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Miguel Rivas

05/12/2016 - 12:00 am

El amor por la Biodiversidad en tiempos del Buen fin

Hace 65 millones de años las condiciones de la Tierra eran otras. La hegemonía de los grandes reptiles llegaba abruptamente a su fin, un agente del espacio exterior y un posterior cambio climático global, se encargaron de pasar la estafeta a los mamíferos como los amos del planeta. Entre ellos, una especie de homínido- el […]

Si juntáramos a las ballenas, tigres, jirafas, lobos, chimpancés y hasta tlacuaches, estos ni siquiera alcanzarían los 100 millones de toneladas. Foto: Shutterstock
Si juntáramos a las ballenas, tigres, jirafas, lobos, chimpancés y hasta tlacuaches, estos ni siquiera alcanzarían los 100 millones de toneladas. Foto: Shutterstock

Hace 65 millones de años las condiciones de la Tierra eran otras. La hegemonía de los grandes reptiles llegaba abruptamente a su fin, un agente del espacio exterior y un posterior cambio climático global, se encargaron de pasar la estafeta a los mamíferos como los amos del planeta. Entre ellos, una especie de homínido- el Homo sapiens-, que sin tener grandes dientes, fuertes garras, visión privilegiada o gran fuerza, ha sido capaz de conquistar todos los continentes y cambiar la vida sobre la faz de la tierra a un ritmo sin precedentes en los 5 mil millones de años de esta esfera azul.

Hemos pasado de recolectar y cazar  a crear la agricultura y domesticar animales dándonos la disponibilidad de tener alimentos necesarios para crecer y aumentar en número, lo que nos dio tiempo de ir más allá y crear intangibles imaginarios – inexistentes en la naturaleza- como el dinero, el orden político, la religión y los mercados.

En el año 1700 éramos tan solo 700 millones de seres humanos y  para 1900 la cifra había crecido a mil 600 millones. Actualmente más de 7 mil millones de Homo sapiens habitan la Tierra, el único planeta conocido hasta ahora donde existe vida. Si pusiéramos a todas estas personas en una balanza, estos tendrían una masa de más de 300 millones de toneladas, pero si a eso le sumáramos todos nuestros animales de granja como vacas, cerdos, gallinas y más, estaríamos hablando de 700 millones de toneladas de masa biológica sobre la faz de la Tierra.

Estas cifras contrastan con la biodiversidad de grandes animales salvajes que aún quedan en el mundo. Si juntáramos a las ballenas, tigres, jirafas, lobos, chimpancés y hasta tlacuaches, estos ni siquiera alcanzarían los 100 millones de toneladas. Hablamos, como ejemplo, de 80 mil jirafas en el mundo por sobre mil 500 millones de cabezas de vacuno. Hoy hay más diversidad en fotografías, documentales, portadas de libros, que en la vida misma. Y esto se pone peor, actualmente las especies se extinguen a un ritmo más acelerado que hace 65 millones de años y los científicos plantean que estamos viviendo la sexta extinción masiva de la historia del planeta.

Las cifras de hoy son duras y apocalípticas, pero como no es mi intención deprimir al lector, también quiero decir que se está trabajando en las soluciones. Desde la cumbre de la Tierra de 1992 en Río de Janeiro, Brasil; la preocupación de las naciones por su biodiversidad ha crecido, y los compromisos internacionales han llevado a acuerdos que hoy protegen especies en peligro, evitan comercializar animales y plantas amenazados, crean áreas de conservación y destinan recursos a la valoración e integración de la biodiversidad como un patrimonio más de los países;  en ese sentido México es de los países más ricos del mundo.

Hoy ya casi no hay que explicar el término biodiversidad porque las personas están apropiado de él, entiende el valor su  intrínseco y  la gran mayoría está de acuerdo con proteger y conservar nuestro patrimonio natural. Sin embargo nuestros hábitos y formas de vida no siempre van de la mano con estas buenas intenciones.

Consumir es la forma más cercana que conocemos para cambiar las cosas: cambiamos hábitos de consumo a cosas más ecológicas, buscamos formas de producir más amigables con la naturaleza, pero nuestro voraz apetito por bienes e insumos no se detiene. Sólo por poner un ejemplo, la gran disponibilidad de alimento ha llevado a los países a sufrir de altas tasas de obesidad, México  ocupa el primer lugar;  pero la solución que encontramos no es tratar de alimentarnos sanamente, sino seguir consumiendo  ya sea comida procesada, dietética, light, tomar  fármacos o hacer cirugías. Lo mismo pasa con la biodiversidad.

Los países, que hoy están reunidos en la Conferencia de las Partes (COP13) sobre Biodiversidad -que se realiza en Cancún- intentan encontrar soluciones para la conservación de la biodiversidad, pero se preguntan qué cosas van a consumir para hacerlo y no qué van a dejar de consumir. En esta metáfora comparativa, los países se siguen alimentando a montones de industria, turismo, transporte, transgénicos, y otras miles de soluciones, pero nadie ha planteado dejar de vender nuestros recursos en el buen fin, black friday o cyber monday de la vida.

Un real compromiso de los países participantes de la COP-13, incluído México,  debe pasar por cambiar nuestras formas de percibir el desarrollo, verlo como un proceso para mejorar la calidad de vida de sus habitantes, y no como la meta última que se compra en el ofertón de recursos naturales en época de los descuentos. Mantener la vida como la conocemos hoy no depende de un agente del espacio exterior, sino que de nosotros mismos y las decisiones que nuestros líderes mundiales tomen al respecto. Es necesario que nos escuchen y conserven nuestro patrimonio natural por sobre sus intereses y productos que nos quieran vender.

Conoce más en: http://grpcemx.org/2gw41Mo

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*Miguel Rivas es el campañista de Océanos de Greenpeace México

Miguel Rivas
Miguel Rivas es campañista de Océanos de Greenpeace y candidato a Doctor en Ciencias Biológicas por el Instituto de Ecología de la UNAM.

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