Artes de México

Los aires nefastos, los Diablos y la COVID-19

06/06/2021 - 12:02 am

Don Alfonso Margarito García Téllez, un renombrado chamán otomí, compartió, hace un año su explicación de la pandemia, que se trataba de los aires nefastos, esas entidades virulentas que, comandadas por el Diablo o Zithû, recorren los caminos del mundo para procurarse alimentos y para sumar muertos a su colectivo. Entre los otomíes, la idea de virus es completamente ajena a su nosología, en todo caso “eso que no se ve, no está vivo, pero enferma” es más parecido a los aires nefastos, o a los Diablos, así que es mediante la ritualidad y las oblaciones que se procura regular el conflicto, negociar y repeler la enfermedad.

Por Iván Pérez Téllez
ENAH-INAH

Ciudad de México, 6 de junio (SinEmbargo).- El año pasado don Alfonso Margarito García Téllez, un renombrado chamán otomí, me explicó telefónicamente su propia hipótesis sobre la COVID-19. En ese momento, abril del 2020, la pandemia era una realidad todavía lejana para los pueblos otomíes de la sierra norte de Puebla. Como era de esperarse, la primera explicación sobre la enfermedad se dio en términos de su cosmología: nada de virus, ¿qué es eso que no se ve ni está vivo pero mata? Don Alfonso asumió que se trataba de los aires nefastos, esas entidades virulentas que, comandadas por el Diablo o Zithû, recorren los caminos del mundo para procurarse alimentos y para sumar muertos a su colectivo. Para esos días, el chamán octogenario todavía no había pensado una explicación demasiado elaborada sobre el asunto; podría decir que su teoría fue casi automática, aunque contundente y certera. En cualquier caso, no negaba la enfermedad, cuestionaba el agente patógeno.

A medida que las condiciones de la pandemia se recrudecían y la cantidad de muertos aumentando dramáticamente, don Alfonso Margarito fue elaborando una explicación cada vez más detallada sobre el asunto. En octubre de 2020 vino por fin a la Ciudad de México y se hospedó en casa; entrada la noche hablamos sobre el tema inevitable de la pandemia. Don Alfonso llamó una “gran mentira” a la pandemia. Sobre todo desacreditaba al agente al que se le atribuía la enfermedad que afectaba el orbe. Para él, la enfermedad era producto de un trato que los monarcas chinos y japoneses habían hecho con el Zithû y sus huestes; los reyes asiáticos, dado que adoran animales salvajes como el elefante o el tigre –y no creen en Cristo y no comen maíz–, pueden también –a manera de chamanes– hablar con otros seres del monte, incluidos el Diablo y los muertos. De esta manera, a los Diablos les habían regalado “carne”. Es decir, les habían hecho una ofrenda para que hicieran lo que habitualmente hacen: enfermar, pero ahora a nivel global.

Boceto de pinturas COVID-19 de don Alfonso Margarito García Téllez. Foto: Artes de México

En marzo de este año 2021, vi nuevamente a don Alfonso Margarito. Esta vez le pregunté si ya había “corte” la COVID-19; me señaló que no, pero que había elaborado unas pinturas. Estos bocetos pintados en papel amate, que se han ido acumulando y mutando al paso de los meses, perfilan una explicación otomí sobre la COVID-19 dirigida, en principio, a la población no indígena; además de continuar con esa tradición que empezó hace más de cuatro décadas: los “códices”, en los cuales don Alfonso Margarito narra desde una curación hasta una petición de lluvia. Estos objetos de pensamiento han servido como explicaciones chamánicas y didácticas, destinadas a las personas no indígenas en un claro ejercicio antropológico de traducción por parte de don Alfonso Margarito.

En las pinturas aparecen de manera recurrente tres personajes que, según don Alfonso, el mundo les ha dado el nombre de Cororín, según la pronunciación del vocablo COVID por parte del chamán. A estas tres entidades –el Juez del Purgatorio, Lucifer y Ángela–, les encargaron recorrer inicialmente 19 países, de ahí el nombre Cororín 19 o COVID-19. A decir de don Alfonso, en complicidad con los doctores y la ciencia, el plan global impulsado desde China y Japón buscaba debilitar a Cristo-Sol. Es decir, pretendía, de algún modo, la desaparición del mundo tal como lo conocemos, para dar paso a una suerte de cataclismo –como otros que ha padecido la humanidad y que han destruido otros Soles– que impondría un nuevo orden –¿económico también?

Don Alfonso Margarito Garía Téllez mostrando una de sus pinturas sobre el COVID-19. Foto: Artes de México

De cierta forma, la pandemia por COVID-19 se trataría de una lucha entre las entidades nocturnas, salvajes y “diabólicas” contra del mundo diurno y ordenado que se instauró con la llegada del Cristo-Sol. Para este momento don Alfonso había incorporado a su explicación inicial las noticias y demás información que había escuchado en distintos medios, pero que habían sido ordenadas de acuerdo a un sistema “muy otomí”.

Ahora don Alfonso ya no hablaba sólo de los aires nefastos sino centraba su explicación en estos tres personajes que, de alguna manera, comandan el ejército de muertos en desgracia. Ahora estos tres entes eran considerados, en realidad, los agentes patógenos de la enfermedad, es decir: el Cororín 19. Ellos son los que enferman, mas no quienes asesinan. Los doctores los alimentan con “carne” a cambio de enfermar al mayor número de personas para que lleguen así al hospital, pero quienes en realidad los matan son los propios médicos, según la explicación de don Alfonso Margarito. Esta suerte de conjura alcanzó claramente dimensiones globales. Con las consecuencias ominosas que ya conocemos.

Hace un año, Els Lagrou explicaba en clave trófica la visión amazónica de la COVID-19. Señalaba que la enfermedad era producto de haber comido algún animal salvaje sin las precauciones o deferencias necesarias, por lo que el espíritu del animal, o el dueño de los animales había enviado una enfermedad como represalia. Los otomíes no leen en clave alimenticia la pandemia sino en términos de dos grandes dominios que posibilitan la vida humana: la parte de arriba pertenece a Cristo-Sol y es ordenada, diurna, masculina y seca; la otra pertenece al Diablo o Zithû, donde el caos, la noche, lo femenino y lo húmedo son las coordenadas que la definen. El cuerpo humano está igualmente dividido de este modo: a la parte superior la caracteriza el pensamiento y, a la parte de abajo del ombligo, la define la pulsión sexual. Es en esta clave que don Alfonso nos narra esta gran pandemia. Así, un conflicto de por sí cósmico –la lucha entre las dos mitades del mundo, como la llamó Jacques Galinier– alcanzó también dimensiones globales debido a que los reyes asiáticos alentaron la enfermedad por medio de azuzar a los Ángeles del Infierno, encabezados por el Zithû, con las consecuencias que ya conocemos.

Digitalización Pintura I COVID-19, Autor: Alfonso Margarito García Téllez, marzo 2021. Foto: Artes de México

Sin embargo, hasta ahora el complot asiático parece no haber tenido del todo éxito. Aunque la enfermedad está siempre al acecho. Con todo, la pandemia comienza a ceder, ahora existen distintas vacunas y en nuestro país se avanza en el programa nacional de vacunación. En San Pablito, Pahuatlán, de cualquier modo, nuevamente han echado a andar la maquinaria ritual de manera profiláctica; don Alfonso ha encabezado distintas acciones rituales para repeler al Zithû y a los aires nefastos. Desde subir al cerro tutelar el 3 de mayo 2021 hasta llevar a cabo una serie de “misas” en distintos puntos del caserío, siguiendo la división a manera de un cuerpo humano, con extremidades superiores e inferiores, cabeza y corazón, ubicado éste último en la iglesia de la comunidad. Don Alfonso propuso sanar al pueblo como un cuerpo.

Algo similar ocurrió con la celebración del Carnaval, una de las dos principales fiestas dedicadas al Diablo y sus esbirros, que los otomíes se sintieron obligados a realizar con el fin, igualmente, de mantener a raya a los aires nefastos.

Digitalización Pintura III COVID-19, Autor: Alfonso Margarito García Téllez, marzo 2021. Foto: Artes de México

Este recorrido por la cosmología otomí nos permite vivir e interpretar un suceso histórico de una manera distinta porque, aunque es compartido, no deja de ser singular desde la perspectiva de quien lo observe. Entre los otomíes, la idea de virus es completamente ajena a su nosología, en todo caso “eso que no se ve, no está vivo, pero enferma” es más parecido a los aires nefastos, o a los Diablos, así que es mediante la ritualidad y las oblaciones que se procura regular el conflicto, negociar y repeler la enfermedad.

Ante un sistema de salud muchas veces deficiente, las acciones emprendidas por los otomíes muestran también otras formas de resiliencia, pues además del dispositivo chamánico, los otomíes utilizaron sus conocimientos sobre medicina tradicional cuando la labor chamánica no fue del todo eficaz. Así, por ejemplo, recurrieron a los baños de temazcal y al uso de plantas para paliar la enfermedad. Pero no sólo eso, los migrantes incluso aumentaron el flujo de remesas para cuidar a sus familiares.

Los otomíes no se han quedado pasmados ante la pandemia por COVID-19, sino que desde sus propios códigos han hecho frente, de manera creativa, a la enfermedad y al infortunio. Como siempre han sabido hacerlo.

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