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Violeta Vázquez-Rojas Maldonado

06/05/2024 - 12:04 am

La candidata que miente

“Llamar «mentira» a una opinión con la que no se concuerda es abaratar la acusación, y, con ello, degradar el valor de los enunciados verdaderos”.

Aunque ya no sea el tema central de la siempre vertiginosa discusión pública, todavía tenemos fresco en la memoria el debate presidencial de hace una semana, en el que la candidata de la alianza opositora, Xóchitl Gálvez, iba con una y sólo una consigna: posicionar la imagen de que Claudia Sheinbaum, la abanderada de Morena, es una mentirosa. 

Violando las reglas acordadas, Gálvez mostraba carteles cuando no era su turno de hablar, en los que se leía: “Amig@ date cuenta: Claudia miente”. Luego mostraba otro con una silueta que mezclaba rasgos del perfil de Sheinabum y la nariz de Pinocho, el ícono infantil del mentiroso. Repetidas veces la acusó de mentir sin mostrar una sola prueba y acuñó una frase, muy probablemente diseñada en alguno de esos despachos publicitarios que contratan para llevar campañas electorales, con la que se dirigió a Sheinbaum en múltiples ocasiones: “Candidata de las mentiras”. Para sorpresa de nadie, la frase se convirtió rápidamente en el hashtag favorito de los votantes de la oposición.

Los días que siguieron al debate, es decir, toda la primera mitad de la semana pasada, el credo de que Claudia Sheinbaum dijo mentiras durante el debate fue quizá la idea más difundida en la mayoría de las mesas de análisis y columnas de opinión de los grandes medios corporativos. Desmentir a quienes pretenden engañar a los electores es una empresa loable, si no fuera porque en este caso, pasaron tres cosas, que enlisto a continuación, y que hacen pensar que los supuestos “desmentidos” no son tales, sino piezas en una muy evidente campaña de descrédito. 

En primer lugar, las acusaciones se centraron exclusivamente (o al menos muy mayoritariamente) en Claudia Sheinbaum, a pesar de que Xóchitl Gálvez hizo una gran cantidad de afirmaciones falsas, como ya bien ha reportado Fabrizio Mejía en su columna de este mismo sitio el 1 de mayo. Si quienes acusan a Sheinbaum de mentir realmente defendieran de manera desinteresada la verdad por su propio y absoluto valor, se habrían enfocado con igual vehemencia en los dichos de los tres candidatos y no solamente en las presuntas falsedades dichas por una de ellos. 

En segundo lugar, las acusaciones contra Sheinbaum, en su gran mayoría, carecían de evidencia. Aquí hay un concepto a menudo olvidado, pero que nos debería ser muy útil en el análisis del discurso público y las responsabilidades de sus actores: quien acusa a alguien de algo siempre tiene la carga de la prueba, es decir, tiene la obligación ética y epistémica de mostrar la evidencia en la que basa su acusación. En muchas de las mesas más influyentes de análisis y columnas opinión de las últimas semanas, simplemente se acusa a Sheinbaum de “mentir” sin decir exactamente en qué se basa la acusación: si dicen que la candidata dice algo falso, tienen la obligación de mostrar lo que ellos afirman que es verdadero. Algunas veces, las acusaciones de “mentira” son simples divergencias de opinión: “Ella dice que el de AMLO ha sido un gran Gobierno y eso es mentira”, suelen decir. Llamar «mentira» a una opinión con la que no se concuerda es abaratar la acusación, y, con ello, degradar el valor de los enunciados verdaderos. 

En tercer lugar, muchas de las acusaciones contra Sheinbaum se basan, no en que ésta haya dicho una “flagrante mentira” -como suelen acusar sus opositores-, sino en que sus dichos, interpretados de cierta manera, se pueden considerar falsos. Los defensores de Sheinbaum pueden decir, entonces, tranquilamente, que interpretados de otra manera, son verdaderos. Voy a poner un ejemplo que tengo a mano: un comentarista de televisión escribió en X: “Dice Sheinbaum que no ha habido inflación y hay crecimiento económico. Flagrantes mentiras ambas”. Habría que recordarle a este comentarista el significado de «flagrante»: evidente, manifiesto, incuestionable. Bueno, pues el dicho de Sheinbaum, tomado literalmente, no es falso: según datos del Banco Mundial, en 2022 y 2023, el PIB de México creció por arriba del tres por ciento. Pero si se le interpreta como a posteriori matizó el autor del tuit, es decir, que no hubo crecimiento acumulado a lo largo de este sexenio, entonces se puede decir que lo que dijo Sheibaum, bajo esta interpretación específica, es falso, por la razón muy simple de que la administración de AMLO tuvo que enfrentar una pandemia durante la cual la economía mexicana cayó varios puntos, y durante la que prácticamente ningún país del mundo, ni siquiera de los más ricos, creció económicamente. Es decir: las palabras de la candidata son falsas sólo si se interpretan de una de las maneras en que pueden interpretarse. Saltar de ahí a la conclusión de que la candidata dice “flagrantes mentiras” es, pienso, un acto de mala fe y en última instancia de deshonestidad de parte de quien la acusa. 

En suma, tenemos buenas razones para pensar que la insistencia en difundir la idea de que Sheinbaum miente, en asociar su nombre al concepto de “mentira” y socavar con ello la credibilidad de sus dichos, no es una cruzada por la verdad, sino una campaña de descrédito y manipulación, basada -vaya paradoja- en mentiras y engaños ella misma. La pregunta es cuál es su propósito, pues toda campaña tiene alguno.   

Podemos ubicar los orígenes de esta andanada en el discurso de enero de Gálvez, en el que se declaró paladina de los conceptos de “vida, verdad y libertad”, o en sus conferencias de intercampaña, a las que llamó, también en esta línea, “Conferencia de la Verdad” -aunque en ese momento su blanco eran los dichos del Presidente y no los de su rival-. Después, claramente, los esfuerzos se volcaron sobre la candidata de Morena, aunque ya a un trecho muy corto antes de las elecciones y cuando ésta cuenta con una ventaja imposible de remontar. ¿Qué gana, entonces, la oposición, instigando esta creencia en este momento? 

La explicación que encuentro es esta: la oposición no está buscando remontar puntos en las preferencias electorales, ni hacer a Sheinbaum perder algunos. Están al tanto de la inminencia con la que Sheinbaum se erigirá en Presidenta de México el 1 de octubre. Y aquí es donde viene lo útil de su campaña: a quien llaman ahora “Candidata de las Mentiras” la llamarán en unos meses “Presidenta de las mentiras”, un mote con el que buscarán minar la legitimidad de su palabra y, con ello, poner en duda su capacidad de gobernar. La oposición sueña con una figura a la que pueda debilitar desde temprano para, más adelante, someterla a una guerra mediática de calumnias y más descrédito. Es su única manera de acariciar, al menos en la fantasía, su regreso al poder. 

Y, antes de que se acuse a este texto de hacer una “apología de la mentira” siempre y cuando quien la enuncie esté de nuestro lado, hay que dejarlo claro: nadie, por mucha simpatía que nos despierte, merece una carta blanca para decir lo que sea sin cubrir el requisito de que sus dichos correspondan con los hechos. Y eso se aplica tanto a la candidata del partido oficial como a sus opositores. Pero el aprecio por la verdad no nos debe nublar la vista cuando este alto valor es usado como artimaña política en contra de una y sólo una persona en específico. 

El antídoto contra esa campaña, cuyos ensayos ya vimos en el país vecino del norte, en donde Trump y sus seguidores emprendieron una serie de libelos contra la candidata demócrata desde 2016, será el arrasador respaldo popular con el que Claudia Sheinbaum gane la elección el 2 de junio. Finalmente, las campañas sucias pueden hacer mucho daño contra una Presidenta de izquierda, pero difícilmente tendrán efecto cuando esa Presidenta venga respaldada, como es muy probable, con el mayor número de votos que haya obtenido algún Presidente en la historia reciente de México.  

Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York y profesora-investigadora en El Colegio de México. Se especializa en el estudio del significado en lenguas naturales como el español y el purépecha. Además de su investigación académica, ha publicado en diversos medios textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje, ideología y política.

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