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Alejandro Páez Varela

06/05/2024 - 12:08 am

Más apuntes de campaña

¿No se da cuenta de que cuando llama flaca o momia o fría a su contrincante repite los estereotipos que utilizan los hombres para tratar de caricaturizar a una mujer y humillarla? ¿No se da cuenta de que cuando habla de sus “ovarios del tamaño de una toronja” repite ese enorme malentendido machista de que entre más violento es un hombre más grande tiene los testículos? ¿No se da cuenta de que cada vez que pega chicles en la mano de sus asistentes confirma a su entorno de mexicanos-blancos-de-derecha que es una vulgar a la que sólo soportan porque defiende sus intereses?

1. Sobre la elección en la capital

¿Está cerrada la elección en la Ciudad de México? Sí. Pero nadie crea que se trata de algo extraordinario. 

Chequen números y verán. El PRIAN intenta venderlo como su “gran oportunidad” para retomar el control político de una capital que pasó de ser botín del Presidente en turno a convertirse en un santuario de izquierda. No, no es la gran oportunidad del PRIAN, como se dice y claro que la izquierda no debe descuidarse y claro que debe apretar y apretar y apretar, más y más, y asegurarse de que sus simpatizantes salgan a votar porque los de derecha votan en masa, como vimos en 2021.

Claro que hay que tomarse muy en serio los números, pero también es necesario saber que la elección está cerrada, pero no tan cerrada. Me explico.

Se nos olvida que Andrés Manuel López Obrador ganó en 2000 con muy pocos puntos porcentuales: sacó 37.70 por ciento contra 33.40 de Santiago Creel Miranda y 22.80 de Jesús Silva-Herzog. Es decir, si el PRIAN hubiera ido como una sola fórmula, habría obtenido 56.20 por ciento.

Marcelo Ebrard ganó en 2006 con 46.37 por ciento de los votos, 13 puntos porcentuales más que López Obrador, con 27.26 por ciento de Demetrio Sodi de la Tijera y 21.59 por ciento de Beatriz Paredes Rangel. Si el PRIAN hubiera ido junto, habría sacado 48.88 por ciento, o sea, poco mas de siete puntos porcentuales menos que en 2000.

Miguel Ángel Mancera fue un caso atípico, beneficiario de varios factores: del bono que dejó Ebrard con un Gobierno bien calificado; de la horrorosa candidatura de la “señora Wallace” –como se le conoce– y del pésimo desempeño de Felipe Calderón en la Presidencia. Ganó con paliza: 63.58 por ciento de los votos, contra 19.73 de Beatriz Paredes y 13.61 de Isabel Miranda.

Ahora, Claudia Sheinbaum fue la primera candidata de oposición en ganar la Ciudad de México desde 1997, cuando Cuauhtémoc Cárdenas se convirtió en el primer Gobernador de esta entidad federal siempre en poder del Presidente. Ganó con 47.08 por ciento, es decir, con más votos que Marcelo y que el mismo Andrés Manuel. Y era oposición, insisto, porque la capital estaba en manos de “Los Chuchos”-Mancera, una mezcla rara de priismo y perredismo. Alejandra Barrales sacó en ese proceso 31.01 por ciento y Mikel Arriola 12.83. O sea, juntos sacaron 43.84 por ciento, es decir, ¡tres puntos y 24 décimas menos que Claudia!

Otra vez: no se emocionen en el PRIAN y no se confíen en la izquierda. La capital siempre ha sido muy disputada, punto. Santiago Taboada está más cerca de la cárcel que de convertirse en Jefe de Gobierno. La izquierda no debe aflojar porque ya vimos que la derecha aprovecha cualquier coyuntura. 

Para fortuna de Clara Brugada, Ricardo Monreal está muy ubicable, muy localizable y sus mañas se le conocen muy, muy bien. A diferencia de hace tres años, esta vez tiene empeñada a su propia hija en Morena, por la Cuauhtémoc. Es decir: no operará en contra de la izquierda, parece. Está cerrada la elección en la Ciudad de México, pero posibilidades para números serios hay. La tiene difícil el PRIAN; es cosa que el votante de izquierda llegue a la urna y Clara ya quedó. 

2. Sobre las encuestas

Hay un escándalo con Massive Caller, la firma que da el triunfo a Xóchitl Gálvez cuando falta un mes para la elección (aunque, nadie lo dude, “corregirá” su pronóstico al final del proceso para salir lo más cerca de los números reales). Lo más impresionante es que nadie le exige explicar su participación en esta contienda. Obvio, ni el Instituto Nacional Electoral. No reporta a nadie, nadie le pide cuentas. 

Los clientes de Massive Caller contratan sus servicios no por lo que le dice a ellos, sino por lo que le vende a otros. Es decir: es propaganda. La empresa desarrolla entre 20 y 30 supuestas encuestas ¡diarias! Imagínese el tamaño de su negocio, el negocio de la manipulación. Y aunque casi todos sabemos que participa en el proceso electoral y que se lleva dinero público, el INE no le pide explicación.

Las encuestas son todo un tema. No conozco a nadie que utilice la basura electoral que produce GEA-ISA, pero allí está y alguien le paga. ¿Quién, con qué, de dónde? Dudo que su chatarra sirva a los cuartos de guerra y dudo más que se utilice realmente para leer tendencias. ¿De dónde sale el dinero y quién la mantiene? Y si nadie le cree ya a sus datos, ¿por qué sigue saliendo la encuesta de GEA-ISA?

Con Massive Caller, por la información que ha venido saliendo, hay un poco más de transparencia. Se trata de la tienda de un circo donde una señora con una bola de cristal le lee la palma de la mano a sus clientes. Imaginen a Marko Cortés, de inteligencia limitada, preguntándole a la adivinadora qué pasará en las elecciones de 2024. Marko ha pagado durante años la universidad de la hija de la adivinadora: ¿ustedes creen que ella se atrevería a defraudarlo? Le dice lo que quiere escuchar, y listo. “Xóchitl ya ganó”, expresa la adivinadora. Y Marko aplaude, emocionado.

Lo que es un escándalo es que esas encuestas fraudulentas viven de dinero público; de las prerrogativas que se entregan a los partidos, que vienen de nuestros impuestos. Y lo más impresionante es que nadie exija –obvio, ni el INE– una mínima explicación, cuando esas casas han sido parte de fraudes electorales como el de 2006.

3. Sobre ovarios y testículos

Hace unos días, durante una entrevista, Xóchitl Gálvez se refirió a Claudia Sheinbaum como “la momia”. No sentí extrañeza. Debe ser terrible estar rodeada de machos del tipo “Alito”, acusado de relaciones perversas con mujeres colaboradoras; o de Marko Cortés, líder de una pandilla de señores cuya única “virtud” es haberse apropiado del padrón del PAN para controlar elecciones y obtener rentas ilegales de los espacios que gobierna.

La de Xóchitl es una violencia que transparenta la violencia a la que está sometida en su entorno; violencia a la que es expuesta incluso sin darse cuenta o que ella, por decisión propia, normaliza. Pero también es una manera grotesca de abrirse los intestinos frente a millones y mostrar de qué están rellenos. Es violencia que refleja su desesperación, su frustración y su fracaso. Es violencia de la malcriada que le quema el cabello a su compañera de pupitre sólo porque lo tiene más largo que ella.

Al final, la candidata del PRIAN es al mismo tiempo receptáculo que un muestrario de odios profundos como los de Vicente Fox y Javier Lozano, Felipe Calderón y Carlos Alazraki, Roberto Madrazo y Rosario Robles. Y cuando digo lo anterior no son sólo ideas al vuelo: he visto a los ojos el coraje y la frustración de los que este verano perderán la elección presidencial y no resisten ver agonizante a su partido, el que adoran en secreto, al que le prenden diez veladoras diarias en casa (imaginen un altar de magia negra) y del que se avergüenzan en público, sea PRI o sea PAN; he visto ese odio en los ojos de quienes quisieran que todos los periodistas fuéramos Javier Alatorre: mediocres, indignos, lectores de teleprompter, de rodillas frente al poder económico y espumando babas que antes estaban en la boca de su patrón.

El odio en Xóchitl es lo que la autoriza a llamar “narcocandidata” a Claudia sin tener un sólo dato con qué sustentarlo. El odio en ella es lo que le aconseja mostrar a Sheinbaum como un gusano frente a universitarios. Y yo me pregunto: ¿Por qué critica el físico de su adversaria alguien que padece obesidad mórbida y una patológica adicción a las mentiras? ¿Qué le hace sentirse superior, físicamente? ¿Se ha comprado su propia “historia de éxito”? Porque narcisista es: suele citarse a sí misma como ejemplo y jamás ha mencionado un solo libro, un solo ensayo, a un solo autor.

¿No se da cuenta de que cuando llama flaca o momia o fría a su contrincante repite los estereotipos que utilizan los hombres para tratar de caricaturizar a una mujer y humillarla? ¿No se da cuenta de que cuando habla de sus “ovarios del tamaño de una toronja” repite ese enorme malentendido machista de que entre más violento es un hombre más grande tiene los testículos? ¿No se da cuenta de que cada vez que pega chicles en la mano de sus asistentes confirma a su entorno de mexicanos-blancos-de-derecha que es una vulgar a la que sólo soportan porque defiende sus intereses?

¿No se entera, Xóchitl, o no quiere enterarse, de que esa mayoría que votará por ella la detesta tanto como ella misma detesta a Claudia? ¿No se da cuenta de que cada vez que Max Cortázar le pide atacar a Claudia por su físico –muchísimo más sano que el suyo– también la agrede a ella en secreto, porque alguien que detesta a un mujer delgada odiará dos o diez veces más a una mujer obesa como ella?

¿Qué quedará de Xóchitl dentro de un mes, cuando terminen de usarla los que la usan? Porque aparte de la derrota política y cultural tendrá que lidiar con una derrota muy, muy personal. Ella lo ha hecho todo muy personal. Incluso el haber involucrado a sus hijos en su equipo lo hace más personal. Es la derrota de una mujer que ha mentido para llegar a donde está; que se ha pasado de lista abultando su patrimonio mientras es servidora pública. ¿Qué quedará de ella cuando todo esto termine? Yo digo que como Ricardo Anaya o Felipe Calderón, deberá buscar el exilio en el extranjero; refugiarse donde no la vean llorar, porque tanto odio acumulado en los intestinos suele conducir al llanto.

¿Qué será de Xóchitl cuando le quiten los reflectores los mismos que se los pusieron?

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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