Leticia Calderón Chelius
06/03/2021 - 12:01 am
Si 20 años no es nada
Somos un país que se regodea en su hospitalidad histórica pero no está dispuesto a actualizar su marco legal y, en su momento, obligar a los funcionarios a cumplirlo a cabalidad, lo mismo que debe ocurrir en ámbitos privados.
Dice el dicho que 20 años es nada, entonces, 25 apenas es un arranque. Me refiero al inicio de lo que será el año de celebraciones de la organización SIN FRONTERAS I.A.P que este año realizará distintas actividades para festejar sus 25 años ininterrumpidos de trabajo.
No es poca cosa para la organización pionera en la defensa y visibilización de la población inmigrante en México, en un país plagado de lugares comunes en el tema que va desde oír repetidamente que hay muchos extranjeros radicando en el país, cuando somos uno de los países de menor porcentaje de personas no nacidas en territorio nacional que viven por aquí (menos del 1 por ciento de la población total según el Censo del 2020), y donde predomina el imaginario sobre el tránsito migratorio como si esa experiencia fuera toda la migración. Ciertamente dicho tránsito migratorio ha sido un flujo constante desde hace más de 30 años, aunque la sociedad mexicana no vea este caminar de miles de personas cada año, salvo en momentos de crisis, como ocurrió con las caravanas, que insisto, es solo una de las muchas caras del proceso de la migración. Lo central es que en cada uno de los momentos del proceso migratorio, sea tránsito, o búsqueda de asistencia para solicitar asilo e integrarse a la sociedad mexicana, Sin Fronteras I.A.P busca participar, apoyar, aliviar a las personas que tocan a su puerta.
La otra cara de la moneda es lo que muchos seguramente saben, México es uno de los 3 países de mayor expulsión migratoria del planeta, junto a India y China. Somos uno de esos países que deja ir a su gente. Desafortunadamente no le damos la bienvenida a quienes buscan mudarse de casa, de país, independientemente, esta experiencia de más de un siglo no nos ha hecho un país que acoge amorosamente a quienes, por las razones que sean, eligen a México como su país de vida. Y no me refiero a la simpatía, relajo o un buen festejo a la mexicana donde todo mundo, independientemente de su nacionalidad, es bienvenido. Yo hablo de asuntos más estructurales que definen la vida de las personas más allá del festejo. En nuestras leyes se puede constatar que hay un tipo de xenofobia legalmente aceptada que permite que se repliquen actitudes de odio, desprecio o descalificación a quienes se considera extranjeros, muchas veces solo por el color de piel, acento o apellido, cuando incluso esta valoración puede incluir a ciudadanos mexicanos por naturalización.
La ironía radica entonces en que pese al rasgo de ser un país de alta emigración, esto no nos ha hecho más sensibles, abiertos o por lo menos más realistas como sociedad en su conjunto, respecto a quienes son las personas que transitan nuestro país, pero sobre todo, sobre los que eligen quedarse entre nosotros. Somos un país que se regodea en su hospitalidad histórica pero no está dispuesto a actualizar su marco legal y, en su momento, obligar a los funcionarios a cumplirlo a cabalidad, lo mismo que debe ocurrir en ámbitos privados.
Voy a poner dos ejemplos cotidianos que la mayoría ni imaginamos que pasa una persona extranjera en estas benditas tierras. Ya sea en tránsito o instalada en México -incluso hace años- un hecho tan simple como intentar cobrar un cheque de su propia cuenta puede volverse un calvario porque el funcionario de ventanilla de un banco le niega el servicio al cliente si no tiene su credencial del INE, que obviamente no tiene porque no es mexicano. En el colmo, si alguien es un ciudadano por naturalización, el mismo funcionario hipotético de nuestro ejemplo, es capaz de condicionar el trámite porque su INE le parece “rara”, porque su CURP no es como la de los mexicanos por nacimiento –lo que se les ha explicado hasta el cansancio y legalmente se ha reconocido el derecho a mostrar otros documentos–. El otro ejemplo que más que molesto se vuelve doloroso y debería indignarnos como país, es la discrecionalidad que ocurre de manera repetida en el aeropuerto de nuestra Ciudad de México, en que se identifica, separa y decide arbitrariamente, aun con todos los papeles en regla o sin ninguna consideración de carácter humanitario, deportar a la gente que viene al país por paseo, reunificación familiar o en franca huida de situaciones tan duras como con las que millones de mexicanos han justificado su migración por décadas. Esto ocurre pese a que en muchas ocasiones hay abogados, movilización de familiares y amigos, para tratar de impedir una deportación exprés contraria a nuestras leyes.
Estos son solo dos ejemplos de lo que es la xenofobia legalmente aceptada en México porque cuando la ley no impide expresamente estas actitudes y da un margen de acción a quien decide aplicar un trato asimétrico hacia quien no sea, a su juicio, mexicano, se abre un espacio para el abuso de poder. Esto es solo la punta de un iceberg del universo en que Sin Fronteras I.A.P ha trabajado durante más de dos décadas bajo un principio fundamental, acompañar al que no tiene quien lo acompañe, acompañarlo como todos y cada uno de nosotros querría ser acompañado en situaciones de estrés extremo como ocurre al migrar. Larga vida a Sin Fronteras I.A.P, larga vida a los defensores de nuestros derechos.
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