LA ESCLAVA SEXUAL DEL MILLÓN DE PESOS

05/12/2013 - 12:00 am

Tlaxcala es la capital del abuso sexual contra niñas, centro de operación de redes de tratantes cada vez más asociadas con organizaciones que hasta hace algunos años sólo se dedicaban al narcotráfico, y ahora buscan el bocado global de 42 mil millones de dólares al año. Pero ni Tlaxcala ni otros 12 estados tienen una ley para combatir y castigar la trata de personas

Valeria

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Foto: Cuartoscuro

Ciudad de México, 5 de diciembre (SinEmbargo).– “Yo estaba embarazada de mis niñas cuando lo detuvieron la siguiente vez. Lo agarró la PGR, la Agencia Federal de Investigaciones. Pude quedar libre, pero no. El Oso les entregó un millón de pesos. Después de eso, yo tuve a mis hijas y él se las llevó a Tenancingo, Tlaxcala. Si yo dejaba de prostituirme, me decía, mataría a las niñas, que lamentablemente también son sus hijas”, recuerda Valeria.

Nació en Mazatlán, Sinaloa, el 22 abril de 1989. Vivía con su madre, con quien casi nunca hablaba, y su padrastro, al que despreció desde los años de su infancia, cuando el tipo se metía tembloroso a su cama y le tapaba la boca para que ella no gritara durante el abuso. De su padre, a Valeria nomás le dicen que lo mataron. “A lo mejor tuvo que ver con el narco”, dice y sus largas y gruesas pestañas bajan con lentitud y aburrimiento.

Conoció a su explotador cuando ella tenía 19 años. El proxeneta utilizaba el nombre de José Antonio de Ángel, pero el verdadero es Noé Méndez Guzmán El Oso. Decía tener  27 años de edad, pero andaba cerca de los 40. Como la mayoría de los esclavistas que venden mujeres en el centro de la Ciudad de México, Noé es de Tenancingo, Tlaxcala.

Otra cosa común en los de su especie: adoraba los autos Jetta. El suyo era blanco. En ese tiempo se decía decorador de interiores.

Valeria se probaba calzado en una zapatería de Mazatlán, cuando el lenón detectó su belleza sinaloense y sus ojos enormes y verdes y se arrojó sobre ella. Lo conoció el 21 de abril de 2008 y, cuatro días después, ya estaba cautiva en una casa enorme, atiborrada de esculturas de yeso que remedan las grecolatinas de mármol.

–¿Cómo era él? ¿Cómo se vestía? –Valeria repite la pregunta que le hago.

–Como se visten todos los padrotes, con tenis Nike, de marca; los cabellos eran parados. Traen carros buenos. Él es chaparrito, morenito, ojos chicos, boca delgada. No sé cómo era su nariz, porque en la cirugía se la dejaron afiladita. ¿Cómo era antes él? La verdad no sé. Se restiraba la cara, tenía cicatrices detrás de las orejas de tanto jalón que se daba. Dicen que era gordito, pero ya no de tanta grasa que se quitó. Un día me dijo que la grasa que se sacaba de la panza se la metía en las nalgas.

–¿Cómo te llevó a Tlaxcala?

–Por Durango y a la fuerza. En el camino me dijo que yo tenía que trabajar porque no me escogió por mi bonita cara, ni por mi bonito cuerpo. Que él me escogió para prostituirme, y que si yo no aceptaba prostituirme, que iba a matar a toda mi familia. Me paró en una calle de San Luis Potosí antes de llevarme con su familia. No podía huir, porque tenía quien me checara las 24 horas, otros hombres que yo no conocía, sus primos, también padrotes.

–¿Cómo te golpeaba?

–Con palos, cables. Con patadas, con puños, con lo que tuviera a la mano. Me pegaba, casi siempre, porque no le juntaba su cuenta. Yo trabajaba dos turnos. Trabajaba en el día y en la noche, que era de 8 a 11 de la noche y de 10 a 6 de la mañana. En la mañana tenía que juntar 4 mil pesos diarios, y en la noche 5 mil pesos. Eran 9 mil pesos por día. Tampoco podía platicar con ninguna de las otras chicas, unas 10, porque si nos descubrían hablando a las dos nos madreaban.

–¿Hubo otras chicas controladas por el mismo hombre?

–Viví cuatro años engañada. Él decía que no, no y no. A los tres meses, todavía en San Luis, supe que había otra. En el Distrito Federal me obligó a trabajar en La Merced, de las 11 de la mañana a ocho de la noche en el Hotel Veracruz. Me recogía y llevaba al departamento. Me podía quitar los zapatos. Los pies me hacían sufrir mucho. Dormía un poco. Comía, me bañaba, me cambiaba y me llevaba a Sullivan; ahí me quedaba de las 11 de la noche a la madrugada. Y de vuelta al departamento. Todos los días.

–¿Cuántos clientes son 9 mil pesos?

–No era necesario para mí entrar con muchos clientes para sacar el dinero. Un mismo cliente me pagaba hasta 2 mil pesos porque me quedara dos horas con él. En la mañana sí me hacía como 30 o 40 ratos diarios. Y en la noche me hacía como 10, pero allí te pagaba por más tiempo.

***

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Imagen: Especial

Valeria dormía, las pocas horas que lo hacía, en el cuarto de una casa de huéspedes de la calle Aldama, cerca de la Delegación Cuauhtémoc. Salieron del sitio cuando Noé El Oso, desconfiado hasta la paranoia, concluyó que habría un inminente operativo policíaco que lo llevaría a la cárcel, lejos de la mina de oro. Se recorrieron unos pasos, a un hospedaje a la vuelta llamado Estación. Continuaron a un sitio cercano al Sonora. No duraron mucho y terminaron en la colonia Guerrero, en el hotel Atoyac.

El Oso pertenece a una familia de explotadores que durante años, décadas tal vez, han surtido el mercado mexicano y alguna porción del de Estados Unidos. La muchacha sinaloense trabajó también en Irapuato, Guanajuato, y en la capital de Oaxaca.

En algunos momentos de la gira, Noé volvía a San Miguel con su mujer. La presentaba en el carnaval del pueblo y la presentaba como su “princesa”, cargo que ocupa la mujer que más dinero entrega a un padrote.

–Ahora sí, para que te des gusto, ahora es a mí a quien me van a madrear –le dijo el día de la fiesta religiosa, en febrero.

En la calle, Noé y otros explotadores de su clan se enfrentaron a latigazos contra los proxenetas de otro grupo.

Es parte de la tradición religiosa en ese pueblo de padrotes al que acuden autoridades civiles y religiosas y unas y otras saben exactamente de qué se trata el ritual de los esclavistas. Todos los conocen. ¿Cómo ignorar el deambular de un Lamborghini color naranja por las calles agujeradas, representación de los propósitos de la esclavitud de miles de mujeres?

Entre una parada y otra, nacieron las dos hijas. Valeria vivió cuatro partos y consumó un embarazo que llegó a término el 10 de diciembre de 2009 con el alumbramiento de dos cuatitas, también hijas de su esclavizador. Por esos días ocurrió el soborno de un millón de pesos a los agentes federales que detuvieron al Oso. Valeria pudo tener a las pequeñas con ella algunos días luego de que nacieran. Luego Noé las llevó con su hermana, en San Miguel Tenancingo, donde las parientes sanguíneas de los “chulos” participan en el embaucamiento de “sus cuñadas” y en el secuestro de sus sobrinos.

“Él decía que quería a las niñas mientras hubiera dinero. Cuando no había, me pegaba delante de ellas, y ellas lloraban y sufrían…”

Valeria parece llevada a ese momento.

La docilidad ganada con las amenazas era tal que Valeria volvería a Mazatlán, a casa de sus padres y con sus niñas en brazos. Su familia la abrazaría a ella, a las nietas y a Noé con entusiasmo por la vista.

Ella quedaba en silencio.

***

“Nos fuimos de mojadas”

Las cruzaron en lancha por el Río Bravo y caminaron cinco horas. Llegaron a Houston, donde las esperaba una camioneta cerrada, con otras muchas personas. Apenas respiraban. Las cambiaron de vehículo y llevaron a un hotel, donde durmieron. Además de Valeria, viajaban otras dos mujeres, al parecer de la sinaloense, las dos originarias de Tabasco y procedentes del circuito de Irapuato.

Las despertaron a las siete de la mañana y llegaron por la noche a Atlanta. Las pasaron a un departamento pintado de blanco con tres cuartos, baño, cocina y una enorme la sala. Estaba bajo la vigilancia de un padrote distinto al suyo.

De este sitio salían con los ojos cubiertos para que desconocieran el camino a bordo de autos llevados por los “libreros”, así llamados por ser responsables de la contabilidad de la empresa. Las introducían en otros departamentos repletos de hombres.

“Allá me ocupaba con 50, con 60, porque en un departamento había muchos hombres. Uno tras otro, 10 minutos cada uno. De la tarde de un día a la mañana del siguiente”.

No funcionó durante mucho tiempo. A los tres meses, Valeria volvió luego de pelear con Nancy, una de las tabasqueñas.

“Era mi carnala (en alusión a que también era explotada por Noé). Y le decía todas las cosas a él, hasta lo que no hacía.

De vuelta a México, en Tijuana, Valeria continuaba la misma rutina: de un cuartucho a la calle Revolución. Un taxista iba y venía con dos o tres esclavas por las mañanas y las noches. Amistó con uno de los choferes.

–Llévame la Central de Camiones –pidió ella.

–Es que no puedo, para eso no me digas.

–Tú sabes todo lo que pasa –suplicó la muchacha.

El hombre respiró hondo y desvió el camino a la terminal de camiones.

Antes de llegar a San Luis Potosí, timbró el teléfono celular. Noé era una marejada de insultos y amenazas si no volvía.

–¡Vas a ver hija de tu puta madre, si no regresas va a valer madre todo!

–Si le pasa algo a mi familia o a mis hijas te va a ir muy mal. Ya me decidí.

Pero no era así. Valeria no hizo nada a continuación.

Tiempo después, la policía le cerró el paso a El Oso cuando conducía cerca del Africam Safari, en Puebla. Los policías brincaron de las camionetas y encañonaron a Noé. Al mismo tiempo, la mujer que explotaba en complicidad con la Agencia Federal de Investigación, era interrogada en la Ciudad de México.

–¿Te llamas Valeria (le hablaron por su verdadero nombre)? –preguntó un agente del Ministerio Público.

–Sí, soy yo.

–¿A qué te dedicas? –averiguó el fiscal.

–Soy ama de casa, tengo dos hijas.

–No es cierto. A ti ya te tenemos checada, tú eres sexoservidora.

–No, no, no.

–¿Y si te enseño que sí, que tú trabajas en el Sully? –intervino otro funcionario en referencia a un antro.

–No –Valeria respondía en automático, con la mente puesta en sus hijas.

–¿Y si yo te enseño que te quedabas en el hotel Atoyac?

–No, yo soy  ama de casa.

Entonces el agente, identificado por Valeria como de apellido Castillo, oprimió el botón de un reproductor de video y la mujer se vio a sí misma, con una ajustada minifalda, parada en una calle.

–Nosotros sabemos bien cómo te maltrata: llegó un día y te pidió dinero y tú no se lo quisiste dar, y te puso una buena madriza. Si no lo demandas tú, de todas formas él se va a la cárcel por triple homicidio.

***

Dinero

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Imagen: Especial

Una niña es vendida entre 10 mil y 20 mil veces al año. En los años de esclavitud había en la zona de La Merced 3 mil mujeres paradas: no menos de 325 millones de dólares al año y esto ha sido así durante el último medio siglo.

Además, Irapuato, Tijuana, Querétaro, Veracruz, Puebla y Tlaxcala, donde los padrotes de San Miguel Tenancingo aún ostentan la propiedad de la industria de la trata. Quizá esto cambie con el tiempo, pero tal vez sea para mal: el despiadado Cártel de Los Zetas arrebata a gran velocidad el negocio a los clanes tradicionales de “cinturitas”.

La revisión de expedientes de esclavitud sexual es una galería de los horrores. El Centro de Estudios Sociales y Culturales Antonio de Montesinos, ocupado de la relación entre la trata y el feminicidio ha obtenido algunas sentencias mediante la ley de transparencia.

En los documentos, tachados aún sobre los nombres de proxenetas sentenciados, se lee la historia de una niña hondureña seducida en Tapachula y explotada en Querétaro y la Ciudad de México por un “chulo” de Tlaxcala. En esa trama, las mujeres explotadas junto a la chica centroamericana por el mismo hombre se hacían cargo de espiar y denunciar a su compañera. Parecían satisfechas cuando llenaban de celos y sospechas la cabeza del tipo al punto que la muchachita quedaba impedida para trabajar durante días por los moretones en la cara.

O el asunto de dos hombres que colocaban ofertas de trabajo en periódicos del DF dirigidos a mujeres a quienes prometían un buen empleo como demostradoras. Una vez con los datos de domicilio e hijos de las víctimas, las obligaban a prostituirse a cambio de no hacer nada contra sus familias.

O la jovencita de Tabasco a la que su padrote impuso una cuota fija de 7 mil pesos diarios en una zona de cobro por servicio de 160 pesos de los cuales, debía dejar 60 pesos para el pago de cuarto de hotel. Simple aritmética: 70 servicios diarios o golpiza. Así que, al final de cada jornada, casi siempre le esperaba el tormento agregado de ser vejada, abofeteada y pateada por el hombre del que se enamoró.

Las frases son recurrentes: “Si no lo haces, te voy a matar”, amenaza que bien puede concluir con los verbos “destazar” o “desfigurar”, entre otros. Los destinatarios de las amenazas, también es recurrente, no son sólo las mujeres, sino sus familias enteras: una cárcel con rejas de miedo. “Eres mi puta, me perteneces, no es tu dinero, es el mío”, es otra línea a la que recurrentemente acuden los esclavistas.

El Centro reporta que entre mayo y noviembre de 2011 se registraron 49 sentencias judiciales bajo el rubro de trata, de las que 24 fueron condenatorias y 25 absolutorias.

Aunque el fenómeno existe al menos desde hace 70 años en la zona de La Merced, en la capital mexicana, es hasta los últimos años, las autoridades han deslizado sus criterios punitivos de las mujeres a los lenones, pero el gran negocio de la trata de mujeres y niñas con fines sexuales se mueve con mayor velocidad que las buenas intenciones de algunos políticos mexicanos. Las redes sociales también han funcionado como un nuevo medio de enganche.

***

Rosi

“Tengo 17 años. Quiero ir a Estados Unidos. Mi papá se fue Nueva York, ¿habrá alguien que me llevé?”.

El mensaje fue lanzado al océano electrónico lleno de tiburones en espera de “carne fresca” y cayó en uno de los blogs más recurridos por “chulos”, “charros” o “toreros”: los padrotes de Tlaxcala. En menos de un día, la propuesta de la adolescente ya había provocado varias respuestas: “¿Quieres ser mi novia?” “¿Eres virgen?” “¿Quieres bailar en un bar?”.

Ninguno interesó a Rosi.

Apareció un prospecto que le escribía consejos, le hablaba de Dios, pegaba trozos de la Biblia en su pantalla, la alagaba con sutileza y la hacía sentir importante. Ella se enroló en el chat. Concluyó que era un caballero capaz de hacerla sentir bien, confiada y, sin duda, sólo intentaba ayudarla. Ni una palabra altisonante, ni un tropiezo con insinuaciones sexuales. Los otros no habían dudado y pidieron cama al instante.

Se citaron en un restaurante de Lindavista, al norte de la Ciudad de México. Ella llegó vestida de blanco, como lo habían acordado y él le llevó un reproductor MP3 de obsequio. Se despidieron y acordaron el siguiente encuentro.

Minutos después, Rosi Orozco recibió una llamada de la joven mujer policía vestida de blanco.

–Diputada, es uno de los peores padrotes de La Merced. Ni siquiera pudimos permanecer en la zona, es peligrosísimo el lugar en que este hombre está.

Durante dos semanas, la ex Diputada federal Rosi Orozco fue una carnada virtual para atraer tiburones. Sentada junto a investigadores de la Policía Federal, la política panista y los agentes simularon una situación para entender el funcionamiento de la leva de niñas y entonces cazar al cazador.

“¡Hasta a mí me engañó!”, comenta sorprendida en entrevista. “Al final yo le decía a la policía: este cuate no es padrote, estamos equivocados. Hasta me caía bien cada vez que me buscaba”, expresa la ahora activista y una de las principales impulsoras de la reforma legal contra la trata de personas.

Después del encuentro, continuaron las conversaciones en línea. El hombre perdía la paciencia y mostraba pedazos de lo que había detrás de la máscara: celoso, posesivo, arrogante, prepotente. Una olla exprés con el silbato a toda potencia.

–¿Por qué no me contestas? Seguro estás con otro hombre –reclamaba el sujeto.

La investigación topó con pared pues, desde la perspectiva jurídica existente, no había delito formal que perseguir ni víctima real en capacidad de denunciar.

Rosi ha tenido frente a ella y auxiliado a decenas de mujeres enganchadas y esclavizadas tras situaciones similares. Su trabajo ha favorecido la detención y juzgamiento de lenones. Sabe cómo son esos hombres.

“Son vanidosos, narcisistas. Uno de ellos, El Oso tenía varias cirugías plásticas. Ostentan su casa y coches, trofeos y sinónimos de poder”.

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