“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
Difícil pensar en alguien que no conozca estas palabras.
Difícil también lo es creer que con tan sólo dos libros, un escritor se iba a convertir en paradigma de las letras de su país, y más allá, de su lengua, el español.
Pero todo ello se ajusta a la descripción de un personaje que vio la luz de este mundo un 16 de mayo. Y aquí empieza la confusión que sólo engrandece al mito: hay biógrafos que sitúan el año de su nacimiento en 1917; para otros, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació en 1918 en Sayula, Jalisco.
A la escritora María Teresa Gómez Gleason le dijo una vez, en una entrevista: “Me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos y aunque sienta preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo.”
Y se decidió, pues, por una versión más corta del nombre del padre de su abuela paterna, Juan del Rulfo, un aventurero español llegado a nuestro país a finales del siglo XVIII.
Juan Rulfo pasó sus primeros años en Apulco, una hacienda de sus abuelos en el pueblo de San Gabriel, también en Jalisco. Pero la suya no sería una infancia idílica, pues en 1925 el asesinato de su padre a manos de un peón, comenzaría a marcar su sino. Sólo cinco años después, en 1930, su madre también falleció y él y sus hermanos quedaron a cargo de su abuela materna. La muerte lo rondaba desde pequeño.
El proceso de formación del joven jalisciense sería, también, accidentado: cuando intentó entrar a la Universidad de Guadalajara en 1933, ésta entró en una huelga que duraría varios años, por lo que decidió mudarse a la Ciudad de México para tratar de continuar con sus estudios.
Pero la suerte no parecía estar de la mano de Rulfo: no le revalidaron sus estudios de preparatoria y además reprobó el examen extraordinario para entrar a la Universidad.
Aunque asistió como oyente en el Colegio de San Ildefonso, en donde atendía materias de leyes y contabilidad, tuvo que conseguir un empleo para sostenerse, y la Secretaría de Gobernación le abrió las puertas como agente migratorio en una época especialmente difícil: la Segunda Guerra Mundial.
Durante las tardes, en el poco tiempo libre que le dejaba este empleo, Juan Rulfo comienza a escribir. Su primera obra fue una novela llamada El hijo del desaliento, que nunca se publicó completa.
Pero en sus letras se gestaba la promesa de lo que algún día sería uno de los más grandes escritores en lengua española.
En 1945 comenzó a publicar cuentos en la revista América, pero no fue sino hasta 1953 que el Fondo de Cultura Económica edita El llano en llamas, un volumen de relatos que ahora se considera una de las dos obras maestras de Rulfo.
Pedro Páramo, su gran oda a los muertos, apareció en 1955.
El propio Rulfo explicaba así su obsesión por la muerte:
“Una familia que se desintegró muy fácilmente en un lugar que fue totalmente destruido. Desde mi padre y mi madre, inclusive todos los hermanos de mi padre fueron asesinados. Entonces viví en una zona de devastación. No sólo de devastación humana sino de devastación geográfica. Nunca encontré ni he encontrado, hasta la fecha, la lógica de todo eso”.
Y en ese paisaje devastado de Comala, la tierra de los muertos, se gestó el mito de Juan Rulfo:
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
Mucha gente sabe de memoria estas palabras, pero no mucha conoce estas otras con las que seguro se identificaría aún ahora, signo inequívoco del dolor de un pueblo sumido eternamente en la miseria, en su relato Luvina:
-¿Dices que el Gobierno nos ayudará profesor?, ¿Tú conoces al Gobierno?
Les dije que sí.
-También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre del Gobierno.
Yo les dije que era la Patria. Ellos movieron la cabeza diciendo que no. Y se rieron. Fue la única vez que he visto reír a la gente de Luvina. Pelaron sus dientes molentes y me dijeron que no, que el Gobierno no tenía madre.
Juan Rulfo murió el 7 de enero de 1986 en la Ciudad de México.