México vive su peor momento de la pandemia. Se acerca con rapidez a los dos millones de infectados, muchos hospitales están copados, escasea el oxígeno, la población abarrota las calles y la vacunación sólo se inició de manera muy incipiente entre profesionales de salud (no médicos generales) porque faltan vacunas, aunque millones de dosis están teóricamente por llegar.
Por Diego Delgado
CIUDAD DE MÉXICO, 07 febrero (AP).- El doctor Rafael Galindo comenzó a atender consultas en el barrio más poblado de Ciudad de México —Iztapalapa— hace cuatro décadas cuando las calles ni siquiera estaban asfaltadas. Ahora, es uno de los médicos más populares de su colonia por ayudar en la recuperación de muchos enfermos de coronavirus.
Galindo es uno de los más de 270 mil médicos de familia que hay en México y que son los que pasan probablemente más desapercibidos durante la pandemia pese a que suelen ser el primer contacto de los infectados, los que les dan las primeras recomendaciones y pueden prevenir hospitalizaciones y muertes.
Este profesional, de 66 años, no vigila intubados, ni va enfundado en plástico de pies a cabeza. Pasea por los mercados con un cubrebocas, un maletín y un oxímetro colgado al cuello mientras los vecinos le saludan.
“Me dieron referencia con él varias personas que vinieron y tuvieron muy buenos resultados”, asegura Marta Alarcón. Por eso se animó a llevar ahí a su hermano.
Su pequeño consultorio, en una calle comercial cercana a la cárcel del sur de la capital, es uno de los más recomendados en un barrio de 1,8 millones de habitantes, marcado por la violencia y las drogas. También es el barrio con más infectados de una ciudad con más de medio millón de casos: ha tenido más de 76 mil contagiados y 4 mil 500 muertes por COVID-19.
Esas son las cifras confirmadas, aunque en realidad podrían ser mayores, según los expertos.
México vive su peor momento de la pandemia. Se acerca con rapidez a los dos millones de infectados, muchos hospitales están copados, escasea el oxígeno, la población abarrota las calles y la vacunación sólo se inició de manera muy incipiente entre profesionales de salud (no médicos generales) porque faltan vacunas, aunque millones de dosis están teóricamente por llegar.
Este fin de semana, el gobierno de Ciudad de México dio a conocer las últimas cifras de exceso de mortalidad que muestran un número récord de decesos relacionadas con el coronavirus en enero, una media de 369 diarias.
En total desde que comenzó la pandemia más de 41 mil personas han muerto en la capital por COVID-19 o sospechosa del virus frente a las poco más de 23 mil 700 que forman parte de las estadísticas del gobierno federal, que solo considera los decesos confirmados.
Galindo no duda que los dos primeros pacientes contagiados que atendió fue en marzo.
“Habían asistido a una fiesta y todos se enfermaron”, recuerda. Llegaron con neumonía en un momento en el que apenas se vislumbraba el alcance de la enfermedad que, en los meses siguientes, se empezaría a cobrar miles de muertos en los cinco continentes. Los dos acabaron falleciendo.
Poco a poco fue adoptando los tratamientos recomendados por los científicos a los que añadía consejos aprendidos según iba tratando nuevos casos: tomar te con aspirinas y limón o que no se bañaran durante unos días, porque muchas veces los baños están en lugares exteriores y podían enfriarse.
Ante el desabasto de oxígeno, que ha sido particularmente duro en esta zona de la ciudad, y la falta de dinero, Galindo defiende las adaptaciones que muchas personas han hecho de compresores de pecera o nebulizadores como alternativa para oxigenarse y respirar un poco mejor.
Y cada vez insiste más en la utilidad de que a los primeros síntomas sus pacientes se hagan la prueba. Sin embargo, sabe que no todos le escuchan por la falta de recursos o la saturación de los lugares donde las realizan de forma gratuita. El propio Galindo no siguió su recomendación cuando se enfermó, según dice, porque tuvo síntomas leves y optó por aislarse por completo.
Ahora confía en que pronto le llegue el turno para vacunarse. Su familia teme por su salud aunque él dice sentirse bien y satisfecho con lo que hace.
“Soy un joven, tengo 66 años”, bromea. “La gente necesita quien los ayude”.