Ernesto Hernández Norzagaray
07/05/2022 - 12:02 am
El partido del sombrero
“(…) no es excesivo, cuando se habla de que si como país no logramos meter el freno institucional podríamos ir a toda velocidad a una narcocracia y no como lo dice el Presidente López Obrador que, si se aprueba la iniciativa de Reforma Electoral, presentada la semana pasada en la Cámara de Diputados viviríamos en una ‘auténtica democracia’”.
La ciencia política clásica difícilmente elaboraría una clasificación que incluya lo que llamo “partido del sombrero”, es decir, un tipo de “partido” que se sale de los cánones convencionales de izquierda -derecha, o de los llamados clivajes nacionalistas o regionalistas, lo que supondría que la definición mencionada atiende más al periodismo de investigación que a una tipología politológica seria y rigurosa.
Sin embargo, si nos remitimos al origen de los partidos políticos lo que no vamos a encontrar es que estos se constituyeron a partir de los grupos de interés económico, laboral, regional o religioso y si bien ese mundo de pertenencia partidaria se ha ampliado con nuevas identidades políticas, por ejemplo, los partidos verdes o regionalistas, también hemos testigo de la incursión subrepticia de grupos criminales en las elecciones con candidatos propios o con aquellos que están bajo su esfera de influencia.
Lo sorprendente, al menos, en México, es que estas organizaciones, que tienen fines criminales, ejercen una relativa transversalidad en el sistema de partidos de manera que lo hacen al margen de las identidades partidarias generando un complejo sistema de relaciones sociales y políticas que se traducen en formas sui generis de poder que algunos autores le llaman genéricamente narcopolítica.
El Diccionario de la Lengua Española define la narcopolítica como: “Actividad política en que las instituciones están muy influidas por el narcotráfico”. Esa influencia evidentemente tiene sus propias rutas de apropiación de lo público. Y si, todavía hasta a los años noventa del siglo pasado, había indicios de que los llamados “señores del narco” estaban al servicio del poder político y una regla no escrita es que no debían meter sus manos en la política ni contra los políticos (Léase el libro de Luis Astorga: Drogas sin Frontera, Grijalbo).
Ya en este siglo fueron incrementando sus propios intereses al margen del antiguo tutelaje priista. Y fueron transformándose en factores reales de poder en las regiones del país donde operaban. De manera que les interesaba saber quienes eran los candidatos a los cargos de elección popular y, sobre todo, aquellos, que tenían posibilidades de triunfo electoral.
Y fue así, como intervinieron en la postulación de candidatos afines a sus intereses y eso ha significado “limpia” de adversarios políticos en estados, alcaldías y distritos. Eso ha pasado del palomeo de candidatos a la neutralización de ciertas candidaturas, de la promoción de candidatos afines a la violencia en las campañas y en muchos, muchísimos casos, en los últimos procesos electorales federales y locales se ha asesinado a quienes no se someten a esa directriz subterránea.
Grotescamente esa es la expresión del llamado “partido del sombrero” que en las pasadas elecciones locales arrasó en todos los estados de la costa del Pacífico dejando un registro de candidatos que renunciaron, que fueron impuestos o violentados y más de un centenar de asesinados en campaña. Entre estos asesinados se encuentran dirigentes partidarios y operadores políticos.
Con este tipo de campaña paralela evidentemente el resultado de la elección en muchas regiones fue el previsible pues ganaron los que tenían que ganar. Y si un instrumento funciona, con un bajo costo político es muy probable que se siga utilizando donde ya se utilizó y se vaya ampliando el espectro territorial.
Recordemos que, de esa cadena de crímenes ocurridos en 2021, no hay resultados judiciales sobre quien los cometió y atendiendo a que razones de grupo.
Esto es que si tenemos en el país un 95 por ciento de impunidad en el caso de los crímenes políticos locales podría ser del 100 por ciento. Y eso no significa justicia para los muertos y deudos, sino una afrenta contra nuestra frágil democracia representativa.
Entonces, no es excesivo, cuando se habla de que si como país no logramos meter el freno institucional podríamos ir a toda velocidad a una narcocracia y no como lo dice el Presidente López Obrador que, si se aprueba la iniciativa de Reforma Electoral, presentada la semana pasada en la Cámara de Diputados viviríamos en una “auténtica democracia”.
Al contrario, la ausencia de financiamiento público no acabaría con el sistema de partidos sino abriría las puertas al proveniente de los poderes fácticos. Y es que los partidos podrían dejar de ser entidades de interés público para convertirse probablemente en organizaciones al servicio de particulares. Sería técnicamente la derrota de la política institucional. Soy partidario de que el costo de las elecciones ha llegado a un punto muy alto y es necesario armar consensos políticos para reducirlos sensiblemente.
Lamentablemente eso no habrá de ocurrir por los escasos incentivos que tiene este pretendido modelo de democracia electoral y por lo que la oposición, nunca la votaría a favor. Pasará como recientemente lo escribió en estas páginas Jorge Zepeda Patterson como una iniciativa que está más pensada en clave de una historia personal, que de una construcción institucional duradera.
Cierto López Obrador en este asunto está más interesado en dejar registro de haberla propuesto y que esta no fue aceptada por la oposición. Su narrativa está marcada por los símbolos de la buena patria y la disputa permanente, con sus enemigos reales o ficticios, por eso cuando se le plantean los problemas del día a día con el narco, las masacres, los feminicidios, las muertes violentas de jóvenes y un largo etcétera, que se sale de su guion, les da la vuelta y pone el foco en aquellos enemigos o cómo algún analista calificó quijotescamente de una lucha contra molinos de viento.
El neoliberalismo es su expresión más abstracta o los dueños del dinero en México. La abstracción como recurso retórico. Y así, buscara llegar hasta el final, tiene de su lado un sector de la población muy susceptible a sus mensajes soberanistas. Las prédicas de la patria y la epopeya nacionalista de la 4T. El resto puede esperar porque el crimen organizado “también es pueblo”. Y es cuando el partido del sombrero, el partido del crimen organizado, con sus expresiones regionales, adquiere su significado mayor porque esta en medio de la prédica nacionalista, aunque en abril, hemos visto que se manda solo. Lejos de un relato democrático institucional. Que a la larga seguirá en su empeño de captura de las instituciones del Estado mexicano. Y eso, si no se detiene, terminara trastocando cada día más nuestra democracia electoral.
En definitiva, hablar del partido del sombrero o de cualquier otra figura que vaya por donde mismo, con mayor o menor valor politológico, es algo que los grandes medios de comunicación no quiere ver por estar enfrascado en la disputa mediática o los cálculos de las elecciones de este y el siguiente año, para igual no ver el México bárbaro de los enfrentamientos o la apropiación de regiones enteras del país.
Al tiempo.
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