Jorge Alberto Gudiño Hernández
07/01/2024 - 12:01 am
Escupir por método
Y como no hay forma de iniciar una campaña en contra de los escupitajos en el campo (ni habría quien se sumare al intento), supongo que me tocará ver cómo aumenta el volumen de los salivazos en los campos de juego a donde van mis hijos.
Corro con regularidad. No soy veloz, comencé tarde y nunca ganaré una carrera, pero entiendo los beneficios que me otorga y escucho audiolibros mientras lo hago. Así que no me la paso tan mal. En algunos de los lugares que frecuento para correr, hay avisos o advertencias. El más recurrente es el que pide a los corredores no escupir. Me parece sensato, toda vez que no es agradable toparse con flemas o gargajos por donde uno va transitando. Además, si son muchas las personas, siempre se corre el riesgo de que el salivazo o el esputo se esparza de forma tal que le caiga a otro encima. Así que aplaudo la iniciativa.
Como la carrera es actividad solitaria, uno no puede evitar las preguntas. ¿Por qué en un parque, en una pista, en un circuito y demás se conmina a los corredores a no escupir? Alguien me explica que, cuando se hace mucho ejercicio, a diferentes personas se les acumulan flemas que deben sacar. Vaya. Supongo que yo nunca he hecho demasiado ejercicio.
Mis hijos van al futbol. Nadie escupe en sus entrenamientos ni en sus partidos. No lo hacen los miembros de sus equipos ni sus rivales. B, el mayor de los dos, a veces refuerza en una categoría superior. Y resulta que, en ésta, cada tanto, un chico ya entrado en la adolescencia escupe en el campo. No son gargajos cargados de flemas sino más bien un automatismo.
Como puse la discusión sobre la mesa con varios enterados del futbol, quiero hacer énfasis en ello: no parece obedecer a una cuestionable necesidad fisiológica (el asunto del exceso de ejercicio y las flemas) sino a un automatismo.
Vi la final de la liga mexicana porque les interesaba a varios en la casa. Conté decenas de escupitajos. De jugadores agotados (el partido se fue a tiempos extra), pero también de otros al inicio del encuentro. Más aún, anunciaron un cambio. El jugador que iba a entrar esperaba en la banda a que saliera su compañero. Cuando lo hizo, justo antes de pisar la cancha, escupió. De nuevo, un salivazo inocuo, automático.
Así es que eso de que los futbolistas escupan es cultural, sostuve con mis interlocutores. Escupen los futbolistas que son un referente en este país, escupen los corredores y acabamos embarrándonos de secreciones varias en un partido de futbol (porque también se suenan en el campo, pero ése es otro asunto).
Hubo un nuevo intento por convencerme de las flemas y el ejercicio extremo. “Pero los tenistas no escupen”, reviró alguien más. Y fue cierto. Al menos, yo no recuerdo a ningún tenista en un torneo de Grand Slam lanzando un esputo hacia el tartán. Tampoco a un basquebolista (la duela quedaría imposible), a un jugador de squash o de pádel, a un golfista. Los jugadores de americano se condenarían a sí mismos de escupir con el casco puesto… Es claro que con los beisbolistas la cosa cambia justo porque es un asunto cultural (aquello de mascar tabaco y salivar) que ellos mismos deben soportar: sus casetitas deben ser asquerosas.
Es cultural, es necesario o es un automatismo. No creo que sea necesario salvo para unos cuantos. No para el chamaco que no lo había hecho hasta la nueva temporada, no para el que apenas ha calentado y le funciona más como ritual para entrar a la cancha, no para quien lo hace a los cinco minutos de iniciado el encuentro y, sobra decirlo, no para todos los que no escupen en la cancha. Un vicio, pues. Eso parece. Y como no hay forma de iniciar una campaña en contra de los escupitajos en el campo (ni habría quien se sumare al intento), supongo que me tocará ver cómo aumenta el volumen de los salivazos en los campos de juego a donde van mis hijos. Mientras eso sucede, yo seguiré obedeciendo a los letreros en los circuitos de carrera.
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