Yo creía que las velas, la noche, la piel preparada y tersa, la música perfecta y el atuendo especial. Yo creía que especial y cotidiano antagonizaban y tú me enseñaste que entre risas, entre sueños o siempre no, y el calor de tus manos alrededor así, nada más, llenas así, nada más, para saberme y dormirme y ya. No ves tu cuerpo: vives tu cuerpo, lo habitas a tus anchas y cada vello te pertenece, cada músculo te responde porque lo llenas desde dentro, le decoras las paredes, le reparas los rayones, lo haces tuyo y le enseñas al mío que viva, que salte, que se convulsione en carcajadas, que se ruede, húmedo, entre las sábanas buscando el abrazo cálido y seguro y grande de ti, de la cabaña enorme que me eres, cómoda, viva, de fuego sin humo y de bosque sin brujas.
Yo creía que se agotaban los boletos, que se agotaban los pedazos para dar y que completarse, sí, era luego con el beso ajeno, con el abrigo prestado, con la compasión del curémonos uno al otro y adelante: lo que me tejo es mío, lo que crece en mis huertos sale de mis manos, mías, que volvieron a aprender a sembrar y a esperar y a pacientar, descubriéndose llenas de dedos de nuevo, holgazanas cuando es domingo, apretadas cuando llega la furia, tomadas siempre con la misma paz porque las tuyas y las mías, ciegas, se reconocen, sordas, se cantan, mudas, se abrazan.
No se renace: se repara. No se da uno: se averigua, se recorre en las carreteras de adentro, se llega y se vuelve a viajar cuando lo dejan volar y aterrizar y volver a volar tranquilamente, sin hilos. No se es papalote encorreado: se es ave que se descubre ave tras esperarse oruga, tras esperarse mariposa frágil y dormilona y colgada en las ramas junto a los murciélagos… No se es mariposa presta a emigrar al primer viento, se es ave constructora de nidos, se es sonrisa fácil, descubridor de siestas sin culpas, agua que se renueva y se refiltra, bebiéndose y lloviéndose en la misma fuente, conociendo el azul de ser nube y el verde de ser tierra.
Yo creía que cada vez costaba más darse: lo que costaba era recibirse. Cuando uno se recibe, se conoce y se habita, cuando uno se deja de buscar el reflejo más allá y se sabe, con las manos ciegas y las pieles reconquistadas, se ofrece con cientos de heridas curadas, cientos incuradas, cientos incurables, sin que importe. Se ofrecen el pasado, sin desmenuzarlo, y el futuro, sin hornearlo desde ahora, y se brinda por el desayuno, por aquel vientecillo, por la planta que al fin creció. Se brinda por brindar, porque se llegó hasta aquí, porque el fuego no queme y el agua no ahogue y se sigan yendo los días volando, como mariposas, como aves, como risas.