Jaime García Chávez
06/05/2024 - 12:01 am
Primero de mayo
“Por eso como en los viejos tiempos, aún es oportuno insistir que lo que no hagan los trabajadores por sí mismos no lo hará nadie, ni conviene que lo hagan”.
Muchos años de mi vida están ligados al Día del Trabajo, desde mi infancia vi y participé en su conmemoración. Fue algo de casa, de un sindicalismo profesado por mi padre y que era una tradición de lucha muy arraigada.
El Día Internacional del Trabajo tiene que ver con la insurgencia de los asalariados en Estados Unidos y en especial la ciudad industrial y emblemática de Chicago: Sobretodo con la lucha de un capitalismo salvaje, parecido al que se padece hoy en día. El pensamiento socialista y anarquista fue orientador de huelgas y manifestaciones contestatarias que se sofocaban desde el poder, hasta con el exceso, si era necesario, de practicar la pena de muerte, la “legal” y también la que se realizaba de facto a través de ejecuciones como hoy lo documenta la historia.
La Segunda Internacional decretó que el primero de mayo fuera una huelga mundial por una día, a fin de demostrar el poder obrero y pegarle al capital en sus ganancias, también para expandir el credo libertario que se extendía de Europa al planeta entero.
La celebración de este día en Mexico por primera vez fue en la capital de la república en 1913. Eran los tiempos de la usurpación huertista que fue depuesta por los ejércitos campesinos que se levantaron contra los buitres que sacrificaron a Francisco I. Madero y su gran proyecto democrático contra las maneras dictatoriales de los Científicos y el porfiriato. En Chihuahua, desde donde escribo este texto, durante muchos años se recordó con autenticidad este día, adosándole la huelga de Pinos Altos y otros acontecimientos locales.
Las corporaciones del sindicalismo charro y los gobiernos del PRI y el PAN envilecieron esta fecha, la hicieron suya y con la inercia se convirtió en una especie de liturgia, haciendo a una lado el significado histórico y esencial para el mundo de los trabajadores asalariados y en general los explotados como se decía entonces.
Mucho de eso subsiste y es pertinente apuntar dos o tres ideas clave para el futuro que viene. En primer lugar, subrayar que el tránsito a la democracia mexicana que llega hasta hoy, no ha postulado el sentido de esa transición para dejar atrás el corporativismo opresivo que aún se mantiene con liderazgos que traban la presencia autónoma de los trabajadores para que autogestionen su propio programa reivindicatorio y su lugar en la sociedad.
Los charros de hoy, así lo pienso, son peor que los de antes y representan el producto de una descomposición.
Por eso como en los viejos tiempos, aún es oportuno insistir que lo que no hagan los trabajadores por sí mismos no lo hará nadie, ni conviene que lo hagan.
No desconozco que hay reformas a la legislación laboral, algunas las impulsé con fuerza. Sé que esto está sujeto al escrutinio y a una valoración profunda. No desconozco que la Cuatroté ha decretado aumentos salariales que contrastan fuertemente con la miseria de la última etapa de hegemonía PRI-PAN corporativista, lo que los asocia con el neoliberalismo.
Cierto, se ha roto un récord, pero sigue siendo bajo la divisa de que hay un “gran dador” y no el producto de una lucha propia desplegada por sí y para sí por los mismos trabajadores. Al efecto la democracia está en deuda.
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