En el panorama de la medicina tradicional serrana, las madres de familia actúan como auténticas curanderas no iniciadas. Carentes del don y del reclutamiento místico distintivo de los especialistas indígenas, poseen sin embargo conocimientos cosmológicos sobre la concepción nahua de persona y los procesos de salud-enfermedad que les permiten poner en práctica procedimientos terapéuticos.
Por David Lorente Fernández
Ciudad de México, 6 de marzo (SinEmbargo).- Presentamos a continuación un extracto del libro El cuerpo, el alma, la palabra. Medicina tradicional en la Sierra de Texcoco, del antropólogo David Lorente Fernández, publicado por Artes de México.
En el panorama de la medicina tradicional serrana, las madres de familia actúan como auténticas curanderas no iniciadas. Carentes del don y del reclutamiento místico distintivo de los especialistas indígenas, poseen sin embargo conocimientos cosmológicos sobre la concepción nahua de persona y los procesos de salud-enfermedad que les permiten poner en práctica procedimientos terapéuticos. Ellas son las primeras en efectuar un diagnóstico y en consecuencia brindan atención primaria a los niños. Cuando las enfermedades exceden sus competencias, deciden los itinerarios curativos acerca de cuándo, a quién y en qué orden acudir, actuando como enclaves estratégicos entre los centros de salud y los terapeutas indígenas. En diálogo constante con las abuelas y otras mujeres, las madres de familia observan en sus hijos los síntomas, signos y causas de diversos tipos de síndromes de filiación cultural y padecimientos biomédicos.
Tras someterlos a los recursos de la medicina familiar, que incorpora hierbas, alimentos, procedimientos rituales y préstamos de la medicina alópata, reconocen si el tratamiento lo realizan ellas, la medicina académica o los curanderos indígenas. En ocasiones la cura implica un itinerario terapéutico en el que se acude, en diverso orden, a los distintos sistemas médicos. En cualquier caso, la madre es quien supervisa el tratamiento y escoge cómo proceder y a quién acudir en cada momento.
La medicina de las mujeres
Las madres de familia poseen un conocimiento sofisticado sobre las concepciones nahuas de cuerpo y persona que sustenta su labor como terapeutas y les permite diagnosticar y atender a los niños cuando presentan patologías. Este conocimiento es tácito, no manifiesta una sistematización y a menudo se evidencia en sus acciones y en aquello que se debe o no hacer durante la crianza de un hijo para no influir negativamente en su crecimiento o su salud.
Los niños son frágiles. Por ejemplo, el primer corte de pelo es un momento delicado. Tiene que hacerse cuando ya cumplió un año, cuando ya está un poco maduro y ya camina. Si no es así, el niño comienza a chiquearse, llorar mucho, buscarse el pelo y puede dejar de crecer bien o no logra aprender a hablar; le afecta en su desarrollo. Físicamente les afecta. Si se les corta el pelo antes del año, los bebés se enferman de gripe, porque se les mete en el agua el cabellito. Pero lo más peligroso es cuando se espanta y le da lástima, entonces lo que hacemos es hervir en agua el cabellito y se lo damos a tomar como té. El espíritu del bebé está también en el cabello. Si se espanta, se le da con agüita
para que recupere ese espíritu que perdió y pueda sanar. Cuando se lo corté a mis hijos, guardé el cabello del primer corte y busqué además que fuera en luna llena para que les creciera más rápido. Esa es la tradición, el cabello del primer corte siempre se guarda, pero el de los hombres, porque las mujeres no nos cortamos el cabello, nosotras somos siempre de trenza, desde chiquitas. Lo mismo sucede con las uñas. Si se les cortan muy pronto, antes de los cuatro meses, puede ser que la criatura no hable bien. Las uñitas se les cortan con los dientes y no con las tijeras. En mi familia lo hacían así porque si se usaba metal el niño se asustaba, le daba lástima. Antes guardaban las uñas del primer corte, después ya no.
Si los niños no hablan pronto porque se les cortó el cabello o las uñas antes del año, se puede hacer algo para remediarlo; cuando viene la temporada de las frutas, de los capulines, de los ciruelos, las mismas que comen los pajaritos, se les da para que hablen.
El conocimiento materno comprende saberes complejos acerca del funcionamiento del sistema anímico y su relación con la naturaleza corporal del niño.
(…)Las cocinas son espacios donde las mujeres adquieren, construyen, enriquecen y transmiten estos saberes. Se trata de ámbitos exclusivamente femeninos donde dos o tres generaciones desarrollan sus actividades cotidianas.3 Las dinámicas de estos espacios inciden de forma directa en el predominio de los saberes curativos de las mujeres. Con frecuencia, los alimentos son un recurso médico. En su preparación intervienen las categorías de frío y calor, y las prácticas culinarias se asocian con la elaboración de remedios caseros: la manipulación de las hierbas medicinales y la preparación de tisanas acontece siempre en la cocina. Mientras los varones trabajan en el exterior, ya sea en la milpa o ejerciendo sus actividades en las ciudades cercanas, las mujeres permanecen en el hogar conviviendo con otras parientes o vecinas con quienes conversan, comparten sus experiencias o intercambian ingredientes para elaborar remedios ante una afección infantil: huevos para limpias, agua bendita, flores o hierbas medicinales. Junto a las cocinas, los huertos domésticos constituyen un lugar de abastecimiento de recursos terapéuticos así como de reproducción del conocimiento. Estos ecosistemas, cultivados y silvestres al mismo tiempo, son atendidos cotidianamente por las mujeres. En ellos aprenden el lugar
preferido de crecimiento de las plantas medicinales, si se asocian o gustan de la vecindad unas de otras, si requieren reproducirse en fases determinadas (como el plenilunio, asociado por los nahuas al crecimiento general de los seres) o si las hierbas prosperan solas. Gracias a la socialización de los huertos, las mujeres adquieren un saber cultural que transciende las utilidades terapéuticas de las plantas. Aprender la clasificación de las hierbas en frías o calientes permite que las mujeres construyan, progresivamente, el sistema nahua de las
enfermedades de acuerdo a categorías térmicas.