BASQUET PARALÍMPICO: GANAR FUERA DEL MARCADOR

06/09/2012 - 12:00 am
Foto: www.ultra.com.mx

En tiempos de concentración, la casa de la Selección Mexicana de Basquetbol sobre silla de ruedas es el Centro Paralímpico ubicado en Añil y Río Churubusco. La mayoría de las jugadoras vive y entrena en estas instalaciones. Pueden presumir de una duela impecable donde juegan incluso con equipos varoniles como el representativo de Tlalpan, al que enfrentaron días antes de partir rumbo a Londres. Fue una exhibición de fuerza, coraje y rudeza. Ellas no se achican ni se limitan. Las derrotaron 76 a 46 pero la enseñanza no la determina el marcador. Jugar contra hombres “les forja el temple”. Su entrenadora es Rosa Cámara, experimentada jugadora que acudió a cuatro Juegos Paralímpicos, e iniciadora del deporte adaptado en nuestro país. Se auxilia de Luis Blancas, quien ha jugado en ligas europeas y con la Selección Mexicana que no logró clasificarse a Londres por aquella derrota contra EUA en los ParaPanamericanos de Guadalajara.

Los pronósticos para estas doce mujeres deportistas no son muy alentadores porque están en un grupo difícil: Estados Unidos, Alemania, Francia y China. Ubicadas en el noveno lugar del ranking mundial, de acuerdo con la Federación Internacional de Basquetbol en Silla de ruedas (I.W.B.F, por sus siglas en inglés) enfrentarán al primer y al segundo lugar del mundo en la etapa eliminatoria.

Estas mujeres deportistas no necesitan ganar una medalla para ser aplaudidas. ¿Ha encestado usted desde una silla? Es muy común escuchar esta pregunta si se quiere subestimar su trabajo. El esfuerzo es doble o quizá triple, depende de la estatura. Pero ellas han llegado a donde muy pocos llegan: a lo más alto del deporte mundial. Los Juegos Paralímpicos no desmerecen por el “para”, (que sólo significa paralelo a) al contrario, merecen. En nuestro país, indica el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI), viven cinco millones 739 mil 270 personas con discapacidad, representan el 5.1 por ciento de todos los mexicanos y se estima que solo 13 mil personas con discapacidad practican algún deporte de manera profesional.

En este equipo hay 12 atletas de alto rendimiento que juega por México: Floralia Estrada Bernal, Wendy García Amador, María Hernández Medrano, Isabel López Chávez, Ivonne Márquez González, Magaly Miranda Orantes, Carmen Montejo Mejía, Pérez Pacheco Anaisa, Yasmina Suárez Ramos, Rocío Torres López, Vázquez Delgadillo Lucía y Rocía Vera Gallardo. Cada una es una radiografía de un México al que le urge ser incluyente, más allá de los discursos políticos, las becas condicionadas y los informes de resultados.

MAGALY MIRANDA ORANTES


Cuando la guerrilla salvadoreña cobró fuerza Magali Miranda Orantes huyó con su familia a México. Sus tíos maternos eran parte del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional FMLN que buscaba derrotar al partido en el poder.  En esos años, a principios de los 80, pertenecer a la guerrilla se convirtió en la única forma de garantizar la vida de las familias salvadoreñas.

Magali era una niña de seis años cuidada por su madre y acompañada de su hermano menor, su abuela y sus tíos. Su padre, hacía tiempo que ya no era parte de la familia.

Magaly nació el 27 de mayo del 78 en San Salvador, la capital de El Salvador, país centroamericano que tiene al 13 por ciento de su población con alguna discapacidad, alrededor de 800 mil personas, tan sólo la guerrilla dejó 40 mil lisiados. De acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo, las principales causas de discapacidad entre los salvadoreños son los accidentes de tránsito y la pobreza.

La discapacidad de Magali es una malformación congénita llamada Mielomeningocele, es el tipo más severo y común de Espina bífida. (En México, 9.4 bebés de mil nacidos pueden padecer esta malformación, incidencia nueve veces mayor al promedio mundial).  La columna vertebral no termina de formarse, queda abierta,  provoca que la médula espinal y la capa que la protege (meninges) queden expuestos en la espalda del bebé provocando afectaciones como: meningitis, parálisis, pérdida de control de esfínteres e intestinos y, en algunos casos,  hidrocefalia y retraso mental.  En el caso de Magaly, su discapacidad le afecta sólo las  piernas. “Nunca nos dijeron a qué se debía, ni razones de por qué, sólo decían que era congénito, lo mismo en el Salvador y en México”.

Hoy se sabe que hay factores de riesgo como: gestación en la adolescencia, tener antecedentes familiares de espina bífida, fármacos, exposición a contaminantes ambientales  y, especialmente, bajo consumo de ácido fólico.

Diversos estudios en todo el mundo corroboran que la ingesta de ácido fólico antes y durante el embarazo reduce la prevalencia de Mielomeningocele hasta en un 75 porciento de los casos. En Estados Unidos,  el Centro Nacional de Defectos Congénitos y Deficiencias del Desarrollo (NCBDDD) recomienda a todas las mujeres en edad reproductiva consumir diariamente 400 microgramos de ácido fólico, pues la mayoría de los embarazos no son planeados y la malformación Mielomeningocele se produce durante el primer mes de gestación. Es una discapacidad más frecuente en los países en vías de desarrollo donde las mujeres de bajos recursos no encuentran en sus alimentos el folato necesario para prevenirla.

Aun con poca sensibilidad en sus piernas Magaly caminaba apoyada de cualquier objeto, nunca dejó de mover los pies hasta que este esfuerzo le desvió los tobillos, y a los nueve años le hicieron una cirugía en un hospital del DIF para corregir el daño, pero una mala intervención le produjo gangrena y tuvieron que amputar la pierna derecha, arriba de la rodilla. Dos años más tarde  le amputaron por segunda vez: “Con la pierna derecha estaba yo consciente de que era mejor perderla. Con la izquierda no, estuve dos meses internada, estaba bien de salud y me dicen que la tienen que amputar.

“Yo prefiero morirme que perder la pierna izquierda. Una si la acepté pero perder otro miembro yo pensaba ¿Qué va a ser de mi vida?”.  Recuerda que estaba dispuesta a dejarse morir, hasta entonces no había demostrado tristeza ni dolor frente a su madre con la única intención de no deprimirla. “Yo acepté las cosas desde el principio aunque me costó mucho. Me encerraba en mi cuarto y lloraba pero yo no mostraba nada”. Pero llegó el reclamo del hermano menor: “Ya muchos años mi mamá me dejó por atenderte a ti y no es justo que ahora tú te dejes morir”. Después el médico le habló del futuro: “El doctor me catafixió la pierna, me dijo que si yo me dejaba cortar la pierna me enviaría con gente que entrenaba a deportistas que han ganado medallas y que viajan por el mundo”.

Con dos muñones por piernas, su infaltable madre y su renovada alegría por vivir, Magaly llegó al equipo de los pumas de la UNAM. Ahí entrenaban a personas con discapacidad en diferentes disciplinas. Al final, se decidió por el Basquetbol.

Los primeros Juegos Paralímpicos de Magaly fueron los de Sydney 2000, los de Atenas se los perdió por su segundo embarazo, regresó a la Selección para Beijing 2008 y ahora Londres la convierte en tres veces olímpica.

La vida para Magaly es como la duela, siempre hay obstáculos a vencer: un enemigo que fintar, una caída que duele al levantarse  y una canasta por anotar que hace que todo valga la pena.

Magaly detesta a los psicólogos pero tuvo que acostarse en el diván cuando sus hijos nacieron. Ella es una mujer a la que si  no conoces, sólo te acercarás si tienes agallas; su mirada y voz contienen cierta rudeza, en un primer acercamiento no te va a sonreír y tampoco hará las cosas sencillas para ti, si no resistes esa aspereza no conocerás más de ella.

Ésta es la segunda vez que platico con Magaly, la primera conversación sucedió en  Guadalajara, muy breve, quizá cinco o seis minutos, ambas cumplimos con el formato: pregunta-respuesta y listo, ella fue a entrenar y yo a escribir.  Esta vez es distinto, el entorno facilita la conversación, digamos que resisto. Hace media hora terminó el  entrenamiento y sólo la espera la cena y la cama en habitación compartida en el Centro Paralímpico, está cansada pero está contenta, hace bromas y sigue platicando, ha oscurecido por completo, deben pasar de las ocho y el viento advierte lluvia.

Seguimos la entrevista, a Magaly se le humedecen los ojos y la voz se le quiebra, agacha la cabeza y escucho: “Me vas a hacer llorar”.  Yo pienso en no seguir, en cambiar de tema, pero se repone rápido, quizá sepa que es un momento de su vida al que habrá de regresar muchas veces más.  “Psicólogo necesité hasta que nacieron mis hijos… Tener un bebé no estaba en mi idea porque yo no sabía si mi discapacidad era hereditaria, entonces cuando nace Romeo y me dicen que tiene Parálisis Cerebral Infantil pues me pega muy fuerte, obviamente. Porque yo me alejé durante ese lapso de embarazo porque decía, cuando nazca mi bebé yo regreso a selección y me lo llevo a entrenar  y que se ponga a jugar y que conozca y vea y,  te dicen: tu bebé tiene parálisis cerebral. Te botan y te cortan toda tu vida, te cae un balde de agua fría”.

– ¿Por qué sentiste que cortaban tu vida?

– Porque niños con discapacidad en PCI son más objetos de burla de rechazo y eso es lo que me pega y me pegaba como madre, yo decía: yo lo he visto, convivo con gente así, de ellos se burlan. Decía: ¿Qué voy a hacer yo para tolerar la burla?, ¿Qué voy a hacer yo, una persona con discapacidad con un niño con discapacidad?

Miles de preguntas la atormentaron mucho tiempo. Llegó a creer que ella era la causa de la discapacidad de Romeo, pero los médicos le aclararon que su padecimiento no derivaba en PCI.

Dos años después nació Romina. “Cuando nace la llevo con el mismo doctor para saber si la niña estaba bien. Y efectivamente me dicen que la niña tenía problemas con los movimientos del lado derecho pero que su calidad de vida sería mayor que la de Romeo porque su lesión era menor. Le llaman retraso psicomotor”. Es otro tipo de PCI menos severa. “Uno como quiera pero dos, ¿qué hago? Lo superé pero también hay ocasiones en las que quiero colgar la toalla”.

Para Magaly ya pasó el periodo en el que dejó de interesarle vivir: dejó de jugar basquetbol, de gustarse frente al espejo, de cuidar la casa, de procurar con minucia a sus hijos y de disfrutar a su esposo. Se deprimió, subió más de 15 kilos y no quería saber nada de nadie. No sólo era enfrentar el diagnóstico de su hija Romina, además la ausencia de su madre que se había ido ilegalmente a Estados Unidos. Hace ocho años que no la ve, de vez en cuando habla con ella por teléfono, me dice Magaly que trabaja en una fábrica en Nueva York y otra vez su voz delata el llanto guardado al recordar que su madre se fue sin despedirse.  “De repente yo le reprocho mucho, cuando ha llamado le digo:  yo la necesitaba aquí”. Magaly llora. “Quieras o no tu mami te hace falta, cuando estás derrotada, desesperada, cuando no sabes que hacer, cuando te ves muy ahogada.  A veces digo: ¿Cómo no está aquí? Para decirle, para contarle”. Sus ojos humedecidos quieren creer lo que su madre le dice cuando llama, “que allá está bien”.

Su depresión quedó atrás “gracias a que tengo un esposo que vale oro”.

“Él quería que nuestros hijos vieran en mí un ejemplo”. Magaly regresó a jugar y se incorporó nuevamente a la selección nacional y no se quedó con las ganas de llevar a sus hijos a los entrenamientos. Parece toda una odisea y lo es: ella maneja, se baja y los baja del auto, rueda su silla, la de Romeo y jala la carriola de Romina. Carga con sus alimentos y sus divertimentos. “Ahora Romeo ya come solo. Tengo horarios establecidos para todo porque no hablan y tienes que imaginar qué necesitan”.

Magaly hace con sus hijos lo que su madre hizo con ella, poco a poco los enseña a ser autosuficientes. Quiere que un día ellos no necesiten de nadie para vivir, ni siquiera de ella ni de su padre. “Solo me queda luchar por mis hijos hasta que yo pueda tener algo mejor para ellos, que les deje un futuro mejor. No voy a descansar hasta que sean independientes”.

Reconoce que la psicología deportiva le ha ayudado mucho tanto dentro como fuera de la cancha. Sobre todo a controlar su carácter, a veces explosivo e intolerante. Sabe que su debilidad en la duela es desesperarse cuando las cosas no se están haciendo bien. “Me gusta que las cosas se hagan como yo digo, y en la cancha mi problema es que me gusta que las cosas se hagan bien porque así me enseñaron, si vas a hacer las cosas, hazlas bien”.

“Voluntariosa, posesiva y celosa”, no tiene empacho en decir que esos adjetivos la describen.

– ¿Por qué el Basquetbol, si podría estar en una prueba individual y no tendría que estar aguantando tanta gente?

Se ríe a carcajada suelta, sabe que ella también es una pesadilla.

– La verdad, sí me aguantan, me aguantan mucho mis compañeras, hay que tenerme paciencia. Me dicen: tienes un carácter. ¡Reina! quieres tu casa aparte en cuanto te decimos algo.

Ahora contrarresta sus debilidades recordando que ella es medular para el equipo porque es de las encestadoras que más acierta y si se enoja es como jugar para el equipo contrario. Si juega bien, en un partido de exigencia, Magaly hace entre 10 y 16  puntos. El marcador final en un enfrentamiento parejo puede sumar alrededor de 100 puntos.

En periodo de concentraciones Magaly viven en el Centro Paralímpico y  ve a su familia sólo los fines de semana. Se levanta a las 6:30 de la mañana, tienen dos sesiones de duela  y se alterna gimnasio y psicología, cada día termina para ella a las 19:30 horas. Con su trabajo y su entrega, Magaly busca más que una medalla olímpica.

“Elegí Basquetbol porque es un deporte de contacto, de a ver quién puede más, de mucha lucha, en el que te retas día con día y te mides. Es muy agresivo, salimos disparadísimas. Eso es lo que a mí me gustó porque mi vida, día con día, son retos, mi vida es a ver si puedo salir hoy de esta. Y cuesta, el hecho de mis hijos es ¿A ver si puedo con ellos? Digo: Romeo cumplirá 10 años y Romina 8, claro que puedo”.

WENDY GARCÍA AMADOR


Entro a la duela del Centro Paralímpico donde la Selección Nacional termina el segundo entrenamiento del día. Desde las gradas saludo a una de las jugadoras y le hago una señal para indicarle que bajaré a la duela. Ella trae una bolsa de hielos en el hombro derecho debajo de la camiseta negra para aliviar la lesión que tiene en el hombro, justo en el “manguito rotador”. Me aclara que así se llama aunque suene chistoso. “Necesito operarme pero también he aprendido a cuidarme”. Elegimos un espacio junto al marcador y comienza la charla.

Sólo fue un choque menor, a baja velocidad, de los que apenas dejan sumida la defensa. En la parte trasera viajaba en un portabebé Wendy García Amador de apenas un año y medio de edad. Los médicos dijeron: “No tiene nada, sólo el susto”. Pero cuando la bebé, que había empezado a caminar a los nueve meses de nacida,  no podía mantenerse en pie los papás pensaron que algo andaba mal. El impacto le provocó a Wendy compresión de la médula espinal a nivel de las vértebras dorsales seis y siete, a media espalda. La médula se le había comprimido y el tiempo que tardaron en diagnosticarla y operarla fue suficiente para que el traumatismo no pudiera revertirse. Las lesiones en las dorsales producen paraplejia; es decir, se pierde total movilidad de las piernas y el control de los músculos abdominales por lo que conservar el torso derecho es casi imposible.

Wendy jugó dos nacionales en la primera división Basquetbol sobre silla de ruedas de Estados Unidos con las Ladys Warrioirs, para ella fue “una experiencia padre porque se juega y se vive diferente.  A mí me ayudó muchísimo a crecer en la parte deportiva.

“En otros países si tú te accidentas tienes la respuesta rápida y correcta. Desde pequeñas tienen un equipo de gente que trabaja para que después del accidente saquen lo mejor de ti y después te llevan al deporte y das lo máximo. La mayoría estudian y están becadas. Acá no es así. No sólo es de ganas es todo un sistema”.

En México, país donde adquirir una licencia de conducir no requiere de un examen,  cada hora mueren dos personas en accidentes viales y 20 resultan lesionados. Al año 40 mil personas adquieren una discapacidad permanente por esta causa, según cifras de la Secretaría de Salud. México gasta en accidentes viales  al año el 1.4 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB); es decir, 150 mil millones de pesos. Una incongruencia en un país que tiene saturado su sistema de salud y de educación. El  estudio “Salva vidas, maneja seguro”, presentado por la aseguradora AXA, hace hincapié en el desequilibrio y la pobreza que generan los accidentes en las familias de las víctimas: 8.5 de cada 10 familias de personas discapacitadas por choque disminuyen su calidad de vida.

Wendy nació el 7 de octubre de 1980 en la Ciudad de México en un hogar de clase media que muy rápido tuvo que modificar su plan de vida a causa del accidente. “Al principio sí la veíamos complicada porque mi papá no tenía un trabajo seguro, y no había mucho dinero.  Cuando salíamos pues como niña se me antojaba todo y le pedía a mamá y me decía: no, después; no lo necesitas, puras excusas y yo no entendía. No teníamos auto y no había para taxis así que usábamos metro y camión. La verdad mi mamá era una súper mamá porque ella me ayudaba a subir a los camiones, me cargaba con todo y los aparatos. Era pesado porque eran todos los días, todos los días tenía que ir a la escuela y a la rehabilitación, era cansado y yo lo único que quería era jugar”.

Los padres de Wendy tardaron siete años en decidir tener otro bebé, su papá ya trabajaba en Telmex, la economía de la casa había mejorado. El shock del accidente estaba superado pero las atenciones que requería Wendy absorbían el tiempo y los recursos de la familia.  El tercer hijo llegó seis años después. Fue como ir dosificando los esfuerzos. “En dinero el gasto era equitativo pero mis hermanos yo creo que sí tendrán que reclamarme en tiempo, el tiempo de mis papás porque me llevaban, me traían, me ponían mucha atención. Ahora lo veo y digo: sí invirtieron en mí, mucho”.

Para sus padres los primero años fueron los más difíciles entre hospitales y escuelas; para ella, estar siempre en una sillita mecedora y después atada a los pesados aparatos ortopédicos fue cosa de acostumbrarse.

“Desde muy chica yo entendí que nunca iba a caminar, lo entendí muy chica y a mis papás se los explicaban y ellos creían que yo no entendía. Pero yo sabía que la rehabilitación era sólo para fortalecer mis piernas y mis brazos, entendía que no iba a caminar. A mí me valía eso porque yo pensaba si yo les demuestro que eso me duele y lloro ellos se van a sentir mal, siempre fui fuerte en ese sentido”.

El rostro de Wendy es amable, sonríe con facilidad aunque no derrocha simpatía. Tiene cadencia al hablar, todas las veces que he platicado con ella conserva las mismas pausas, un mismo ritmo, como si nada nunca la alterara. Pienso esto mientras ella se retira la bolsa de hielos, ya casi agua, para evitar mojarse la espalda.

Si existe un periodo difícil en la vida de Wendy es la adolescencia, no es que lo haya padecido pero cuestionarse la existencia confunde a cualquiera.

“Cuando eres niña te adaptas sin problemas pero, sobre todo, en la adolescencia uno sí desea ser como tal o cual persona, deseas estar en circunstancias distintas. Y ves que ya estabas adaptada a algo y ahora necesitas otras cosas y lo entiendes pero siempre añoras algo diferente.

“Tenemos una discapacidad pero tenemos el mismo proceso emocional que cualquier persona y claro que si no estás preparado emocionalmente te la pasas muy mal, te vas pa’ abajo”.

– ¿Qué te ayudo a salir adelante y adaptarte a una etapa distinta?

– Cuando estaba por terminar la secu me acerqué a un club social porque quería nadar, a mí me gustaba mucho nadar y cuando iba saliendo del club vi a un grupo de personas que estaban jugando en silla y dije: ¡Ay! qué extraño, y qué padre, y qué todo.

La primera vez que me subí a una silla de Basquetbol,  me caí, me pegué en la cabeza, fue horrible.  Mucha gente pensó: no, ya se va , ya no va a querer porque se pegó pero dije : ¡Ah! no, ¿Esto es rudo?. Entonces me gusta.

Cundo conocí el Basquet estaba en la adolescencia y ese fue también uno de los escapes que encontré para saber que había más personas que tenían una discapacidad y que no se ponían límites.

Wendy es inteligente en el juego, ella reparte la pelota y sabe protegerla. Es la capitana de la selección y juega de ala o quarter back. A los 17 años estudiaba en el Colegio de Bachilleres y la llamaron a la Selección pero pospuso su entrada para terminar la Preparatoria. Hizo su examen a la universidad pero no fue aceptada, así que acudió a la Selección Nacional, la probaron, la aceptaron y un año después participaba en sus primeros Juegos Paralímpicos: Sydney 2000. Reconoce que estaba muerta de miedo y de nervios, piensa que no estaba preparada mentalmente para una exigencia de ese nivel. Después de Sydney Wendy siguió en el alto rendimiento y entró al Instituto Politécnico Nacional para estudiar psicología.

“Yo anhelaba ser profesionista, que no dijeran ¡ah! es sólo jugadora. Nunca he sido de dieces pero la escuela es un reto y siempre he ido por las cosas que quiero. Ahí vi que era bien complicado mezclar la carrera con el deporte. Porque la escuela te exige igual. Los primero años fueron más fácil, pero los últimos ya no porque nos preparábamos para Atenas y muchas veces quise tirar la toalla.  Levántate a las 5 de la mañana,  ve a la escuela, llega a entrenar como a las 15:30. Aprendí a comer en cinco minutos. Salía corriendo a las 21:30, llegaba a hacer tarea y me dormía a las tres de la mañana y eso todos los días.  Todavía no manejaba pero  ya tomaba taxis y en la mañana me dejaba mi papá en escuela y por la noche me recogía. Difícil y caro. Y por su puesto no había beca, era inversión de mis papás”.

Para Atenas, Wendy se sentía madura física y mentalmente, tenía 22 años y estaba a la mitad de la carrera. Regresaron de los Paralímpicos con un valioso sexto lugar. A la mitad del siguiente ciclo olímpico, Wendy terminó la carrera y se concentró en Beijing, no pensaba en trabajar hasta después de los juegos.

Trabajó un año en el Grupo Eulen en el área de Recursos Humanos y actualmente es parte del cuerpo de psicólogos de atletas juveniles del Centro Paralímpico.

Los de Londres serán sus últimos juegos. Con 31 años aún es joven para el Basquetbol pues en el deporte adaptado, a diferencia del convencional, la edad te da fortaleza, sin embargo, ella quiere estudiar una maestría en España y crecer como psicóloga.

“Soy muy analítica, no sólo en el juego también en la vida, ahora tengo una visión más amplia de la vida y siento que es por la carrera”. Actualmente no tiene una relación sentimental, me dice que siempre se ha desenvuelto muy bien en este terreno y que las parejas que ha tenido han sido chicos convencionales.

-¿Y el sexo?

-Tiene que ver con qué tanta apertura tienes hacia a ti, cómo te conoces, cómo te percibes. Debe ser difícil y hasta incómodo para una persona (con discapacidad) que le da pena estar con alguien convencional, o que espera que la traten como especial.

Esta idea acerca del sexo, es muy similar a la que Wendy tiene sobre la discriminación. “Yo veo la discriminación pero nunca la he sentido así, porque no me permito sentirme discriminada. No es que ellos te hagan sentir que no puedes es que tú te sientes así.  La lástima viene de ti” Aunque reconoce que la tendencia ideológica en México no favorece el desenvolvimiento de la gente con discapacidad: “No hay apertura a lo diferente en México. Tan estamos cerrados que no mencionan nuestros eventos, no nos ven como deporte de alto rendimiento aunque también vamos a unos Juegos  Olímpicos, no ven que también nos esforzamos. Pero tampoco puedes dejar que te afecte eso”.

FLORALIA ESTRADA BERNAL

22 años Clasificación: 4.0

Un muerto cuesta menos que un vivo, por eso el chofer del camión de volteo que arrolló a Floralia Estrada Bernal quiso rematarla cuando la gente rodeó al camión y un joven intentaba sacarla de debajo de la llanta. Afortunadamente lo logró y Floralia sólo perdió sus piernas pero conservó la vida.

Floralia de seis años había ido al catecismo acompañada de su hermana Gris un año y medio mayor, pero las maestras catequistas ocupadas en una junta dejaron afuera a las niñas en espera. “Me crucé a ver los altares de muertos del kínder que estaba frente a la casa donde daban la doctrina, por cierto no había banquetas, el volteo no me vio y cuando yo lo veo quiero correr pero me bota, y quiero correr y a la hora de querer levantarme me pasa por encima, no pues adiós las 2 piernas, obviamente.

En México siete de cada diez vehículos no están asegurados. En el mejor de los casos las indemnizaciones por muerte suelen negociarse entre familiares de la víctima y el responsable y suele ser un monto casi ridículo para. Pero cuando hay un sobreviviente que resulta con alguna discapacidad, se puede demandar y el juez determinará los montos de acuerdo con el grado de discapacidad generada por el choque y la edad del afectado. Una pierna perdida en Alemania se penaliza  por lo menos en 300 mil euros, en México si la víctima va juicio y lo gana le darán tan sólo 35 mil pesos por la pena de haberle mutilado una parte de su vida, así le sucedió a María de los Ángeles Ortiz Hernández, lanzadora de bala que fue atropellada en 2006 por Ricardo Márquez Aguirre, sobrino del entonces subprocurador de Veracruz Emeterio López Márquez.

Su mamá estaba en el supermercado y su papá estaba trabajando. Floralia fue consciente de todo, no se desmayó así que vió sus piernas colgando apenas agarradas por un pedazo de piel. La ambulancia no llegaba así que el padrino de su hermana Gris la llevó de hospital en hospital porque no la recibían. “Iba en estado crítico. Resulta que el más caro de Puerto Vallarta me recibió. Llego y como de película: la camilla, te cortan la ropa, al quirófano, te tapan, la anestesia y me dormí. Desperté y veo a mis papás.  Mi mamá llora inmensamente, pero no se por qué llora, se me había olvidado el accidente.

– ¿Qué pasa mamá?

– Sufriste un accidente, me dice.

-Vámonos porque se hace tarde para la doctrina.

-No puedes, te caíste y te lastimaste muy fuerte.

Floralia respondió como si se tratara de un raspón: “Pues que me pongan curitas”.

“Mi madre se soltó a llorar como no te imaginas. Entonces me veo acostada y levanto la sábana , me vi y me regresó todo de trancazo. Fue como volverme loca, demasiado fuerte, me arranqué el pelo del dolor. Mi mamá llegó a decir la prefiero muerta que verla sufrir. Fue un momento de debilidad”.

Por alguna razón las heridas no coagulaban y Floralia perdía mucha sangre, él único que donaba era su papá, B+ como ella, no había más donadores. Cuenta que estaba desahuciada cuando soñó con su tío Juan fallecido cuatro años antes, él le sobaba las piernas y el dolor disminuía. Cuando su mamá pensó que se moriría, Floralia, en su delirio, corría con sus dos piernas para alcanzar a su tío Juan que se iba, pero no lo pudo alcanzar.

No recibió indemnización alguna. Su pierna derecha fue amputada a mitad del muslo y la izquierda centímetros abajo de la rodilla. Los amigos extranjeros que su padre tenía por trabajar en el sector turísticos de Puerto Valallarta ayudaron con los gastos del hospital.  Ellos le hablaron del Hospital Shrainers  dónde le donaron un par de prótesis.  “Estaba como si nada, me adapté rápido. Antes de los siete años ya caminaba con las prótesis. Primero les quité el fajo, luego usaba crema, después usé talco y ahora no uso nada.  Ya hasta digo: ¡hey! no me pises.  Me responden: no sientes. No siento pero sé cuando me pisan.

Si quiere facilidad usa las prótesis, pero si quiere rapidez entonces usa la silla de ruedas. Al principio las usaba y se apoyaba de un par de muletas normales, después cambió el apoyo muletas  americanas (las se sujetan a los brazos), cuando se sintió más segura las cambió por un bastón y ahora no usa nada y se mueve como si no le faltara ninguna extremidad. Es como si hubiera nacido para usar prótesis.

El día de la entrevista Floralia rodaba con su silla de un lado a otro del Centro Paralímpico, le volaba el pelo porque ese día partían rumbo a Holanda a una concentración y las prisas la habían alcanzado. Le urgía comprar un celular pero también tenía que  empacar, pesar su maleta, cambiarse y claro, la entrevista.  Platicamos en la sala de espera de los dormitorios, eran las 11:15 de la mañana y en la televisión estaba la repetición del partido México vs Brasil. “¡Qué bueno que ganó México! Es un oro!”. Apenas dijo Floralia. Ella no había visto el partido por los quehaceres y tampoco vería la repetición porque su pendiente mayor seguía siendo el celular.

Floralia nació en Puerto Vallarta el 8 de agosto de 1990. Su padre se ganaba la vida como mesero en la zona turística y su madre cuidaba la casa de una señora extranjera que sólo llegaba en vacaciones. Recuerda que de niña era muy alegre, impulsiva y siempre pegada a su hermana Gris. Con el accidente su carácter cambió, “La alegría se pierde y cuesta mucho recuperarla”.

En la primaria se comportaba de manera sumisa y aceptaba lo que le dijeran y lo que le hicieran. A los siete años conoció la violencia de los niños. “Los niños son muy crueles. A mi me cambiaron al turno de la tarde porque me trataban muy mal, me tumbaban en el baño, eran tan malos conmigo. Me jalaban del pelo y me tiraban al suelo y  lloraba porque no me podía levantar”.

La Encuesta Nacional Sobre Discriminación (ENADIS 2010) señala que siete de cada diez personas con discapacidad piensan que  la sociedad no los ayuda porque no conocen sus problemas. Según cifras oficiales, en México viven 522 mil niños con discapacidad pero se ha estudiado tan poco este rubro que no existen datos sobre la violencia de la que son objeto y los testimonios sencillamente se los lleva el aire.

El Informe Mundial sobre Discapacidad dado a conocer por la Organización Mundial de la Salud señala que la población con discapacidad tiene peores resultados sanitarios, peores resultados académicos, una menor participación económica y una tasa de pobreza más alta que la población sin discapacidad, en parte consecuencia del limitado acceso a servicios básicos como la salud, la educación, el empleo, el transporte y la información. Tan sólo en nuestro país viven un millón 480 mil personas con discapacidad que son mayores de 12 años y analfabetas, es decir el 25 porciento de la población discapacitada. Y Sólo el 67 por ciento tiene acceso a la salud.

La adolescencia fue completamente distinta, era parte del cuadro de honor, se sentaba hasta delante, era la jefa de grupo y la portera del equipo de futbol. “Ganamos el primer lugar del  torneo de la escuela. Era muy chistoso, yo me rifaba, me caía, claro usaba las prótesis. En segundo entré a voleybol y seguí con el futbol, ese año ganamos primero y segundo lugar.

“Mi autoestima  fue creciendo pero aún así era muy calmada y dócil si me decías algo me caía”. No faltaba quien se burlara diciéndole “mocha” o das “lástima” pero cuando eso pasaba, su hermana Gris salía en su defensa. “Había una niña que me quería golpear, era envidiosa. Envidiaba que todo el mundo me quería  y decía que era por lastima”. De esa niña y de más agresores se encargó Gris hasta que le dijo a su hermana que tenía que aprender a defenderse sola porque no siempre iba a estar ella para protegerla. Floralía encontró la forma de protegerse integrándose completamente al ambiente en el que vivía. “Ahí me volví completamente plan escuela, así como era mi hermana así fui yo.  Eso me dio mucha seguridad y hasta el chico que me gustaba y me había hecho mala cara ahora podía decirle ¡Bye! ¡Hasta luego!.

Su mamá se enteró de una convocatoria para personas con discapacidad que hacían deporte y la llevó. “Yo le dije a mi mamá: estás perdida, tú crees que yo voy a ir a subirme a una silla de rudas y causar lástima frente a todo el mundo? No, no, no. Pero igual me metió y empecé en atletismo: cien metros planos, primer lugar; lanzamiento de bala, primer lugar; luego natación, primer lugar”.  Las pruebas eran sólo para visores.  La seleccionaron para atletismo y a los 14 años Floralia entrenaba y vivía en el CODE de Guadalajara.

“Antes de irme al CODE nunca me veías en silla de ruedas porque yo decía que eso era para darle lástima a la gente. Cuando vi a todos en silla, yo dije, órale pues no es así. Entendí  que no es el usarla si no cómo uno mismo se hace ver”.

En 2008 se cambió a basquetbol porque su hermana Gris, quien se había quedado en Puerto Vallarta, era “una mini jordan” en la duela.  “Me tocó prepararme para Beijing y fue como estar en kínder y pasar a la universidad: tuve que aprender muchísimo y rápido”.

Floralia mide 1.75 de pie, sentada su tronco es largo igual que sus manos, juega de poste, mueve la bola, pasa rápido y es muy, muy explosiva en la duela. De cariño le dicen “niño” porque juega como hombre, muy rudo. “No me importa meterme un putazo, salgo rasguñada, rasgada, moreteada, todo, pero es tanta la adrenalina. No me importa hacer un tapón aunque me caiga, es tanto mi gusto y cuando no me frustro en la cancha hago las cosas bastante bien”. Es tal su energía que incluso no hay silla que le aguante mucho tiempo, la última se quebró hace unos días en el entrenamiento por eso el asistente técnico de equipo Luis Blancas, que por cierto también es seleccionado nacional, le prestó su silla mientras llegaba el repuesto.

“La silla es como mis prótesis, también la siento. Se que quepo por ese hoyito y si está muy reducido la empujo, me inclino y entro. Se que si me levanto a dos puntos y a velocidad puedo pasar la rallita sin salirme de la cancha. Me amarro bien fuerte y claro, si me caigo salgo volando con todo y silla, pero la siento toda: las llantas, la silla, el fajo”.

A las doce jugadoras de la selección nacional les compraron sillas nuevas marca Topen, se las entregarían en el próximo campamento en Holanda. Son de las mejores marcas en sillas para basquetbol cuestan alrededor de   3, 500 dólares.

Desde los 15 años Floralia dejó de recibir apoyo económico de sus papás, se las arreglaba con la beca del CODE y con los trabajos temporales que buscaba: repostería,  Subway y árbitro de futbol.  La ENADIS 2010 revela que el principal obstáculo que enfrentan las personas con discapacidad es el desempleo. Sólo el 27% de las personas en estas condiciones se encuentra ocupada, lo que significa que puede tratarse de actividades laborales o académicas.

Actualmente, cuando está fuera de concentración Floralia entrena en el CODE pero vive independiente, renta un espacio de mil 800 pesos al mes y se administra con rigor porque sólo recibe la beca de CONADE de 8 mil pesos mensuales que se renueva cada diez meses sólo si das resultados ganadores. Cualquier compostura de la prótesis por pequeña que sea cuesta por lo menos 800 pesos y debe ahorrar para cuando se ofrece. Advierte que no quiere hablar mal de su estado, pero a diferencia de Oaxaca y el Estado de México que tienen becadas a sus atletas paralímpicos, Jalisco no les ha dado ninguna beca a las 4 jugadoras de la selección nacional de básquet sobre silla de ruedas. “Cuando yo estaba en atletismo (en el CODE) me traían en la palma de la mano, desde que me fui a básquetbol ya no me pelan.  Sólo Jalisco no nos ha dado nada, ni viáticos, ni por ser selección, nada.  ¿Cómo pasa eso si Jalisco es primer lugar en básquet?”.

Floralia está ranqueada dentro de las 10 mejores postes del mundo. Su clasificación es 3.5 sin prótesis y 4 si las usa. Se siente fuerte, muy segura  y súper bien entrenada. Lo que más ha trabajado el último año es el control de su desesperación en la cancha.  Después de Londres el objetico es entrar a la Universidad. Quiere estudiar Fisioterapia pero debe decidir entre Guadalajara  o Ciudad de México, por lo pronto la UVM le ha hecho una oferta y lo pensará.

ANAISA PÉREZ PACHECO

20 años | clasificación: 2.5

Anaisa Pérez Pacheco hace su maleta procurando llevar la suficiente ropa térmica para el frío londinense. Nada es demasiado. Muñequeras, guantes, tobilleras, bufandas, calentadores y todo cuanto pueda mantenerla caliente. El calor de su ciudad natal, Oaxaca le sienta de maravilla para su tipo de discapacidad, no pudo nacer en mejor lugar, dice. La artrogriposis múltiple congénita AMC que padece es más un síndrome que una enfermedad y consiste en la falta de movimiento en cada una de las articulaciones del cuerpo: piernas, brazos, hombros, tobillos, dedos, rodillas, cadera, cuello y hasta mandíbula. La artrogriposis que Anaisa tiene no es tan severa, puede caminar sin complicaciones mayores, aunque si uno se fija sus pies pisan con puntas, por eso para contrarrestar usa zapatos con tacón, pero en general resuelve todas sus actividades sin ayuda de nadie. Las articulaciones más afectadas son las de sus brazos. Para peinarse prefiere tomar un par de mechones a lado de las orejas y sujetarlos atrás, sencillo y rápido, una coleta le puede llevar hasta 20 minutos y cuatro intentos, prefiere evitarlo. Sus dedos no flexionan, están tiesos, como si se hubieran congelado y cuando le pido que apriete mi mano con todas sus fuerzas apenas se siente presión, aún así ella hace con sus manos todo, se ha “amañado” para las tareas cotidianas y minuciosas, no sabe cómo explicarlo pero lo hace: se  abotona, escribe y se maquilla. Esta última tarea da cuenta de la maña: toma el delineador con la mano derecha y con la izquierda sostiene la muñeca derecha y dirige la línea que enmarca sus ojos negros.

Nació el 16 de enero de 1992 en una familia de bajos recursos. Su madre Guadalupe Pacheco tiene secuelas polio y también juega basquetbol en silla de ruedas, fue madre soltera hasta que se casó con otro atleta oaxaqueño: Abundio Pérez, halterista y quien fuera presidente de la Asociación de Deportistas Especiales del Estado de Oaxaca y que hoy ya no existe.

Los abuelos de Anaisa fueron el sostén moral y económico de la familia durante muchos años. “Mi familia es muy humilde, mis abuelos se dedicaban al comercio y a ninguno de sus 10 hijos les pudieron dar carrera. Mi mamá por ser la última y tener polio fue la consentida y a ella le ofrecieron tener una carrera pero, que fuera técnica. Estudió secretariado. Entró a trabajar a la Universidad Autónoma Benito Juárez como secretaria y a los 24 años se embarazó de mi, mi papá no le respondió y fueron mis abuelos los que se encargaron de cuidarme. Mi mamá trabajaba, mi abuelo hacía nieve y la vendía afuera de las primarias igual que mi abuela vendía dulces. Se turnaban para cuidarme, uno en la mañana otro en la tarde. Cuando entré a la secundaria mi mamá entró a la UABJ a estudiar Administración de Empresas. Esos años casi  no la vi. Ella es muy emprendedora.

Para Anaisa, su  abuelo fue como su padre, falleció poco antes de que ella se fuera a Beijing. “Eso es lo que más me ha pegado, lo que más me ha dolido en la vida”. Su abuela tiene 81 años, ya no sale a vender y la cuidan en casa.

Anaisa empezó a practicar deporte cuando las amigas basquetbolistas de su madre la invitaron a jugar.  “La verdad no quería porque pues el hecho de usar una silla de ruedas para mi era pues, yo estoy bien, yo puedo hacer más cosas que ellas”. Anaisa tenía 12 años cuando la llevaron a su primer nacional, por su puesto no jugó y sólo iba en calidad de observadora. “Me contagiaron”, recuerda. Al siguiente año “yo tengo que aprender y aprendí. Al los 13 jugué mi primer nacional, a los 14 me hablaron para una concentración en el paralímpico pero no quedé seleccionada, no me decepcioné, seguía entrenando en Oaxaca sin pensar que llegaría a selección nacional. A los 15 años me dicen que voy a ir al Panamericano de Rio de 2007 y desde entonces estoy aquí”.  A los 16 años fue a sus primero Juegos Paralímpicos en Beijing, casi no jugó pero la experiencia la motivó para seguir entrenando.

Los panamericanos de Guadalajara fueron una decepción para ella. “Pudimos ganar el bronce”. No pensaba regresar a selección nacional pero su madre le insistió que debía terminar lo empezado. “Mi meta este año (2012) fue estar en el cuadro titular o por lo menos entrar (a la duela) más tiempo.

La entrevista la realizamos sentadas en las escaleras exteriores de la duela del Centro Paralímpico, es una mañana nublada con poco viento. Floralia pasa volando en su silla de ruedas y se detienen para preguntare a Anaisa si la acompañará ala Plaza. –“No puedo, tengo cosas que hacer”. Anaisa me dice que desde mayo que está en el paralímpico sabe que no vino a hacer amistad, “vine a entrenar”. Y no es que no le guste convivir, sencillamente se ha concentrado absolutamente en la bola la canasta y la silla.

“Decidí que mi entrenamiento iba a ser de la cancha a mi cuarto que no me iba a meter en nada de la vida de nadie de mis compañeras que si se enojaban, se peleaban yo no iba a opinar, me iba a mantener neutral, nada de chismes, ni salir a la calle, iba a prepararme. Cada entrenamiento  me esforcé mucho, me quedaba horas extras, iba a correr en la mañana a parte de todas, iba al gimnasio a parte de todas.  Empecé una alimentación diferente y ya bajaé 8 kilos hasta ahorita, me siento muy bien, me apoyé mucho en el psicología para todo lo emocional”.

La política de entrenamiento está basada en que no exista cuadro titular, todas son importantes, pero lo cierto es que Anaisa se ganó un lugar en el cuadro fuerte y eso se verá al final de los Paralímpicos cuando se sumen los minutos en la cancha y las canastas anotadas por la oaxaqueña que representa una contradicción en si misma: tener poca movilidad en las manos y mucha habilidad  para encestar el balón que apenas sabe cómo sostiene entre sus dedos.

“Yo no puedo agarrar el balón y botarlos como las demás. Al principio cuando entré aquí (se refiere a la selección nacional) me costó mucho, yo si lloraba, de verdad. Y ahora lo que aprovecho no es tanto mis movimientos si no que , la verdad, tengo mucha visión en el juego. Me coloco bien”. Aunque “yo digo que los tiros se sienten, sientes tu momento, aquí estoy y se que la voy a meter”.

Obligadamente calienta más que sus compañeras porque si no lo hace las articulaciones endurecidas no ceden y sencillamente no puede jugar. “Los doctores dicen que (la artrogriposis) no es degenerativa pero yo he sentido que si ha aumentado. Lo contrarresta el ejercicio, sólo eso”.

Este año que bajó de peso aprendió a caerse y a levantarse de la silla. “Cuando yo me caigo no puedo meter las manos, porque si las meto me las puedo fracturar porque mis dedos están muy tiesos. Lo que meto es el antebrazo, o me voy de espalda. Prefiero lastimarme otra parte del cuerpo que las manos”.

Lo que siempre será una complicación mayor es impulsar la silla. La Artrogriposis impide que los músculos se desarrollen, por eso sus bíceps y tríceps parecen que han estado en reposo siempre. “De todas mis compañeras soy la que tengo menos fuerza. La fuerza la tengo yo en las manos, siempre para agarrar una pelota fuerzo las manos y el antebrazo, ahí es donde está mi fuerza”.

A su regreso de Londres a Anaisa la espera una ofrecimiento de La Salle para estudiar la universidad con beca académica y un compromiso matrimonial.

GUADALUPE HERNÁNDEZ MEDRANO

28 años Clasificación: 4.5

“En un partido de entrenamiento de las chicas de basquetbol”, me cuenta un camarógrafo de una productora independiente que acudió al Centro Paralímpico para grabar la salida de los atletas que se iban  a Londres, “a una de las jugadoras se le zafó la pierna a la altura de la rodilla, se veía brutal, son guerreras, se bajó de la silla de ruedas y todavía caminó así con la pierna zafada. La jugadora de la anécdota es Guadalupe Hernández, la más novata del equipo nacional, lleva 8 meses entrenando básquetbol en silla de ruedas. Nunca antes había usado una silla de ruedas, mucho menos jugado en ella. Es una chica convencional, sin embargo tiene lesiones irreversibles: subluxación de rótula en ambas rodillas, artrosis severa en un tobillo y desgaste en cadera, que le producen varias incapacidades: “nunca me verás corriendo, no puedo. Nunca me verás brincar, nunca me verás en tacones. Yo dejé de hacer caminatas en la sierra de Jalisco porque es terreno agreste y es imposible andar ahí”.

La historia de vida de “Hernández”, como la llaman en el equipo, puede entenderse en dos líneas paralelas: en una está su desarrollo deportivo y en la otra los innumerables accidentes. La anécdota contada por el camarógrafo no es un hecho sorprendente para Hernández, eso le pasa comúnmente, basta que pise mal o que el “viento me mueva” y su rótula se desviará provocando el susto de quien la vea. Cuando eso pasa ella se sienta en el piso, el dolor ya lo conoce así que se tranquiliza y se acomoda con sus dos manos la pierna. Pero si la rótula se movió más de los normal tendrá que ir al hospital, ahí si, las cosas se complican.

María Guadalupe Hernández Medrano nació el 12 de diciembre de 1983 en la Ciudad de México pero a los seis años su familia se mudó a Guadalajara por el trabajo de su padre, le ofrecía la gerencia de una empresa dedicada a la venta y mantenimiento de elevadores y escaleras eléctricas.

Su hiperactividad convenció a sus padres de inscribirla en diferentes actividades deportivas. Primero el patinaje artístico sobre hielo, pero un años después su entrenador le advirtió que no tenía futuro: “Nunca vas a avanzar, tienes un cuerpo muy grande, tienes demasiada masa muscular y no te ves estética ni firme”. A los siete años que te digan que no encajas duele pero no frustra. A los ocho años, una vecina entrenadora de basquetbol la invitó a jugar. El basquetbol no era algo que le gustara pero se convirtió en lo único que quería hacer todo el tiempo hasta que una ida al supermercado, cuando tenía 14 años, le cambió el futuro: “una fila de carritos del súper me prensó las dos piernas , el hueso no se quebró pero si todo a nivel muscular. Sané con el tiempo pero el músculo que perdí no lo recuperé nunca”. Su último partido fue en Toluca, representaba a Jalisco en un Campeonato Nacional. En una jugada se lastimó, le dislocaron la cadera, se luxó la rótula y al quererle quitar la rodillera por el dolor que sentía la lastimaron más. Terminó en el hospital con un diagnóstico terrible: “es un milagro si caminas”. No podría jugar más. Perdió la beca académica con la que ingresaría a la universidad e inició su rehabilitación con el único apoyo de sus padres.

Su problema de luxaciones constantes se debía a que no tenía el músculo necesario para mantener la rótula en su lugar por lo que la rehabilitación se concentraba en hacer mucho gimnasio. Haciendo pesas la invitaron a una competencia de halterofilia.

En halterofilia Guadalupe ganó en México todo lo que podía ganar, pero en 2003 “un conductor ebrio me choca, diversas lesiones aunque nada de vida o muerte, perdí la vista un tiempo y tardé seis meses en recuperarme completamente. Tomé un año de descanso porque me sentía agotada”. Guadalupe regresó a entrenar pensando que sería su último año como halterista, se inscribió en competencia pero por un error la anotaron en la categoría de 75 kilogramos y ella pesaba 126 kilogramos, “ni cortándome la mitad del cuerpo peso lo que quieren”. Decidió poner fin: “además la relación con Jalisco ya no era la misma, entendí que como juvenil a mi estado ya no le servía, pensé que mientras fui juvenil y funcioné bien me apoyaron, ya no, pues ¡bye!”.

El siguiente ciclo olímpico terminaba en Beijing y sus entrenadores la convencieron de intentarlo. Regresó a las pesas muy motivada, convencida de una cosa: “si no es Beijing no será nunca”. Todo se vino abajo porque cayó enferma de los riñones y de la tiroides. El diagnóstico fue: síndrome del jubilado. “Estuve dos años y medio sin hacer nada, me deprimí porque estás acostumbrada a verde grande, fuerte, sana, alguien que se echa encima 100 kilos como si nada y de pronto te sientes fulminada”.  Legaron los Juegos Olímpicos de Beijing, se fueron y ella colgó la toalla.

“Llegué odiando la halterofilia y me fui amándola porque me fue muy bien levantando pesas. Yo fui  súper feliz pero cada vez que yo metía más peso, mis rodillas tronaban. Yo quería cargar más pero mi cuerpo ya no podía. Hacíamos un desplante que se llama “jerk” y al momento de hacerlo se veía como se salía mi pierna. A pesar de que yo llegué a sentir lo que es que te cuelguen una medalla y a vivir lo que yo esperaba del deporte, no pude entender que por más que yo quería seguir, mi cuerpo ya no podía”.

Se resignó jugando basquetbol en un equipo de veteranas (sin correr, ni brincar) donde la más grande tenía 28 años. En 2010 dejó el deporte por completo.

Descubrió que había otra vida a parte del deporte de de alto rendimiento y le gustó. Empezó a trabajar en una empresa financiera y salía con sus amigas a bares.

A Guadalupe le gusta procurar su imagen. Las chicas del equipo le chulean las extensiones que recién le pusieron en el salón de belleza. Sin embargo no es precisamente un derroche de feminidad. Mide 1.77cm y pesa 93 kilos, su cuerpo está moldeado por los años de basquetbol y los de pesas, viste muy cómoda: mezclilla, camiseta y tenis pero lo que más destaca en ella es un aire de autosuficiencia e independencia. Está licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma de Guadalajara, habla inglés, italiano y portugués y por ahora está al frente del negocio familiar en Guadalajara dedicado a las fumigaciones. Asegura, por su experiencia,  que una mujer deportista tiene menos suerte con los chicos y sobre todo si su deporte es poco delicado. “¿Los novios? ¡Bye!, se enteraban que levantabas pesas y corrían. Era horrible. No siento que las chicas que hacemos deporte seamos masculinas, pero ahí entra el criterio de las personas.  La verdad si me afectaba emocionalmente”.

El primer contacto de Guadalupe con el deporte adaptado sucedió en los Juegos Para Panamericanos de Guadalajara en los que trabajó en la logística, le tocaba recibir a las jugadoras, atenderlas, ubicar a la prensa y,…si la duela estaba libre, echar cascaritas. “Cuando veo que llegan las niñas (así se refiere Guadalupe a cualquier mujer adulta por la que sienta cualquier tipo de empatía) no te explico, me puse a llorar. ¿Cómo es posible que yo me queje tanto de mis piernas y vea las dificultades que tienen ellas y vea que llevan los colores de su país encima?. ¿Cómo puedo ser tan inútil y tan tonta?”

Como es “costumbre”, un día de tantos, su pierna se zafó y el entrenador del equipo mexicano se enteró de sus lesiones y la invitó a jugar.

“Me dijo: ¿Has pensado en jugar en silla? –No, yo camino”.

Guadalupe no sabía nada del deporte adaptado.  “Me explicó lo de los tipos de discapacidad y lesiones. Me dijo que la mía era una categoría rara en México.

Se refería a que el basquetbol en silla de ruedas en México sólo lo practican personas con discapacidades severas. A diferencias de otros países como Alemania donde es popular entre personas que tienen mínimas lesiones. Al jugador se les clasifica con puntos según su tipo de discapacidad, por ejemplo: Wendy García con paraplejía es 1.0, la puntuación más baja por ser de las discapacidades más severas. En cambio, Guadalupe es 4.5, la puntuación más alta por tratarse de una discapacidad menor. Cada equipo debe sumar entre las 5 jugadoras que estén en la duela 14 puntos como máximo. Esta regla garantiza que el partido sea lo más justo posible.

En enero de 2012, Guadalupe se integró al CODE de Guadalajara donde entrenaba con el resto de jugadoras, entre las que, de inicio, no tuvo buena acogida.

“Me costó mucho trabajo porque sentí que había rechazo. No me aceptaban, así como que sentían tú ni eres discapacitada. No me lo decía, así lo sentía. Me veían llegar en mi carro, arreglada y caminando y me decían ¡Ay! Mira la diva, según en broma. De pronto ya no era en broma. Pero bueno, eso no pe importó y seguí entrenando”.

A finales de mayo la llamaron a Selección Nacional y se concentró en el Centro Paralímpico. Aquí el recibimiento fue distinto. Me recibieron bien pero se que deben preguntarse: ¿Por qué ella está aquí sin experiencia?. ¿De dónde viene?. Puedo decir que todas se han portado muy bien conmigo, pero no voy a decir que no ha habido roces porque si. Hemos salido de la cancha diciéndonos de todo y hemos hasta llorado dentro de la cancha de la desesperación. Hubo momentos en que dije me quiero bajar de la silla, me quiero regresar a Guadalajara, estaba tirando la toalla, ya no puedo más, pero pensaba después en que yo quería los colores de mi país encima y no voy a dejar que se pierda por un berrinche. De pronto el carácter de algunas de ellas me pica mucho me brinca mucho pero dentro de la cancha nos necesitamos todas. Hay unas que hemos logrado unidad y que estamos en el mismo canal y otras están en otro”.

Esta admiradora del juego de LeBron James reconoce que se siente muy verde todavía, poco preparada, “veo como mueven la silla ellas, veo como juegan ellas, mi número de canastas es mucho menor pero tiro con demasiada fuerza y todavía tengo q adaptar mi fuerza a lo q hago”. Aún no domina por completo la silla, además cuando los entrenamientos son muy largos el dolor de cadera es muy fuerte y en ocasiones no puede pararse sola. “Se que soy novata pero se que hay mucho por mejorar con el tiempo, aunque tampoco se que va a pasar después de Londres”.

Si, la vida de Guadalupe no es precisamente “normal”. Pero tampoco es completamente trágica. Una lesión la saca del basquetbol, otra más la saca de las pesas, una enfermedad la retira de la pelea por Beijing y ahora “gracias a esas lesiones de las que me quejaba estoy ene una silla apunto de volar rumbo a Holanda y de ahí a Londres, ¿Cómo es la vida no? De niña, con mi equipo de básquet nos propusimos ir a unos Juegos. Es algo que yo anhelaba como no tienes una idea, ese ha sido el sueño de toda mi vida”. Sus amigas de la infancia lo son en la actualidad y le llaman para decirle:  estás cumpliendo el sueño de todas nosotras, no vas sola, llevas a todas las que lo intentamos.

Desde abril recibe la beca de CONADE de 8 mil pesos mensuales, al igual que sus compañeras. De Jalisco, su estado, recibieron una explicación por la falta de apoyo:

“muchachas vamos a tener cambio de colores en el estado y va a ser muy difícil conseguirles algo, pero igual se los conseguimos regresando de Londres”.

Pero la falta de apoyos económicos no le importa, se las arregla con su trabajo y con el apoyo de la familia. Piensa en lo que significa portar la camiseta de su país en unos Juegos Paralímpicos que a ella le saben a Olímpicos. “Se que es algo a lo que pocos llegan y se que de nuestra actuación en Londres depende que nos volteen a ver y digan: ¡Eh!, existen estas niñas”.

Guadalupe lleva una discreta cadena con una medalla pequeña de San Benito, decidió portarla porque el santo tiene fama de proteger contra todos los males y su familia pasaba por un bache de muchos fallecimientos. Junto a la medalla cuelga un dije, un balón de basquetbol que le obsequió su entrenadora cuando jugó su primer campeonato nacional.

Suena por quinta vez el celular de Guadalupe, afuera del Paralímpico la espera su abuela, con ella ha vivido desde que llegó a la Ciudad de México para concentrarse con la Selección. “Ya voy, es que me están haciendo una entrevista”.

Le digo que ya terminamos, una cosa más: ha sido muy rápida tu incursión en el básquetbol sobre silla, piensas seguir profesionalmente después de Londres?

“Me gustaría seguir en el básquet, toda esta gente que juega se mata años para llegar, lo se, pero yo tengo 20 años en competencias, haciendo deporte de manera profesional”.

El equipo nacional de básquetbol sobre silla de ruedas peleará la séptima y octava posición en Londres, habrán mejorado el 9 lugar con el que llegaron, su meta estará cumplida.

En Sydney 2000 y en Atenas 2004 México ocupó el sexto lugar, el mejor de su historia en basquetbol paralímpico. Incluso en Sydney le ganaron a las poderosas alemanas por un punto, 45-44. Esta vez no se pudo más, sencillamente porque las mexicanas para llegar a Londres, tuvieron que ganarle al desempleo, al retraso de las becas en el mejor de los casos y la negativa de ellas en el peor, a las falta de ciencia deportiva y esa ausencia de todo que suele caracterizar a los ciclos paralímpicos que en México son de un año, un año antes de cada justa deportiva se empieza a trabar en conjunto, antes sólo el atleta y el entrenador llegan a la duela.

El basquetbol en silla de ruedas no le dará al medallero nacional una sola medalla a diferencia de las muchas que dará la natación y el atletismo, pero la entrega y la fortaleza de las atletas se queda en la cancha.

 

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