Tal vez como Chet Baker, pues cuenta el periodista Diego Manrique en twitter las cosas que se pueden y no se pueden contar que en un incendio ha muerto Jerry González. Tenía 69 años. Era puertorriqueño. Vivía en Lavapies. Recuerdo ese barrio diminuto de la capital española como un sitio adonde llegué a tomar cerveza, a visitar a mi amigo Marcelo, rumbo a Barcelona 92, que era mi gran objetivo. Los departamentos hechos como con un alfiler, todos amuchados y al mismo tiempo conservando cierta individualidad. La gente peleando y bebiendo en las calles, en esos tiempos había muchísimos yonquis que se morían uno tras uno en las esquinas. No sé si había ratas en las noches, como puedes encontrar en Nueva York, pero había cuerpos tirados y maltratados en los rincones. Ahí quedó la movida madrileña, en una jeringa sucia y maloliente, pensaba yo, que en esos tiempos era tan joven, tan sabelotodo.
Después Madrid fue el contrabajista Javier Colina, un hombre lleno de talento y que era vasco pero vivía allí, que había tocado con Teté Montoliú, ese pianista ciego e influido por John Coltrane y Thelonious Monk.
Pienso en todo el jazz del 2000 en adelante, con Chano Domínguez, con el mismísimo Javier, con Perico Sambeat y hacia donde llegó Jerry González, que se luce en el ese documental increíble de Fernando Trueba, Calle 54.
Pensaba en Javier, ¿cómo estará ahora? De duelo, seguramente, como estará el argentino Andrés Calamaro, quien tanto quería a Jerry. Recuerdo la hermosa melodía “Insoportablemente cruel”, que tiene esa trompeta como de cumbia y al mismo tiempo melancólica. Es una letra poética y el acompañamiento es surrealista y evocador.
Jerry González, fundador del mítico grupo Fort Apache Band, con la que grabó el disco prodigioso Rumba para Monk, seguirá en tantos discos y en el recuerdo de tantas personas que lo vieron tocar.
Eso sí, como dice Pancho Varona: “¡Qué tristeza el fallecimiento del genio Jerry González! La música se muere.”
