Para llegar al hospital Enrique Cabrera, este padre de familia debe hacer varios transbordos en el transporte público o pagar los 300 pesos (unos 12 dólares) que le cuesta un taxi, un monto que se le hace difícil y para el que le ayudan sus amigos y familiares.
Por Miquel Muñoz
México, 7 de mayo (EFE).- La historia de Rubén Garcés se hizo viral en México por la foto de Efe de su mujer, María, recostada en los asientos de atrás de un vehículo a la espera de ser recibida en un hospital. Con evidentes síntomas del COVID-19, ella ya no podía articular palabra.
Nueve días después, la mujer sigue ingresada, su hijo menor recibe tratamiento en otro hospital y la hija que conducía el automóvil tiene también síntomas de la enfermedad. Así se lo cuenta Rubén a Efe en una entrevista telefónica desde su casa de Tláhuac, en el sureste de Ciudad de México, tras pasar el día esperando noticias en el hospital.
“Siento impotencia. Mucha gente me anima. ‘Échale ganas, Rubén, no estás solo. (…). A mí todo eso me da ánimos”, relata.
DÍAS DIFÍCILES
Rubén pudo despedirse de su mujer, a la que llama cariñosamente Mari, cuando finalmente ella entró al hospital Enrique Cabrera, horas después de la captura de la instantánea de la fotógrafa Sáshenka Gutiérrez, aunque ella ya “nada más movía la cabeza” de camino a la planta de aislamiento, lamentó.
“Échale ganas, amor, que eres una guerrera, ánimo cabrona -que yo así le digo-. Vamos a salir adelante”, fueron las palabras que brindó a su mujer la última vez que la vio.
Mientras Mari ya estaba aislada, el Presidente del país, Andrés Manuel López Obrador, insinuó el 30 de abril que la fotografía del caso era falsa, al asegurar que la directora de ese hospital ni siquiera sabía de su existencia.
“Salió también una foto de una persona que no fue atendida en un hospital de Tláhuac y me comentó la jefa de Gobierno (Claudia Sheinbaum) que habló con la directora, creo que una doctora del hospital, dice: ‘Ni siquiera sé de lo que me está tratando’. O sea, hay muchas noticias falsas”, aseguró el mandatario.
Mari está ahora estable dentro de la gravedad y consciente algunos días, por lo que Rubén tuvo la oportunidad de repetirle ese mensaje a través de una carta que le llevó al hospital.
“Le dije que la quiero mucho, que la queremos ver todos aquí en la casa, que vea por sus hijos, que todos sus hermanos estaban pendientes de ella, que le eche muchas ganas (porque) es una guerrera”, revela sobre la misiva.
Además, Garcés le decía en esa carta que no se preocupara por sus hijos, que están bien, aunque como reconoce “lamentablemente eso es mentira”.
CONTAGIOS EN LA FAMILIA
Rubén y Mari se casaron con 14 años, hace ya 38, y tienen dos hijos y dos hijas en común, que van desde los 37 a los 24 años de edad.
El más joven de todos ellos, llamado Rubén, como su padre, vive en casa todavía y se contagió también de COVID-19, por lo que el lunes fue trasladado en ambulancia al hospital Belisario Domínguez.
“Rubén está consciente. Eso es una garantía”, cuenta su padre, que recibe actualizaciones de su estado médico por teléfono, mientras que para saber de su mujer tiene que presentarse en el hospital. Desde sus ingresos hospitalarios no ha vuelto a ver a ninguno, ni siquiera por videollamada.
Para llegar al hospital Enrique Cabrera, este padre de familia debe hacer varios transbordos en el transporte público o pagar los 300 pesos (unos 12 dólares) que le cuesta un taxi, un monto que se le hace difícil y para el que le ayudan sus amigos y familiares.
Una de las hijas medianas, llamada Mari, como su madre, también tiene síntomas de la enfermedad, sostiene Garcés.
Mari es la joven que iba en el vehículo de hospital en hospital con su madre en los asientos traseros. “Mi hija está un poco mal”, denuncia su padre, que no tiene los recursos para acudir a un médico privado y teme que se le detecte la enfermedad tarde.
DESEADO REENCUENTRO
El propio Rubén se encuentra en la misma situación que su hija, sin saber si está infectado del virus o no, porque ningún hospital le hace la prueba, aunque dice no tener síntomas.
Hasta el momento, las autoridades mexicanas reportan 27 mil 634 casos confirmados y 2.704 muertes, aunque ya se ha logrado aplanar la curva, según el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, encargado de manejar la pandemia.
En la Ciudad de México, la zona más afectada, el número de casos sube a siete mil 521 casos y más de 600 defunciones.
Y la ocupación hospitalaria en la capital, según los datos más recientes, es del 71 por ciento para camas en general y del 59 por ciento para camas con ventilador, destinadas a enfermos críticos.
Pese a que la saturación no es total y se han habilitado nuevos centros médicos para atender a enfermos de COVID-19, familiares de contagiados alegan falta de información y ello lleva a que algunos enfermos van de hospital en hospital buscando una cama.
Garcés, pese a encontrarse bien, ha limpiado las almohadas de su hijo y de su mujer, y usa desinfectante por toda la casa “para prevenir más que nada una infección o para que se vaya desalojando el virus”.
Mientras, sus ahorros “se van quedando a cero”, porque aunque esté solo en casa ahora mismo, este mexicano, que fue incluso temporero agrícola siete años en Canadá, no encuentra de dónde sacar ingresos.
“De hojalatero, pintando casas, arreglando casas para meter electricidad y luz. No me quedo estancado, no me quedo parado en el trabajo, pero ahora sí estoy estancado”, asegura, en un momento en que su ocupación principal es organizar eventos deportivos y ayudar a su hermano en la mecánica.
Pese a lo delicado de la situación, Rubén no pierde la esperanza y piensa en volver a ver a sus hijos y a su mujer, que cumplirá 53 años el día 26 de este mes, una celebración que “nadie se imagina” cómo desea compartir con ella.
“Todos los años le preparo una barbacoa ahí. Está su familia y está la familia de nosotros, nada más los más allegados”, rememora emocionado.