Un sondeo reciente pone, de nuevo, a Andrés Manuel López Obrador, líder nacional de Morena, a la cabeza en las encuestas para las elecciones a la Presidencia de la República en 2018.
Desde que inició Peña Nieto su mandato, el fundador y jefe de Morena ha venido realizando un trabajo intenso de posicionamiento a lo largo y ancho de nuestro país para conseguir la aceptación social requerida que lo coloque como número uno en las preferencias electorales, en gran medida aprovechando el descrédito en el que han caído las dos principales fuerzas políticas del país: PRI y PAN.
Si bien es criticable la forma en que AMLO ha conducido su liderazgo al erigirse como una especie de amo y señor del partido que creó, lo cierto es que la oferta política para 2018 se impone desoladora por una razón esencial: el PRI, con Peña Nieto, ha demostrado ser un partido de intereses particulares y de grandes opacidades a la hora de rendir cuentas a la sociedad, además de la terrible corrupción que campea en sus administraciones, y ahí está el caso del propio Javier Duarte, hoy prófugo de la justicia, y de muchos otros ex gobernadores rojiblancos. El PAN no está exento tampoco de este demérito: lo sucedido recientemente con el ex gobernador Guillermo Padrés es clara muestra de este uso rapaz del poder.
Si observamos, por otro lado, las alternativas presidenciales ofrecidas por el PRI y el PAN, tampoco hay demasiada esperanza: Margarita Zavala, arriba en las encuestas panistas, viene de un pasado oscuro ligado a una administración (la de su esposo Felipe Calderón) que dejó miles de muertos y desaparecidos, daños colaterales y un deterioro del tejido social del que no hemos podido recuperarnos. En cuanto al PRI, todos los candidatos (Osorio Chong, el de mayor repunte) no pueden desprenderse de los menoscabos globales que ha dejado este partido a lo largo de la historia, sin duda representados hoy en la figura emblemática de Peña Nieto, cuya gestión se ha caracterizado por la corrupción, la impunidad y el cinismo.
Pero hay dos, por lo menos, enemigos de AMLO y, por extensión, de la sociedad que representaría: por un lado, una carencia real de estructura política que no sólo haga frente a los males que acechan a nuestra sociedad actual, sino también a los grupos de poder fáctico que buscarán por todos los medios menoscabar su gestión, de llegar a la presidencia, y, por otro, una relación de suyo complicada con el país vecino del norte, a quien no le gustan (y ya se ha visto a lo largo de la historia) los gobiernos nacionalistas, sobre todo cuando afectan directamente sus intereses económicos y comerciales.
Estados Unidos puede convertirse, de hecho, en el mayor obstáculo para la llegada de AMLO al poder, pero también, de conseguirlo, su mayor enemigo, de ahí que sea cierto que México pueda devenir en lo que fue en su momento la Chile de Allende o la Venezuela de Chávez.
Nuestro país, pues, está en una encrucijada infame, un callejón sin salida que deja a la sociedad en el completo desamparo, sin un porvenir cierto y sin vías de poder construir una realidad distinta a la que vivimos ahora, sangrienta e inmisericorde para millones de mexicanos.
Es hora de que todas las fuerzas políticas hagan un pacto de verdad y piensen, aunque sea por una sola vez en la vida, en la sociedad que representan, les da sentido y a la que tanto daño le han hecho.