Jorge Alberto Gudiño Hernández
05/11/2023 - 12:01 am
Endodoncia
Como un buen amigo dijo alguna vez: de todos los males de salud, los de los dientes son lo menos grave; ahora ya tenemos cómo remediarlos casi todos.
Llevaba varios años acudiendo al dentista sólo para limpiezas dentales. Desde niño tengo los dientes frágiles, así que no podía comer paletas heladas a mordidas por el riesgo de que se me destemplaran los dientes. Fuera de eso, tras una infancia y adolescencia con algunas muelas picadas, no hubo mayores contratiempos (salvo una extracción de muelas del juicio que…). Aún así, las citas de limpieza las padecía un poco. Ya fuera por esa fragilidad, ya por la asociación sonora o porque me parecía un exceso la anestesia, el caso es que siempre ha habido algo de dolor. De ese particular dolor dental del que uno no puede refugiarse en el apapacho ni sobando nada. Ni hablar, un dolor muy localizado que se termina junto con el procedimiento y a otra cosa.
Hace unas semanas, comiendo algo de lo que no tengo memoria, una mordida sonó con fuerza, algo se había quebrado. Fue una de las protuberancias de una muela, una de esas cimas que, al contraponerse con las simas opuestas, permiten moler los alimentos. Dolió pero no demasiado. Y ése fue un problema, porque retrasé varios días la consulta. El ortodoncista evaluó el daño y, en un afán por no hacer más grande el asunto, intentó reparar la pieza reconstruyendo la parte afectada. Resina y luz ultravioleta parecía ser la mejor opción frente a escenarios más invasivos.
Salí con un ligero dolor en el paladar y buen estado de ánimo.
Días más tarde, evidentemente un domingo en la mañana, el dolor volvió. Esta vez, de forma casi insoportable. Los analgésicos no bastaron para aguantar ya no la jornada sino un par de horas. Acabé en una de ésas sillas reclinadas que sólo anticipaba tormentas: si las limpiezas me molestan, cualquier otra cosa sólo podría doler.
El temor se hizo mayor porque el diagnóstico fue claro: endodoncia. Dentro de los procedimientos habituales de la ortodoncia siempre se me figuró el más grave. Así que me resigné a dolores increíbles esperando no hacer el ridículo por respuestas inenarrables.
No dolió nada. No durante esa primera exploración en que mi muela se convirtió en la piedra perforada por un taladro tremendamente preciso. No durante el tiempo de espera para eliminar la infección que ya se había formado. No cuando mis nervios murieron víctimas de otra varilla giratoria.
Agradezco, pues, a la anestesia (tan diferente ahora a aquélla que usaron hace décadas cuando me sacaron las muelas del juicio y que no fue suficiente). Es claro que no me gusta la idea de tener una muela vaciada (de material y de sensaciones), pero me puedo acostumbrar a la idea. Como un buen amigo dijo alguna vez: de todos los males de salud (y de vejez y de salud por deterioro), los de los dientes son lo menos grave; ahora ya tenemos cómo remediarlos casi todos. Así que toca ver el asunto del fortalecimiento de la muela en turno. Mientras tanto, bienvenida sea esa endodoncia que terminó con el dolor.
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