Israel ha restringido mucho las entregas humanitarias de comida, agua, medicamentos y otros suministros a Gaza durante la guerra, que comenzó con el ataque de Hamás del 7 de octubre en el sur de Israel, donde los milicianos mataron a unas mil 200 personas y capturaron a unos 250 rehenes.
Por Julia Frankel y Wafaa Shurafa
Nuseirat, Franja de Gaza, 7 de abril (AP).- Los cohetes cruzaban el cielo de Gaza la mañana del 7 de octubre cuando Amal al-Taweel se puso de parto y acudió a toda prisa al hospital del cercano campo de refugiados de Nuseirat. Tras un nacimiento difícil, ella y su esposo, Mustafa, pudieron por fin sostener en brazos a su hijo Ali, después de tres años intentando tenerlo.
Rola Saqer rompió aguas ese día cuando se cobijaba de los ataques israelíes en Beit Lahia, una población gazatí cerca de donde los milicianos de Hamás habían sobrepasado la frontera horas antes en el ataque que desencadenó la guerra. Ella y su esposo, Mohammed Zaqout, llevaban cinco años tratando de tener hijos, y ni siquiera las terroríficas explosiones a su alrededor iban a impedirles ir al hospital para que naciera su bebé esa noche. Saqer dio a luz a Masa, que significa diamante en árabe.
Las familias salieron de los hospitales para encontrar un mundo cambiado. En el segundo día de vida de los bebés, Israel declaró la guerra a Hamás y sus cazas sobrevolaron los vecindarios donde se suponía que iban a crecer Ali y Masa. En los seis meses desde que nacieron, las parejas han experimentado las dificultades de la paternidad inicial en medio de un conflicto brutal.
Los ataques aéreos destruyeron sus casas y no han tenido un refugio fiable, ni acceso continuado a atención médica y suministros para los bebés. Los niños tienen hambre, y pese a todos los planes que hicieron sus padres antes de la guerra, temen que las vidas que esperaban dar a sus hijos se hayan desvanecido.
“Me estaba preparando para otra vida, una hermosa, pero la guerra cambio todo eso”, dijo el miércoles Amal al-Taweel a The Associated Press. “Apenas vivimos al día, y no sabemos qué ocurrirá. No hay planes”.
Saqer recordó la esperanza que tenía antes de la guerra.
“Esta es mi única hija”, dijo, acunando con suavidad a Masa en una cuna. “Preparé muchas cosas y ropas para ella. Le compré un armario una semana antes de la guerra. También planeaba sus cumpleaños y todo. Llegó la guerra y lo destruyó todo”.
DE NUSEIRAT A RAFAH
La familia Al-Taweel pasó los primeros días de la vida de Ali yendo de su casa a las de sus parientes en busca de seguridad. Los edificios cercanos seguían siendo blanco de ataques: primero uno junto a la casa de la hermana de Amal, y luego otro junto a la de sus padres.
Cuando la familia se refugiaba en casa el 20 de octubre, las autoridades israelíes emitieron una orden de evacuación advirtiendo de un ataque inminente y dieron a los vecinos 10 minutos para marcharse.
“Tuve que evacuar. No pude llevarme nada, ni identificaciones, ni certificados de la universidad, ni ropa para mi hijo”, dijo Amal al-Taweel. “Ni siquiera leche, pañales y juguetes que había comprado para mi hijo”.
La familia encontró un refugio temporal en la casa de los padres de Amal en el centro de Gaza, donde se cobijaron 15 familiares.
Cerca de allí, Saqer, su esposo y su hija encontraron un hueco en la casa de dos habitaciones de un familiar donde se alojaban más de 80 parientes. Estaba tan abarrotado, señaló, que los varones de la familia levantaron una carpa fuera para que mujeres y niños pudieran dormir mas cómodos bajo techo.
Cuando las tropas terrestres israelíes avanzaron sobre el centro de Gaza en diciembre, las dos jóvenes familias se dirigieron a la ciudad más septentrional de Gaza, Rafah, donde ahora hay cientos de miles de palestinos desplazados.
CAMPAMENTOS DE CARPAS, SIN COMIDA
Como muchos de los que han buscado cobijo en la abarrotada Rafah, la familia Al-Taweel vivió en una carpa, donde se quedaron más de un mes.
“Fue la peor experiencia de mi vida, las peores condiciones en las que he vivido jamás”, dijo Amal Al-Taweel.
Israel ha restringido mucho las entregas humanitarias de comida, agua, medicamentos y otros suministros a Gaza durante la guerra, que comenzó con el ataque de Hamás del 7 de octubre en el sur de Israel, donde los milicianos mataron a unas mil 200 personas y capturaron a unos 250 rehenes.
Israel se ha cobrado un precio terrible: más de 33 mil palestinos han muerto, unos dos tercios de ellos mujeres y niños, según las autoridades palestinas de salud, cuyo conteo no distingue entre civiles y combatientes. La ofensiva israelí ha sumido a Gaza en una crisis humanitaria, desplazado al 80 por ciento de la población y dejado más de un millón de personas al borde de la inanición.
Ali, al que se le había diagnosticado gastroenteritis antes de que la familia huyera a Rafah, tenía vómitos y diarrea crónicos, síntomas de malnutrición que según la principal agencia de salud de Naciones Unidas ahora son habituales en uno de cada seis niños pequeños de Gaza. Está por debajo de su peso, con apenas 5 kilogramos.
“Ni siquiera puedo alimentarme yo para alimentar adecuadamente a mi hijo”, dijo Amal al-Taweel. “El niño pierde más peso del que gana”.
A sus padres les preocupaba el sarpullido en su cara, y trataban de protegerle de la exposición casi constante al sol en la carpa.
Mustafa al-Taweel pasó meses trabajando como mesero en una cafetería de Ciudad de Gaza para ahorrar para comida de bebé, juguetes y ropa. Ahora no le puede comprar a su hijo ni los artículos más básicos en Rafah. La guerra ha traído consigo escasez de productos de primera necesidad, y los pañales y la leche de fórmula son difíciles de encontrar o muy caros. Han tenido que recurrir a la comida enlatada de Naciones Unidas.
“Su padre trabajaba todos los días para conseguirle leche, pañales y muchas otras cosas que necesitaba”, dijo Amal al-Taweel. “Incluso los juguetes se han perdido. No hay nada que podamos pagarle”.
La familia necesitaba ayuda y en febrero decidió regresar a la casa de los padres de Amal, en el centro de Gaza.
Cerca de donde vivían los Al-Taweel en Rafah, Masa y sus padres encontraron sitio en el campo de refugiados de Shaboura. Vivieron en una pequeña carpa que hizo la pareja cosiendo sacos de harina, explicó Saqer.
Cuando llovía se formaban charcos de barro en torno a la carpa y la zona siempre olía a aguas residuales. Hacer cualquier cosa requería hacer fila, de modo que ir al baño podía tomar horas.
Masa enfermó. La piel se le puso amarillenta y parecía tiene fiebre constante, con gotas de sudor en su pequeña frente. Saqer intentó amamantarla, pero no podía producir leche porque también ella estaba malnutrida. Le salieron llagas en el pecho.
“Incluso cuando soporto el dolor e intento amamantar a mi hija, lo que bebe es sangre, no leche”, dijo.
Desesperada, Saqer vendió paquetes de ayuda que habían recibido de la ONU para comprar leche de fórmula para Masa. Al final decidió regresar al centro de Gaza para buscar tratamiento médico para su hija, dejó a su esposo atrás para cuidar de la carpa, y emprendió el viaje en un carro tirado por un burro.
DE VUELTA AL CENTRO DE GAZA
Las dos madres probaron suerte en el hospital Al-Aqsa una vez llegaron al centro de Gaza. Saqer tuvo suerte, los médicos allí le dijeron que Masa tenía un virus y dieron medicinas al bebé.
Pero a Amal le dijeron que Ali necesita una cirugía para una hernia que no podían realizar. Como la mayoría de los hospitales de Gaza, Al-Aqsa sólo hace cirugías de vida o muerte. Tras casi seis meses de guerra, el sector de salud se ha visto diezmado. Apenas 10 de los 36 hospitales funcionan aunque sea de forma parcial. El resto han cerrado o apenas funcionan porque se quedaron sin combustible ni medicinas, fueron asaltados por tropas israelíes o sufrieron daños en los combates.
Cuando las familias se plantean su futuro, no pueden imaginar que las vidas de sus hijos se acerquen a lo que habían planeado. Saqer dijo que incluso si su familia pudiera volver a su hogar en el norte de Gaza, sólo encontrarían escombros donde antes estaba su casa.
“Lo mismo que sufrí en Rafah, lo sufriré en el norte”, dijo. “Pasaremos toda nuestra vida en una carpa. Sin duda será un vida dura”.