.
Me gustaría también platicar que no solamente esa es la manera, también hay muchísimas personas que viven en México porque quieren hacerlo o mexicanos que quieren vivir en Guatemala simplemente por la cercanía, por el idioma y porque hay muchísimas similitudes culturales. Probablemente mucha gente de allá se sienta cómoda acá y muchísima gente de acá se sienta cómoda allá. Hay similitudes también en la comida. También eso es importante reconocerlo, hablar de esa cercanía.