Todo el mundo habla del hubiera como un tiempo perdido, un tiempo de tontos, pero yo vivo del hubiera, como cualquier escritor de ficción. ¿Y si…? ¿Qué tal que…? El hubiera me mantiene respirando, trabajando. Es el tiempo de la nostalgia, de las historias, de las pérdidas, de las posibilidades. En el hubiera existen los mundos paralelos que tuve que dejar atrás, las personas a las que amé, que me amaron, que maté, que me mataron. Hay tantos que abruman, pero uno que late en mi cabeza sin explicación racional, porque fuiste una semana, una noche nada más, en que bailamos y recordamos la noche de antes, que fue una también, nada más, pura posibilidad, puras miradas, puros casi y a pizca de. Un nombre que suena a santo, un color de piel que recuerda a norte, un beso en un parque y una promesa tan aérea que se montó en una mariposa y se fue volando antes de que la llegáramos a conocer bien. Me hiciste sonreír y me hiciste bailar, me estremeció tu contacto de adoración y miedo, te empujé a un límite que no conocías y que yo rozaba con expresión de conocedora mientras se me helaban los dedos. No hay futuro, no hay pasado, sólo esto, lo que sea que esto sea, te anuncié. Esto, dijiste, es el presente. Lo único que existe. Pero ¿cómo ibas a ser poeta con tu alma de academia? Claro que no, te expliqué, no existe, ni existirá después. Lo que nos quedará siempre es el hubiera, si aprendemos a usarlo entre signos distintos, a acomodarlo entre frases hermosas, a conjugarlo. ¿Y si esa noche, en vez de temerle a tu ternura, hubiera sucumbido a ella? ¿Y si en vez de esconderme me hubiera lanzado a esa cama en penumbras y hubiera dejado que me besaras el cuello, que me vencieras? Querido, hubieras cerrado mis párpados por la fuerza para hacerme mirar hacia dentro y habría encontrado que eso quería: dormirme mientras mi cuerpo despertaba, perderme mientras tú me encontrabas, soñar mientras la realidad me aplastaba con la forma de tu cuerpo menudo y moreno. ¿Y si me hubieras desnudado ante las cortinas abiertas en ese piso tan alto, y hubieras curado mis temblores con esos dedos de huesos agudos y yemas suaves, tan de caballero? Habríamos dejado que los demás se fueran, habríamos seguido bebiendo agua para hacer tiempo, porque no queríamos estar ebrios y dejar de sentir o sentir más de lo que ofrecían las sombras. Yo habría dejado de reírme como colegiala porque habría comprendido que la pasión que esperaba a unos pasos era cosa seria. Me habría quitado los tacones para que alcanzaras mi frente sin esfuerzos y habría sucumbido ante tu paciencia, ante esa dulzura que laceraba más que las uñas y los dientes. Te habría enseñado las curvas de mi espalda y habrías besado mi columna, te habría mentido que te amaba con tal de que me pagaras con la misma mentira. Habrías encontrado un ave domada en tu nido, le habrías acariciado las alas y te habría hablado de cómo se ve la nieve desde las alturas, de cómo duelen las tormentas cuando uno flota bajo las nubes, y habría cantado para ti.
Mi tiempo de tontos dice: si hubiera sido tuya no me dolerías, no tendría que recordarte hoy, habrías sido la noche y ya, el pasado y ya. Ojalá hubieras leído las notas que mi piel te dictaba, querido, y hubieras tocado esa sonata que quería tanto ensordecerte, sudarte, empaparte y luego olvidarte. Pero no, dice tu tiempo de tontos, yo peleaba la guerra y no una simple batalla: si hubiera, querida, tomado lo que ofrecías, escuchado lo que recitabas, amado lo que suplicaba ser amado, hoy sería viejo. Hoy sería feo. Hoy sería nada en el páramo de tu memoria. En vez, guardas para mí, y para siempre, tu cuerpo de veinte años, tu ansia incompleta, tu deseo desesperado. Vivimos juntos en una noche perpetua la tú y el yo más hermosos, los más llenos de posibilidades, los que jamás serán olvidados.