Blanka Alfaro
06/05/2020 - 12:02 am
Ser madre a la fuerza
Tristemente, miles de millones de hembras de las especies más sociables y que llevan a cabo la maternidad con la ternura y el cuidado que reconoceríamos en una madre humana, son obligadas a vivir este proceso de manera forzada, continua y siempre separadas de sus hijos.
En marzo de este año miles de mujeres en nuestro país marchamos pidiendo, entre otras cosas como el alto al acoso sexual y la discriminación de género, el derecho a una salud reproductiva plena. Los detractores de estas ideas progresistas, en su mayoría hombres, no soportan la idea de estar perdiendo el control sobre nuestros cuerpos.
En las redes sociales recomiendan a las mujeres cerrar la piernas, como si eso ayudara en un entorno de abuso doméstico, donde la violación no es reconocida como tal porque viene de parte de la pareja. Nos aconsejan vestir de manera recatada para no provocar en ellos los deseos de agredirnos sexualmente. Me pregunto cómo se habrán vestido las niñas de nueve años que forman parte de los 390 mil embarazos infantiles y adolescentes que ocurren en México cada año.
Ser madre es una experiencia que debe ser voluntaria y no hay vuelta de hoja. Y dentro de la libertad humana se recomienda que se haga en un momento de la vida en el que estemos preparadas para serlo, para darle a esa persona que vamos a traer a la existencia una vida digna y libre de sufrimiento evitable. Existe una estrecha relación entre el maltrato infantil y los embarazos no deseados. Los niños que son víctimas de abuso y descuido no reciben el mismo apoyo en sus primeros años como el que recibieron cuando solo eran un conjunto de células.
La maternidad en las hembras de otras especies no humanas, cuando su entorno no ha sido afectado o creado artificialmente por el hombre, sucede con la autonomía que su propia naturaleza les brinda. No es un proceso fácil porque se encuentran rodeadas de peligros para ellas y sus pequeños, pero su abanico de posibilidades incluye el de una vida en libertad y fiel a sus necesidades.
Tristemente, miles de millones de hembras de las especies más sociables y que llevan a cabo la maternidad con la ternura y el cuidado que reconoceríamos en una madre humana, son obligadas a vivir este proceso de manera forzada, continua y siempre separadas de sus hijos. Aunque en la naturaleza humana y animal las crías terminan siendo completamente independientes de la madre, en las industrias de la carne, la leche y los huevos ni siquiera les permiten vivir el proceso de crianza juntos.
La inseminación de vacas y cerdas son procesos invasivos y grotescos en donde humanos introducen sus brazos y otros objetos en sus vaginas. He visto gente, regularmente quienes lucran con los aparatos reproductores de estas hembras, defender estos procedimientos y compararlos incluso con una inseminación artificial humana. Pero en el último caso el tratamiento es enteramente voluntario y tiene un final muy distinto al robo y muerte de los hijos.
Otros argumentan que invadir los orificios de las hembras cautivas en la ganadería industrial elimina el proceso traumático del apareamiento, pero la hipocresía se hace evidente cuando otros procesos igual o más traumáticos terminan sucediendo de todas maneras, como el encierro en jaulas gestacionales, en donde las cerdas no pueden ni darse la vuelta o estar en contacto con sus hijos, o separar a las madres vacas de sus becerros. Y por supuesto, la muerte violenta de todas ellas.
El próximo 10 de mayo estas madres vivirán ese día como han vivido el tiempo que llevan en este mundo: en el encierro y sin poder estar cerca de ninguno de los hijos e hijas que la industria, y nosotros, les seguimos arrebatando.
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