Formado en 2011, este movimiento creció tanto que con miles de pañuelos, en los que está bordada la historia de “los caídos” durante el calderonismo, construyó un memorial en la Alameda Central el 1 de diciembre
Difícil llevar la cuenta de las lágrimas vertidas… Más complejo aún calibrar la indiferencia que envuelve de silencio la realidad de las heridas, por las que el país palpita tembloroso… Imposible, casi, imaginar siquiera la pausa incierta a la que se someten las familias de los desaparecidos, el dolor hondo de quienes han perdido seres queridos por la violencia desatada e irracional…
A mano alzada, un pañuelo blanco pide tregua e invita al diálogo. Pero su significado se trastoca cuando su impoluta desnudez se multiplica y lleva bordados nombres, que son acompañados por breves crónicas sobre los asesinatos o la desaparición de las personas que los ostentaban.
Con la misma fuerza que las Lung-Ta –las célebres oraciones tibetanas– estos manifiestos por la paz se tienden al viento, en un esfuerzo amplio por humanizar las cifras con las que el Gobierno pretende poner una fría distancia y apostar por el olvido.
Cada puntada parte de la indignidad, la empatía, el desquebrajo, el vacío de la ausencia, la cicatriz abierta… A lo largo de la elaboración se da un proceso de catarsis, de comunión. Se hila la memoria para que no quede fragmentada, para que los interesados y los desentendidos sepan quiénes y cómo, para remendar de a poco, en algo, la desazón en que nos deja el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, quien tuvo la osadía de decir “no son mis muertos”, y de erigir la “Plaza al Servicio a la Patria”, espacio escultórico en honor de “los militares y marinos caídos en la lucha contra el crimen organizado”, aun cuando gran parte de las operaciones de las fuerzas armadas han sido cuestionadas, tanto por sus exiguos resultados, como por las detenciones arbitrarias, las torturas, las muertes injustificadas y lo que han denominado, tristemente, “daños colaterales”.
ESTE BORDADO SE INICIÓ EN UN PUNTO
Hay muchas acciones previas a la iniciativa “Bordar por la Paz”. Desde las voces valientes de personas íntegras como Marisela Escobar, Nepomuceno Moreno, Benjamín Lebaron –activistas asesinados impunemente–, la labor de los periodistas de diferentes regiones del país que fueron silenciados con su muerte, la creación de las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila y Nuevo León, la campaña “No+ Sangre”, el colectivo “Nuestra Aparente Rendición” –que recopila escritos, ensayos, imágenes y artículos por el conocimiento, la comprensión, el respeto y la paz en México– la iniciativa “Menos Días Aquí” –donde voluntarios de diferentes geografías apoyan la creación de una base de datos sobre los muertos en territorio mexicano– y hasta el inesperado liderazgo de Javier Sicilia a favor de las víctimas de la nombrada “narco guerra”, inspirado en un dolor entrañable que provocaría la cohesión de muchos más y la integración del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.
Es en este contexto que a finales de abril del 2011, en una acción paralela a las marchas encabezadas por el poeta huérfano de hijo, que otro colectivo integrado lo mismo por artistas que por ciudadanos indignados, pinta con tintura natural, de un tono rojo sangre, las fuentes de la Diana Cazadora y de Bellas Artes, a modo de mostrar al mundo la derramada por tantos mexicanos o centroamericanos a su paso por México.
Ya nunca más se trataría de “casos aislados” o de decenas de miles de muertes, que sin investigación se proclamaban ligadas al narcotráfico. Tenían vida y les había sido arrebatada. Tenían nombres, tenían padres, madres, hermanos, amigos, hijos, que a la par de ellos ya eran también víctimas. Así lo proclamaban Javier Sicilia y muchos más un par de meses después, en junio de ese mismo año, en las reuniones sostenidas con el aún Presidente en el Castillo de Chapultepec. Pero ningún abrazo lograría que las promesas del Ejecutivo, vanas y al aire, como ahora sabemos, se tornaran ciertas. No hay disculpas, no hay reconocimiento, no hay una estrategia de búsqueda de desaparecidos, no hay… No hay razón.
Es así que con el ánimo ya dispuesto para participar, para denunciar, para no olvidar, aquel colectivo de las “Fuentes Rojas” adoptó ese nombre, y en reuniones de intercambio de ideas surgió de alguna voz la propuesta de bordar. Aros de madera, telas blancas, agujas, hilos rojos y una larga lista de nombres, son las herramientas con las que efectuaron su primer bordado colectivo en agosto de 2011, en Coyoacán, a la par de que pintaron el agua de esa fuente y escribieron en la plazoleta del parque el poema Los Muertos de María Rivera: Allá vienen / los descabezados, / los mancos, / los descuartizados, / a las que les partieron el coxis, / a los que les aplastaron la cabeza, / los pequeñitos llorando / entre paredes oscuras / de minerales y arena…
Cada domingo, desde entonces, algunos miembros toman una esquina del Jardín Centenario, en Coyoacán, y otros más la esquina de Madero y Eje Central, en el Centro Histórico. Colocan al viento los pañuelos ya hechos, se sientan a bordar nuevos, e invitan a los paseantes a dejar atrás su indiferencia y aportar. Para Elia Andrade, de “Fuentes Rojas”, las acciones van más allá del bordado, “es el encuentro con el otro en un espacio público, y es reparar, simbólicamente, el tejido social”.
Guillermo Reynoso se sumó a este proyecto por su madre, quien ya ha bordado algunos pañuelos. Conocer las tareas y los propósitos le generó una simpatía inmediata, porque “bordar la memoria de la muerte de alguien que no conoces es un acto de mucha comunión”, y agrega: “No soluciona las cosas, hay que exigir; pero es un medio para solidarizarte con los demás. Ojalá que quienes los vean sientan la indignación. Vincularse con el dolor de otras personas impulsa a querer generar otro país”.
¿QUIÉNES BORDAN?
Algunos pañuelos se han bordado de manera colectiva. Hay quienes pasan y dejan tras de sí una palabra o una frase, esperando a que otros lleguen a terminar las breves narrativas que se bordan, a que donen un poco de su tiempo para perpetuar un caso. No todos dan sus nombres –porque lo importante es la colectividad– pero son generosos al contar sus experiencias. Una persona, por ejemplo, llegó por invitación de otros amigos y le entusiasma lo que ocurre mientras se borda: como una analogía del unir los hilos para crear imágenes y palabras, así se reencauzan energías humanas y se da espacio para vincular seres humanos. Hay quien enfatiza, “aunque lo que se borda es mortificante, lo que hacemos es vivificante, lo transformamos”.
Iván Martínez se conmueve a sus 39 años al hablar de su participación. Había bordado alguna vez en la escuela, por ahí de los 7 años, pero esto es muy distinto. Cada pañuelo que se borda, duele. Pero quizá lo que más trabajo cuesta es lo que ellos llaman “limpiar los casos”: revisar la base de datos que usan como referencia, acumulada con orden meticuloso en la Web http://menosdiasaqui.blogspot.mx/, para preparar los pañuelos que se van a bordar. Ahí se asientan las descripciones de cada muerte o desaparición tal y como se dieron a conocer en las fuentes noticiosas. Aún más difícil los casos de “desconocidos”, por los que a veces tratan de cruzar datos para hallar un nombre, una posibilidad de reconocimiento, que no siempre satisface y obliga a bordar ese sustantivo que descorazona con su anonimato…Todos piden justicia, que este reclamo no se archive con el cambio de poderes. Todos esperan que la escalada de violencia se frene.
LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PAÑUELOS
Elia Andrade tiene el coraje de una juventud que apuesta por un mejor futuro, y la emoción se le desborda cuando describe cómo fue multiplicándose la idea de bordar en otras regiones de México, e inclusive del mundo: “Esta iniciativa fue creciendo. Las Madres de Coahuila, por ejemplo, supieron de ella en un momento donde empezaban a explorar otras alternativas de acción. A Guadalajara fuimos invitados por el Iteso a una jornada por la paz, llegamos con nuestros bordados y Tere Sordo Vilchis y otras personas generaron empatía, se lo apropiaron y han hecho un trabajo increíble. Hay personas solidarias bordando en Puebla, Morelos, Sonora, Playa del Carmen, Chiapas, Texcoco, Comala, Louisiana, Tucson, Texas, Seattle, Arizona, San Diego, Montreal, Chile, Perú, Guatemala, Inglaterra, Francia, Barcelona, Argentina, Brasil, Italia., Puerto Ruco, Chipre, Nicaragua, Honduras, El Salvador…”.
Es difícil hallar las palabras apropiadas para describir los pañuelos. La mayoría de los bordados son de hechura fina. Una gran cantidad tiene detalles distintivos como ribeteados a las orillas, flores de listón, un mensaje breve adicional: “Por los atardeceres que no vio”, “por los caminos que faltaron por recorrer”, “por todas las cosas que se quedaron sin descubrir”.
Otros más incluyen ramilletes de flores, ojos llorando, lágrimas, palomas de paz, cuerpos, el perfil del territorio mexicano, la bandera, estrellas, poemas, margaritas, las firmas de quienes los bordan… Sí, todos son hermosos, ligeros, denotan un fino trabajo manual, amor en la hechura… Pero también son duros, pesados, consternantes, tristes: cada uno reza con exactitud la muerte o la desaparición de un ser humano.
Teresa Sordo es una mujer con una entereza que impresiona. Su fortaleza trasciende su menuda fisonomía y acoge como propias las historias que se bordan, y las que llegan a contarle de viva voz al Parque de la Revolución, en la perla del Bajío. Ella y una amiga acudieron en marzo de este 2012 a la Jornada por la Paz que organizó la universidad jesuita del estado de Jalisco, para toparse con esas plegarias al viento bordadas previamente en la Ciudad de México.
Conscientes de la importancia de participar, de construir otro México, salieron para armarse de los materiales suficientes para iniciar, literalmente, la labor. Varios casos los toman también del blog de “Menos Días Aquí”, otros nombres han surgido del reportaje de Sanjuana Martínez sobre las ejecuciones extrajudiciales, pero hay una tercera fuente: familiares de las víctimas, que encontraron en el grupo que ella lidera una forma de canalizar su dolor, desesperanza e impotencia ante la falta de respuestas apropiadas por parte de las autoridades.
A modo de escribanos contemporáneos, las bordadoras y bordadores de Guadalajara reciben peticiones amorosas para bordar. Una especie de mensajes que, en vez de enviar adentro de botellas por mar –en espera de que alguien llegue a leerlos por azar– se les confían a estos voluntarios generosos con la certeza de que los seres queridos dejarán de ser cifras para humanizarse y humanizar:
“Monika Vera Moreno te amamos, te esperamos de regreso a casa. Desde el 11 de mayo de 2011 no hay día que no te recordemos, te llevamos siempre en nuestros corazones. Tu papá Gerardo y tu tía Claudia. Bordó Teresa”.
A veces los pañuelos se entregan a las familias como una ofrenda, pero la mayor parte del tiempo los familiares los dejan ahí, con lo que suman a esta indignación bordada puntada tras puntada.
Que las familias de las víctimas acudieran a ellos “fue algo que no nos imaginamos, ni lo vimos venir”, me cuenta Tere. “Resultó muy difícil porque llegaban a contarnos sus casos, sentíamos la impotencia y llorábamos”. Pero el genuino interés por apoyar logró que, desde hace ya tiempo, cada semana los acompañen jóvenes estudiantes de psicología que, de manera voluntaria, prestan sus oídos y conocimientos a estas familias. Aunque eso no impide que se acerquen a solicitar pañuelos especiales. “Nos piden, así que les acercamos una hoja de papel y les pedimos que escriban lo que desean, qué y cómo quieren que se borde”. Esto marca una gran diferencia entre las breves descripciones que obtienen de las bases de datos y lo que de corazón se pide para los seres queridos.
En general la respuesta de las personas “ha sido abrumadora. Llegan a darnos las gracias por señalar que son víctimas. Es un proceso muy conmovedor, muy fuerte”. Aunque también han sido objeto de reacciones opuestas: hay quienes pidieron que dejaran el parque, por ejemplo, “porque es un sitio familiar”, pero como dice la propia Tere Sordo, “no hay nada más familiar que esto, se trata de hijos, hermanos, padres…”. Y no sólo en lo que se refiere a los nombres que se escriben con aguja e hilo: los bordadores son mujeres y hombres de muy variadas edades, e incluso niños, éstos últimos participan por decisión de los padres, todo es voluntario. A los pequeños les gusta participar “porque bordamos por la paz”.
Aquí Teresa recalca: “A pesar de todos los mensajes relacionados con la muerte, nuestro trabajo es a favor de la vida”.
Una vez tuvieron un grupo de mujeres chiapanecas provenientes de “Las Abejas”, que fueron para sumarse a bordar con ellos. En otro momento las contactó Carolina Corral de un colectivo de artistas multimedia que trabaja bajo el nombre de “EmergenciaMX”. Preparaban una instalación en torno a la violencia en México para Bruselas, Bélgica, así que les solicitaron bordar en diferentes idiomas (alemán, polaco, griego, portugés…) algunos de los casos más connotados, con el fin de exponerlos como un incentivo a que los públicos se interesaran por acercarse a las computadoras y leer más. Así surgieron de sus manos pañuelos sobre las amenazas a Lidya Cacho y el asesinato de Nepomuceno Moreno, entre otros.
Esto dio pie a que en otros lugares de Europa se sumaran a la tarea de bordar, tanto mexicanos radicando en esas geografías como extranjeros solidarios, en gran parte impulsados por Lolita Bosch, escritora que coordina los sitios de Internet de “Nuestra Aparente Rendición” y “Menos días aquí”, quien nos comparte desde Cataluña qué emociones le causa que sus bases de datos sean la referencia para “Bordar por la Paz”: “Me parece un proceso natural. Estamos trabajando juntos en esto, cada uno desde un lugar distinto, pero el proceso natural es sumar. Son los muertos de todos nosotros, estamos juntos, haciéndonos cargo”.
Para Lolita no es una sorpresa que hayan surgido tantos bordadores en Barcelona, España; Durkham, Inglaterra; Nueva York, Estados Unidos…. “La verdad es que hay muchísima gente con ganas de trabajar por la paz en México. No sólo mexicanos sino también amigos, personas solidarias, generosas… Yo creo que si ofreces una plataforma hay mucha gente lista para trabajar. A veces nos faltan herramientas”.
Hay personas que se enteran por otros medios de las situaciones de violencia en México y de estas numerosas células de bordadores, incorporándose de manera natural al proyecto. Así sucedió con los artistas miembros de Fiber Art Fever, colectivo de Bretaña –al Noroeste de Francia– que trabajan el arte textil contemporáneo. Expusieron su trabajo en la Casa Abierta al Tiempo de la UAM de mayo a septiembre de 2011, y pudieron enlazarse con sus colegas mexicanos y darse cuenta de la situación de inseguridad en el país. De regreso a su tierra continuaron en comunicación, y al percatarse del proyecto de “Bordar por la Paz” activaron talleres colectivos en París, Quimper y Pont L’Abbé, para bordar pañuelos con casos que traducían al francés para llegar a otros públicos, ya que luego los montaron en una pequeña exposición en la ciudad Luz.
Varios de los artistas del textil de Fiber Art Fever me contaron, desde su particular experiencia, cómo se animaron a sumarse a bordar por la paz, por qué creen que es importante bordar acerca de las personas asesinadas o desaparecidas, y cómo contribuyen estos bordados a lograr la paz…
Jill Galliéni, por ejemplo, asegura que cuando vio los pañuelos bordados para otros, “inmediatamente quise participar en esta oración colectiva. Bordar es un acto muy fuerte: punto por punto, implica tiempo. Ayuda a reflexionar sobre cada persona y la muerte violenta que ha tenido”. Mientras que para Isab’ailes participar “es pactar un compromiso en contra de la violencia, de los asesinatos impunes, de la injusticia. Bordar los nombres de personas asesinadas o desaparecidas es pensar en esas familias rotas, dañadas, es atreverse a decir, no a la violencia, sí a la justicia”. Para Florette bordar “contribuye a crear una comunidad visible, comprometida y esperanzada”; mientras que Sylvie Kaptur Gintz se unió con entusiasmo al pensar que en diferentes partes del mundo se estaba bordando en forma colectiva por la paz, “y por lo simbólico de un pañuelo, que guardas en el bolsillo para secar las lágrimas”.
Para Catherine “el tiempo que implica un bordado es un tiempo dedicado a la memoria de una persona con un destino injusto y trágico, mi forma personal de expresar mi compasión y solidaridad con su familia. Bordar la paz es una acción pacífica y positiva para todos. Creo en el poder de las imágenes: 90 mil pañuelos bordados aparecen juntos y constituyen una imagen poderosa”. Por su parte, Shangtal Foulon piensa que el bordar le permitió pensar en todas las personas asesinadas o desaparecidas, lo mismo que compartir el dolor de los que permanecen. Piensa que es importante que la iniciativa ocurra en diferentes idiomas y países “para que los líderes de México se den cuenta de cuántas personas se han tomado ya el tiempo de pensar en esos seres humanos”.
Claire Suchel de Saint-Etienne hace una analogía, segura de que “las mujeres tienen una gran capacidad de trabajar por la paz”, y así como alimentan una promesa de vida a lo largo de nueve meses en su vientre, bordar los nombres requiere de un tiempo para que del lienzo blanco salgan a la luz. Así cada nombre vuelve a hacerse visible, a tener presencia. Para Véronique Gallais el proceso no resultó fácil, se sintió “aturdida e indignada, más porque México es un país muy querido para mí”, aunque los pañuelos le parecen una forma muy poética de evidenciar lo que sucede, y de lo que los medios de comunicación no siempre hablan. A Anne-Marie D. la tarea de bordar le produjo “mucha tristeza, un sentimiento de horror y rechazo a la violencia ciega y sin límites, así como ganas de intentar hacer algo para cambiar la situación. Es importante porque a las víctimas las han tratado como si fueran nadie y no hay que olvidarlas. Al bordar su nombre pensamos en ellas, siguen existiendo en el bordado”. Finalmente, para Frédérique Déchelette “este proyecto es hermoso en cualquier punto. Ante esta situación terrible en México, bordar ofrece la posibilidad de expresar fraternidad y de sentirse útil con un gesto poético, sencillo y creativo. Uno se convierte en un eslabón de una gran cadena que se extiende a la ciudadanía más allá de las fronteras. Para mí fue un honor participar. Bordar estos pañuelos es un acto de gratitud a estas víctimas: cada pañuelo es tan único como cada persona a la que se dedica”.
No importa la geografía sino las emociones solidarias. Marta Valderios nació en el Distrito Federal, pero ya lleva tiempo radicando en Tokio, donde colabora en una de las universidades como miembro del Departamento de Estudios Hispánicos. Influida por las filosofías pacifistas del Oriente, logró una identificación inmediata con la forma de luchar de Javier Sicilia, desde el amor. Por lo mismo, llegó de una manera muy natural al bordado: “Es una actividad de amor y paz que al mismo tiempo reivindica. He sufrido la distancia con México, ante lo que pasa, y bordar me permite involucrarme, estar unida con los esfuerzos de allá en una meta: no queremos más violencia, ni del gobierno ni de las mafias; queremos de vuelta nuestra dulce patria”.
En 2009 surgió la asociación Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (Fuundec), a la que pertenece Jorge Verástegui desde que su hermano y su sobrino se incorporaron a las listas de personas desaparecidas en su natal Parras. Como él, muchos miembros de la Fuundec se incorporaron a la iniciativa de los bordados “por el significado que representa bordar un pañuelo, que es un acto de amor, decidimos que era necesario expresar de una nueva forma el amor que les tenemos a todas y todos nuestras y nuestros desaparecidos, que son familiares, personas que queremos”. Jorge tiene un espíritu cálido y es un reconocido activista, tanto en Coahuila como en Nuevo León, donde existe una agrupación hermana. Él considera que “los pañuelos ayudan a las familias de las víctimas, primero, a sacar su dolor y transformarlo en amor, en segundo, a traer a la memoria a esas y esos a quienes el Estado, y una parte de la sociedad, los han querido borrar de la historia. El bordar, en un sentido diferente a su sentido original, ayudará al país porque a pesar de ser historias dolorosas, son historias llenas de mucho amor y porque los pañuelos forman, por sí mismos, un monumento a la memoria”.
Para Jorge “cada pañuelo es diferente y tiene un significado único, más los que has bordado, porque te dejan una marca. Pero los que más me gustan son los de los desaparecidos, porque son historias cargadas de esperanza de un pronto regreso. Esos pañuelos reflejan el amor”.
Aunque sin duda las emociones y expectativas se viven de una forma entrañablemente distinta cuando se trata de una madre con un hijo desaparecido. Roy Rivera Hidalgo tenía 18 años y era un estudiante prometedor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, cuando fue secuestrado el 11 de enero de 2011, sin que a la fecha se tengan indicios de su paradero. Junto con otras madres, la suya, Letty Hidalgo, comenzó a apostarse en una plaza pública rememorando a las Madres Argentinas de la Plaza de Mayo, donde tuvieron que sufrir la indiferencia de las autoridades, y hasta que un funcionario les dijera en su cara “que a nadie le importaba” buscar a los muchachos desaparecidos.
Para estas madres, padres y amigos solidarios de Nuevo León, “la idea sublime del bordado pudimos integrarla fácilmente, como una manera de desvanecer un poco la tensión o la angustia en la que vivimos. Es como un acompañamiento a la persona desaparecida en su cautiverio, y a la persona asesinada en su muerte”, y agrega la misma Letty: “Ha sido un motor que nos impulsa a levantarnos, porque estamos haciendo algo importante por nuestros hijos o familiares y por muchos más. Es importante porque les damos nombres, rostros, identidad… Los pañuelos le gritan al mundo que no son cifras, que tienen nombre, que son personas, que tienen madres que los andamos buscando, que tienen una familia que los espera y que los llora”.
Con el dolor habitando en su cuerpo, Letty Hidalgo no cree que haya modo de sanar, “aun cuando encontráramos a nuestros hijos, el daño ya está hecho, la estocada de muerte ya nos la dieron”. Sin embargo, considera que la labor de los bordados “contribuye para la paz, porque además de la denuncia pacífica, hemos logrado hacer en un espacio público convivencia, conciencia y solidaridad, con mucha gente que se acerca y nos cuenta en forma extraoficial muchísimas historias trágicas y anónimas propias”.
Además del pañuelo dedicado a su hijo Roy, hay otros que ha bordado y le han costado mucho llanto, “el de un compañero de la misma facultad de filosofía de mi hijo, el de un joven Acosta que lo mató la Marina en su propia casa, y el de los migrantes asesinados en San Fernando. Bordando lloro y lloro, pensando en su vida, pensando en su muerte. Espero que con los pañuelos se vean todos los desaparecidos que estamos llorando y todos los muertos que estamos llorando, y que vean también que hay muchísima gente a quienes sí les importan, a quienes el dolor ajeno les incumbe, a quienes les hemos importado tanto nosotros, los familiares”.
Entre esos seres solidarios, se encuentra Cordelia Rizzo, joven escritora regiomontana. A lo largo de ocho meses ininterrumpidos ha estado ahí, acompañando, denunciando, y en meses recientes, bordando, tanto pañuelos como palabras que construyen relatorías reflexivas de los acontecimientos. Como cuando narró la breve plática que tuvo con Nasser y Rosy, dos hondureños arraigados en Monterrey, que se acercaron un día a ver los 72 pañuelos bordados en honor a los centro y sudamericanos encontrados en fosas en agosto del 2010. O cuando la acompañó su padre a ver el tendido amplio de pañuelos y trataban de dilucidar el por qué continuaban las autoridades con tanta indiferencia. O cuando, otro día, al ver las palabras bordadas con tanto empeño recordó de pronto la caligrafía de su abuelo.
Otra bordadora solidaria –y cuya manufactura raya en la excelencia– se hace llamar “Bruja Lobo Escarlata”. Participar en la actividad de “Bordar por la Paz”, en Guadalajara, le ha costado ya el alejamiento de varias amistades, “por su indiferencia”; mientras que a ella hay pañuelos que le han dolido más que otros, “que mientras los estoy bordando, me hacen llorar. Por ejemplo, el de José Humberto, quien fue torturado y asesinado por marinos, no sabes cómo me ha dolido. Bordar pañuelos me ha cambiado la vida”.
Así le pasó a la artista plástica Rosa Borrás, en Puebla. Se integró a la actividad del bordado por invitación de una amiga miembro de “Fuentes Rojas”; le enviaron pañuelos con las inscripciones listas para bordarse, con el fin de replicar la actividad en el estado, donde comenzaron el 19 de agosto de este año en la Plaza de la Democracia. Aunque parece poco tiempo la respuesta ha sido muy positiva y los resultados, visualmente, son muy fuertes. En su caso hacen incluso los pañuelos, con algodón o manta, porque los que habían conseguido no les gustaron. Algunos presentan diferentes tonalidades de rojo, porque cada semana hay voluntarios, poblanos o turistas, que se interesan por participar aunque sea un poco, y de ahí que cada uno deje su impronta en el mismo pañuelo. “Me gusta, reflejan las muchas manos que lo hicieron”.
Para Rosa, el acto de bordar por la paz es íntimo y reflexivo, aun cuando se realice en forma colectiva, porque se acompañan pero se requiere concentración y silencio para hacer un buen trabajo. Hay casos que la conmueven más que otros, los feminicidios y los crímenes de odio, por ejemplo, a los que les han querido dar un énfasis especial por presentarse de forma alarmante en el estado, y por los que otras ONG se han acercado a la tarea de bordar. Otro caso que resultó muy duro y especial para Rosa fue el pañuelo elaborado para una amiga, “cuyo esposo está desaparecido desde hace 18 meses; resultó muy catártico para ella”.
Hace tres meses iniciaron con ocho pañuelos, hoy tienen 220 que para ella “hablan del involucramiento de las personas. Muchos bordan aquí, con nosotros; pero otros se los llevan a casa y al regresar también traen amistades para sumarse a la tarea”.
Todos los grupos de bordadores y bordadoras del país y de otras latitudes están enlazados. No todos se conocen físicamente pero han logrado crear una potente red de denuncia creativa y solidaria, un accionar que envuelve con una belleza amorosa el dolor que cercena familias, regiones, a este país tan nuestro y tan dolido. Existen muchos blogs y sitios en el Facebook donde hacen lo posible por difundir su labor, donde expresan los sentimientos que les genera bordar y reciben comentarios igual de sentidos. Pablo Silva, por ejemplo, escribió el 16 de septiembre en el “muro” de Rosa Borrás: “Tengo que decirte que, presenciando aunque sea remotamente tu proyecto, acabo muy sacudido, por la cantidad de sufrimiento que venimos cargando en este país, sin visibilidad, sin reconocimiento, negando el duelo…”.