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María Rivera

06/06/2024 - 12:01 am

Mandato

“El resultado electoral, también debería llevarnos a otra reflexión sobre la naturaleza de los grandes medios de comunicación que sirven exclusivamente como vocería de los intereses clasistas de una minoría”.

Urnas de votación en un centro electoral para los comicios generales en Iztapalapa, Ciudad de México, el 1 de julio de 2018. Audios generados con inteligencia artificial, que suplantan voces de candidatos o líderes, se han colado en la política mexicana, a medio año de las elecciones generales del junio de 2024.
“Yo, que soy esencialmente demócrata, querido lector, creo que esa voluntad –me guste o no- tiene que respetarse escrupulosamente”. Foto: Ramón Espinosa, archivo AP.

Se acabó la incertidumbre, querido lector. Ya sabemos lo que la mayoría, una mayoría abrumadora del pueblo de México, quiere para el país para los próximos años. No solo para la presidencia, sino también para los estados y para el Congreso. Morena arrasó en prácticamente todas las elecciones. Ganó la Ciudad de México, la Presidencia, la mayoría de las gobernaturas y el Congreso. De ese tamaño es su victoria y de ese tamaño su mandato.

La gente decidió darle una aprobación mayoritaria a la administración del presidente López Obrador en una elección que estuvo planteada como un plebiscito, votó por el “segundo piso de la transformación” y también por el Plan C del presidente y de la candidata ganadora, Claudia Sheinbaum. No hay nadie que pueda poner en duda esto. La oposición podrá, como está haciendo, ceñirse a la estrategia de intentar anular las elecciones aduciendo la grotesca mentira de la “elección de Estado” y también aducir un fraude imaginario en un lance francamente vergonzoso, pero nada evitará su derrota. Eso sí, muy seguramente lucharán, con uñas y dientes, por quitarle a la coalición morenista la mayoría calificada en el Congreso vía los tribunales, contraviniendo el sentido de los votos, y utilizando para ello tecnicismos leguleyos.

Ojalá que no lo logren, querido lector, porque la voluntad ciudadana ha sido incontrovertible. El INE y el Tribunal Electoral, tendrán que estar a la altura de esos millones de ciudadanos que votaron el domingo. Tendrán que no dejarse presionar ni chantajear por los poderes fácticos de los medios y sus élites, ser realmente independientes. Y es que aquí está el punto de estas elecciones, querido lector. La oposición y sus comentaristas de los medios, pidieron que la gente hiciera voto diferenciado, que no le diera una mayoría a la coalición de Morena en el Congreso, para cuidar “los contrapesos”. Lanzaron la campaña propagandística de la “deriva autoritaria”. Era realmente una incógnita si las personas inclinadas por Morena se dejarían manipular ante lo que plantearon como “el fin de la democracia” y votarían de manera diferenciada o si, por el contrario, votarían por la coalición morenista para diputados y senadores. Al final, la incógnita se despejó este domingo, cuando el conteo rápido del INE reveló que la mayoría de los votantes decidió darle la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y probablemente en Senadores, a la “cuarta transformación”.

Esto representa un logro mayor para el presidente y su coalición, que de por sí superó en votos a la histórica elección del 2018. Fue tan apabullante la victoria, por 31 puntos de ventaja, que en los medios corporativos y sus mesas de análisis, reinó el desconcierto y el estupor. Poco a poco, sin embargo, ha ido emergiendo la nueva estrategia a través de la cual intentarán bloquear la voluntad ciudadana y que se puede ver como el último caballito de batalla de la oposición.

Yo, que soy esencialmente demócrata, querido lector, creo que esa voluntad –me guste o no- tiene que respetarse escrupulosamente. Las razones que aducen quienes no son demócratas es que el pueblo no sabe lo que hace y que el poder debe enmendarle la plana, es decir, “corregirle” la representación en la Cámara de Diputados que el INE le otorgó a la coalición morenista, para que no tenga todo el poder. Se equivocan rotundamente, querido lector. La voluntad de los electores es justamente esa: la concentración de poder de Morena, en todo el país. Puede gustarnos o no, podemos tener críticas al respecto, pero es, indudablemente, un mandato democrático. Pidieron el voto en el Congreso para hacer cambios, incluso constitucionales, y la abrumadora mayoría votó por ese proyecto, no por el discurso que estos días sostienen comentócratas y especialistas electorales, contra ésta. La narrativa de los contrapesos, hay que decirlo con total claridad, perdió las elecciones. Sí, la mayoría de los mexicanos, dos de tres, apoya que se lleven a cabo reformas institucionales y constitucionales, que se reforme el poder judicial, que se construya el segundo piso de la llamada cuarta transformación, por eso votaron y ganaron, de eso se trata la democracia.

El resultado electoral, también debería llevarnos a otra reflexión sobre la naturaleza de los grandes medios de comunicación que sirven exclusivamente como vocería de los intereses clasistas de una minoría y de una élite intelectual sesgada y anquilosada, incapaz de leer el presente político del país. La pluralidad de voces y opiniones nunca existió, aunque ahora inviten a unos cuantos analistas que no son de derecha, y siempre en minoría: justamente en proporción contraria a las simpatías de la ciudadanía. Los discursos racistas y clasistas que estos días hemos escuchado desde todas sus mesas de opinión, la distorsión generalizada y unánime en el análisis, luce ya cansina. La distancia entre la voluntad marcada en las urnas, y el discurso intelectual de la derecha es tan abismal que los analistas han sido incapaces de entender y luego de explicar el fenómeno político del lopezobradorismo, al que estigmatizaron, impunemente, desde hace muchos años. Durante demasiado tiempo formaron un “círculo rojo”, sostenido por su alianza con los gobiernos de la transición democrática; una vez que perdieron el poder, no les quedó más que rencor y desconcierto. Con esas herramientas creen que pueden hacer análisis político y no el ridículo, y también, que sus opiniones pueden incidir en la opinión pública: cayeron en la vanidad del espejismo que el poder creó para ellos, como sus legitimadores, una trampa en la que no pocos tropiezan. Algunos, de plano, se estrellaron contra muros de arena, delirando. Desfiguros que no por cómicos, dejan de evidenciar la decadencia de la clase intelectual de la derecha mexicana, incapaz de leer el país en que viven fuera del orden clasista, desde hace décadas.

Ante la “nueva” realidad del país, los dueños de los medios tendrán que preguntarse, ahora sí seriamente, a quién sirven, quiénes son sus audiencias. El descrédito que han sufrido sus analistas, la burla generalizada que suscitan, las múltiples ofensas que prodigan en sus análisis a la gente pobre, debería ser una señal para ellos para renovarse o seguirse extinguiendo.

Por lo demás, querido lector, le cuento que el lunes en la mañana me levanté muy contenta y esperanzada pensando en que tendremos la primera mujer presidenta de México y que será, además, una mujer que se forjó en la izquierda. También, porque a la Ciudad de México no llegó la derecha y porque el mandato de la mayoría es tan apabullante que a nadie debe quedarle duda ya de quiénes son la mayoría en este país y quiénes son la minoría. Finalmente, porque esa mayoría votó para que el clasismo, el racismo y la desigualdad, esos lastres históricos de la sociedad mexicana, perdieran arrolladoramente. Ojalá que el nuevo gobierno, de Claudia Sheinbaum, sea leal a las aspiraciones de la mayoría del pueblo de México.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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