Gisela Leal habló con SinEmbargo sobre su más reciente novela: La Soledad en tres actos, un texto con el que genera una inquietud constante en el lector, cuestionándolo constantemente, con humor e ironía la mayoría de las veces, pero sobre todo desbordándolo con el protagonismo de un narrador que suele ser asfixiante por momentos.
Ciudad de México, 6 de julio (SinEmbargo).– “A lo largo de estos miles de años, hemos visto cómo la condición humana ha trascendido un sinnúmero de eventos —buenos y malos—, los avances, los descubrimientos, las catástrofes y las guerras, todo lo que ha ocurrido durante su existencia. Porque la vida siempre nos trascenderá”, compartió en una entrevista por escrito la escritora mexicana Gisela Leal.
Gisela Leal está de regreso con La Soledad en tres actos (Alfaguara), una novela en donde un narrador con mucho por decir, y con mucho saber en su interior, lleva al lector a través de una historia en donde la atemporalidad se funde con la necesidad de la pertenencia humana a un instante.
La Soledad es un finca localizada en ningún lugar en particular en donde transcurre la historia, en tres momentos que van desde su gloria hasta la decadencia de este lugar, que es todos y ninguno. Esta finca será testigo del dolor y la angustia de Antonia, quien “sintiéndose intelectual y físicamente inferior a todos, creerá, por momentos, que hay salidas luminosas. A veces, gracias a la literatura; en ocasiones, en la complicidad con otros igual de rotos que ella”, señala el texto.
“La historia no sucede en un lugar ni tiempo concreto, y que no hay uso de referencias culturales, algo con lo que siempre me ha gustado mucho jugar. La intención de esto era buscar cierta atemporalidad y universalidad; poner la lupa más en la condición humana antes que en características particulares que, creo, son más accesorias”, comentó la autora.
Pero como muchos su transcurrir por este mundo estará marcado por el desapego de su madre y una “atmósfera contaminada por el poder, la corrupción, las adicciones y por las enfermedades futuras que ya se van instalando en su joven cuerpo”.
En La Soledad en tres actos, Gisela Leal genera una inquietud constante en el lector, cuestionándolo constantemente, con humor e ironía la mayoría de las veces, pero sobre todo desbordándolo con el protagonismo de un narrador que suele ser asfixiante por momentos.
“El Narrador es un ser que, gracias a que ha vivido muchísimas vidas, ya no es terrenal; si bien aún no ha alcanzado la iluminación y sigue estando lejos de hacerlo, ha trascendido su materialidad y este plano mundano. Esto le da la capacidad de ver el mundo desde un punto más amplio, universal”, expresó Gisela Leal.
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—¿Es el narrador de tu novela el personaje central de esta historia que es muchas a la vez?
Creo, más bien, que el Narrador es quien va acompañando al Lector a lo largo del camino, el que lo toma de la mano y hace que todo sea más cercano y personal. Es verdad que habla mucho, pero siempre en función de la historia y de sus personajes. También es cierto que, al ser él quien está narrando la historia, su cosmovisión está presente en todo momento y se permea a lo largo de toda la narración; todos los juicios y prejuicios que se hace son suyos.
Creo también que todos los personajes, en la parte que les toca, terminan siendo los centrales. No hay ninguno que no cargue consigo una historia y, aunque sea de manera breve, esa historia se le cuenta al Lector; un personaje no es un medio para llegar a un fin, sino un ser que tiene una vida propia y por eso es tan importante darle el lugar que se merece, por más que viva en tan sólo un par de páginas.
—¿La rapidez y la disociación de la narración a causa del propio narrador construyen esta atmósfera en la que el tiempo se contrae y se expande?
El Narrador es un ser que, gracias a que ha vivido muchísimas vidas, ya no es terrenal; si bien aún no ha alcanzado la iluminación y sigue estando lejos de hacerlo, ha trascendido su materialidad y este plano mundano. Esto le da la capacidad de ver el mundo desde un punto más amplio, universal. Puede ver el pasado y el futuro; puede ver realidades alternas; puede estar aquí y allá, dentro y fuera de los personajes, dentro y fuera de este mundo. Por eso, así como está viendo cómo es la vida de Helena, la madre de Teresa, en el aquí y ahora, también tiene la capacidad de saber que no será sino hasta después de haber vivido tres reencarnaciones, cuando esta logre por fin evolucionar.
—Todo parte con Antonia, y regresa a ella, pero al mismo tiempo lo que ocurre en La Soledad la trasciende, ¿cómo todo lo narrado trasciende a tus personajes?
En esta novela intenté contar una historia que bien pudiera ocurrir en este país como en cualquier otro país latinoamericano; también intenté que igual pudiera estar sucediendo ahora que hace cincuenta años o en los próximos treinta. Por eso verás que la historia no sucede en un lugar ni tiempo concreto, y que no hay uso de referencias culturales, algo con lo que siempre me ha gustado mucho jugar. La intención de esto era buscar cierta atemporalidad y universalidad; poner la lupa más en la condición humana antes que en características particulares que, creo, son más accesorias. A lo largo de estos miles de años, hemos visto cómo la condición humana ha trascendido un sinnúmero de eventos —buenos y malos—, los avances, los descubrimientos, las catástrofes y las guerras, todo lo que ha ocurrido durante su existencia. Porque la vida siempre nos trascenderá.
—¿Todas las historias son posibilidades que se entrecruzan, que se explican unas a otras y al mismo tiempo que plantean preguntas para las que no sabemos si hay respuestas?
Hay una frase que me gusta mucho de la artista conceptual Jenny Holzer y que va muy en la línea de la filosofía budista: “All things are delicately interconnected”. Somos un Todo; por más increíble que parezca, es verdad que lo que se hace aquí tiene una repercusión en el otro lado del mundo, y no necesariamente porque sea un gran evento. Todos estamos montados en el mismo barco, todos nos afectamos a todos; pensar lo contrario es pecar de ignorancia y ejercer un egoísmo que, al final del día, resultará autodestructivo. Gran parte de los problemas que enfrentamos en este momento como sociedad parten de ahí, de no darnos cuenta de que todas las historias se entrecruzan y que, si tomamos decisiones irresponsables o dañinas o simplemente egoístas, tarde o temprano seremos nosotros mismos lo que la vamos a pagar.
Es importante hacernos preguntas, sí, aunque tampoco creo que sea muy necesario llegar a las respuestas, porque, por un lado, seguramente las respuestas a las que lleguemos no serán las correctas, y, por el otro, porque ya con hacernos las preguntas estamos reflexionando y haciéndonos más conscientes.
—En términos narrativos, ¿cómo contener a un narrador que se desborda tanto en las páginas como en la mente del lector?
Imagino que sólo es cuestión de ponerle un límite y tener muy claro si se quiere tener a un Narrador, digamos, tradicional, uno cuya función es contar la historia como tal sin involucrarse en ella, o si este Narrador tiene una personalidad más definida y presente. En mi caso, disfruto mucho contar con narradores que se mezclan con la historia. Me gusta darle la libertad de existir tanto cuanto quiera y, en ese camino, generar una relación muy estrecha con aquellos lectores que decidan acompañarlo.
—¿Nuestra esencia como seres humanos, es decir, nuestros temores, aspiraciones, sueños y pesadillas, siempre se impondrán al arquetipo de mujeres y hombres de razón y ciencia?
No cuento con el conocimiento necesario como para dar una respuesta a esa pregunta. Sin embargo, dejando a un lado mi ignorancia, creo que la razón y la ciencia es algo que ha tomado mucha importancia en los últimos años, pero que igual desconoce muchísimas cosas más que no tienen nada que ver con la mente, que dejan a un lado temas sumamente importantes como lo son, por ejemplo, la espiritualidad, algo que resulta esencial para el ser humano y que ha estado presente desde sus inicios de una manera u otra.
Nuestra esencia, nuestra condición humana, ha sido la misma hace dos mil años y hoy; miles de inventos y descubrimientos y avances y todas estas cosas han hecho con ella lo que el viento a Juárez, por eso sí podría creer que, por más ciencia y razón que haya, siempre seremos esto que vemos.
—¿Cómo entiendes la esencia humana a partir de las preguntas que tu narrador deja suspendidas en las páginas?
Hasta este momento de mi vida, uno al que le falta mucho recorrido y experiencia, entiendo a la esencia humana como algo que, aunque pareciera que nos encadena y que no nos da alternativas, no necesariamente es así. Es posible no ser esclavos de nuestra condición humana —de la parte no tan padre de ella, vaya— volviéndonos seres conscientes, dándonos cuenta de por qué hacemos lo que hacemos y cuestionándonos si podemos hacerlo diferente, mejor. No hacerlo nos convierte en unos autómatas, unos robots que no hacen otra cosa más que continuar un círculo vicioso eternamente.