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María Rivera

06/04/2022 - 12:03 am

El delirio

“Pero ahí no acaba el carnaval en el que estamos inmersos: ahora los opositores mismos a su Gobierno promueven que se quede, y que la gente que quisiera que el Presidente, en efecto, se fuera, no participe en el ejercicio”.

Propaganda a favor del Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, para el proceso de Revocación de Mandato, en un puente de la capital del país.
“En eso devino la novedad de la democracia participativa: en un delirio de adoración”. Foto: Moisés Pablo, Cuartoscuro

Es, sin duda, un logro que la Revocación de Mandato haya sido incluida como una opción en la vida democrática del país. Es un instrumento de democracia directa que puede ser usado en casos excepcionales donde una cantidad suficiente de ciudadanos no esté de acuerdo con que el Presidente siga en su cargo, por lo que puede impulsar un mecanismo para obligarlo a irse. Suena muy bien, pero si uno lo examina más detenidamente, lo primero que salta como una obviedad es que este mecanismo debería ser usado en casos excepcionales para no vulnerar la estabilidad política del país e incluso, decisiones democráticas como la elección del Presidente de la república. Es decir, es un mecanismo por el cual el país podría mejorar ante un manejo político intolerable que, suponemos, tendría que estar causando muy graves vulneraciones al país. Para ello, todos los mecanismos políticos de corrección del poder tendrían que haber fallado. Es, a todas luces, una cosa muy seria que podría causar inestabilidad política y que no debería ser utilizado de manera irresponsable por el propio Presidente…

Y es que, como cualquiera sabe, los promotores de la consulta actual para revocarle el mandato a López Obrador no sólo no opinan que el Presidente debe irse, sino que debe quedarse. Miembros de su Gobierno, de su partido y seguidores en todo el país promueven la consulta como si en realidad fuera lo que no es: un mecanismo para apoyar a la Presidencia. Esta perversión del mecanismo, que ha sido convertido en una forma de demagogia y manipulación, además de ser delirante, es nociva. El dinero invertido en ella, bien podría haberse destinado a fines urgentes, de los cuales hay muchos, considerando que quienes se oponen al Presidente no tienen ninguna intención de que se vaya. Pero ahí no acaba el carnaval en el que estamos inmersos: ahora los opositores mismos a su Gobierno promueven que se quede, y que la gente que quisiera que el Presidente, en efecto, se fuera, no participe en el ejercicio. Tenemos, entonces, un escenario que si no fuera real, sería parte de una obra para desternillarse de risa. Claro, si no hubiera implicado una serie de violaciones a la ley de parte de funcionarios y miembros del partido en el poder, y no comportara un ataque muy obvio a la autoridad electoral que, lejos de ser un árbitro imparcial, se ha convertido en un actor político de la oposición a través de algunos consejeros que más dañan a la institución con su activismo, que el Presidente.

La realidad, querido lector, es que muy probablemente el Presidente pensaba en otra cosa cuando ofreció este ejercicio. Seguramente pensaba en una consulta para evaluar su Gobierno o peor aún, para alabar a su Gobierno. Un baño de apoyo popular, como el que estamos viendo, donde la gente sale a vitorearlo y a manifestar el enorme amor con que le corresponde el “pueblo bueno”. O sea, un ejercicio demagógico que, además, busca reforzar los años que le quedan a su sexenio, aduciendo que los opositores y la gente descontenta con lo que ha llamado “Cuarta Transformación”, es una minoría insignificante, pero muy ruidosa, y que él tiene el apoyo generalizado. Es irrelevante que dichas inferencias no puedan realizarse a partir de la consulta, pero hemos visto que la realidad, los datos objetivos, son completamente innecesarios para asentar una verdad política bajo su mandato, lo mismo da.

Por donde se le vea, el efecto perverso será inevitable, porque asistimos a una farsa, una simulación: todos sabemos que la consulta es innecesaria del todo, que ha sido promovida por los seguidores del Presidente, que el resultado se leerá deliberadamente como un refrendo de su Gobierno, así se presenten mil personas a votar. Ante este desenlace previsible, no hay mucho que hacer. La oposición ha decidido llamar a la gente a que no participe, lo cual tampoco deja de ser parte del enorme absurdo en que nos encontramos, como público cautivo ante el delirio colectivo.

La pregunta que algunos se harán, es qué papel jugarán en la obra delirante del próximo domingo. Si participan en ella, o no participan, y para qué.

Supongo que muchos piensan que deben apoyar al Presidente, lo cual no deja de ser parte de lo mismo, porque quienes no lo apoyan no promueven que se vaya y no es, digamos, una consulta para expresar fervor. Los opositores, por su parte, salen a decirle a la gente que se quede, termine su sexenio, como si realmente lo quisieran. Total, querido lector, ya decidirá usted si se pone su disfraz, si no se lo pone, o si se queda en su casa a comer palomitas mientras mira la obra, aunque ya conozca el final, los parlamentos y los aplausos grabados.

En eso devino la novedad de la democracia participativa: en un delirio de adoración.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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