Este es un fragmento que acompaña al libro locuralocúralocura del fotógrafo Pedro Tzontémoc de la colección Artes de la Mirada de Artes de México.
Por Pedro Tzontémoc
Es necesario establecer como ley que la aventura no existe.
Está en el espíritu de aquel que la persigue y,
cuando puede tocarla con el dedo, se desvanece para
renacer mucho más lejos, bajo otra forma,
en los límites de la imaginación.
PIERRE MAC ORLAN
Ciudad de México, 6 de agosto (SinEmbargo).- Estábamos a un paso del futuro y el futuro que se nos había prometido desde que el hombre profanó la luna estaba libre de hambre, enfermedades e injusticia. Lo cierto es que la frontera del tiempo era inminente y pocas de las expectativas que se tenían del mítico año 2000 se habían cumplido. En una escala mejor y mayor a la vez, estaba por iniciarse un ciclo que cimbraría mis expectativas: sin previo aviso, en el 2000, comencé a tener dificultades para caminar. El diagnóstico: esclerosis múltiple.
Se trata de una enfermedad en la que el sistema inmunológico desconoce a su propio organismo y lo ataca; una enfermedad incurable, progresiva…
Mis perspectivas cambiaron de inmediato y no porque tuviera un futuro programado o un camino definido –nada más alejado de eso— pero aún sin pensarlo, el mañana ocupa un lugar en la conciencia y la enfermedad no formaba parte de él. Una vez establecida la intención, los caminos se definen a cada paso. Es verdad que se hace camino al andar, al menos es así como solía vivir, a pesar de quienes criticaran mi falta de previsión; “piedra que rueda no echa moho”, solía decirme mi abuela. Sin embargo, el camino se había desviado tiempo atrás y con esto quiero decir que había comenzado a trazarlo. Y es que, paradójicamente, entre más se defina el camino, más incierto es su destino. Había cedido a la presión y establecía una ruta precisa, estable, inflexible: había comenzado la traición a mí mismo y, en consecuencia, comencé a dejar de rodar.
En un intento por dejar la enfermedad en un segundo plano, me entregué a la inercia del viaje. Traté de combatir la inmovilidad con una búsqueda frenética del movimiento que me llevó al encuentro con las ballenas del Mar de Cortés y, en 2001, al punto más al sur en tierra firme del continente americano, crucé Argentina de punta a punta y después Uruguay. Regresé a México sólo para partir a Marsella desde donde emprendí el viaje más extenso, en distancia, que hubiera hecho hasta ese momento por Europa, siempre al encuentro de experiencias que me hicieran olvidar, al menos momentáneamente, los efectos de la enfermedad.
Naturalmente eché mano de la fotografía que, al fin y al cabo, ha sido una guía en la búsqueda de mí mismo y ha sido el medio que me ha permitido acceder a nuevas y diferentes experiencias. Ante la inminente sensación de que el tiempo se estaba agotando, tomé cientos de fotografías; completé varios portafolios, inicié otros y extendí los que se mantienen abiertos con resultados que me satisfacen más que todo mi trabajo anterior y, en mi tiempo libre, sistematicé y digitalicé mi archivo fotográfico.
Cada vivencia transforma mi manera de ver el mundo y, por ende, de hacer fotografía. La fotografía, entonces, responde a una práctica vivencial. No basta con retratar la realidad, es necesario aventurarse con ella, vivirla; hacer de la fotografía un medio de comunicación y expresión mediante el cual se deje plasmado el compromiso con lo que se vive, con lo que se es.
…para que pueda ser he de ser otro.
Han pasado diez años desde el inicio de la enfermedad. Durante este tiempo la experiencia me ha transformado una y otra vez al ritmo de los sucesos; muchas veces he sido otro en este proceso. Fragmentos de mí mismo se han quedado en el camino; desencuentros y encuentros amorosos se han sucedido en dolorosas despedidas que dan paso a encuentros afortunados, mientras éstos se convierten en otras despedidas, ciclos recurrentes que se alternan entre el trabajo compulsivo y la contemplación ociosa, cambios de humor inesperados entre la intolerancia absoluta y la ironía, en fin, lo mismo de toda la vida, salvo por el trastorno en la salud que ciertamente focaliza la atención y marca la diferencia.
Así se inició un viaje inesperado, diferente a los que estaba acostumbrado, pero ciertamente vital. Frente a un diagnóstico que no contempla la recuperación, me di a la tarea de encontrar –en una búsqueda ciertamente ecléctica— alternativas para recuperar la salud. En tanto, no concibo la realidad de manera lineal, sino acaso como un poliedro, en el que cada cara refleja el fragmento de un todo; abrí la búsqueda en todas direcciones.
La enfermedad es la voluntad que habla por el cuerpo, un
lenguaje que escenifica lo mental: una forma de expresión
personal.
Aunque casi todos los tratamientos dieron un cierto resultado, en diferente medida, ninguno fue concluyente. Es por eso que hoy me mantengo al margen de todos ellos, tan sólo conservo de algunos, de muy pocos, la experiencia y los elementos que me han probado su efectividad sin efectos colaterales. Quizás ésta sea una actitud irresponsable, pero no quiero correr el riesgo de que los beneficios de unos terminen por enfermarme de algo más. Prefiero, eso sí, asumir las consecuencias a pesar de los inconvenientes que vivo a diario, como estar anclado nuevamente a una silla de ruedas. De cualquier manera, la práctica de la fotografía se ha mantenido constante y eso, entre otras cosas de índole personal y afectivo, me conservan con vida.
Ciudad de México, 2008 / Marsella, Francia, 2010