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Jesús Robles Maloof

05/11/2013 - 7:36 am

El padre Pedro Pantoja

“Porque esta migración forzada es una alforja cargada de esperanza, es la caravana de la revolución silenciosa que, convirtiendo el territorio recorrido en espacio de vida, justicia y dignidad, la certeza del compartir con el egoísmo estructural, excluyente…”, Pedro Pantoja Pasaban las ocho de la mañana del pasado miércoles (30 de octubre) cuando, en algún […]

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“Porque esta migración forzada es una alforja cargada de esperanza, es la caravana de la revolución silenciosa que, convirtiendo el territorio recorrido en espacio de vida, justicia y dignidad, la certeza del compartir con el egoísmo estructural, excluyente…”,

Pedro Pantoja

Pasaban las ocho de la mañana del pasado miércoles (30 de octubre) cuando, en algún punto de la avenida Connecticut de Washington D.C., tuvimos que detenernos súbitamente porque una caravana oficial se aproximaba. Claramente vimos que –entre las decenas de autos blindados– pasaba “The Beast” o “La Bestia”, el transporte oficial del Presidente de los Estados Unidos de América.

Mientras intentaba ver lo que sucedía, el padre Pedro Pantoja –tomándome del brazo– me dijo que no quería llegar tarde: llevábamos 40 minutos caminando, sin éxito alguno, en busca de un taxi que nos llevara a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) cuya sede está en esa capital. Cansados y empapados por la ligera llovizna matutina, el trayecto de nuestro hotel se tornaba angustiante conforme el tiempo avanzaba. Angustia que en nada se compara con la de quienes, montados en la otra “Bestia”, cruzan por México arriesgando su vida; la caravana presidencial se alejó.

Asistimos a una reunión de trabajo en la CIDH sobre los riesgos a la vida e integridad personal de los defensores de las personas migrantes en México. Para dicha reunión, además de Fray Tomás González y Rubén Figueroa, de la Casa Hogar Refugio “La 72”, estaban convocados Stephanie Erin del Centro de Derechos Humanos Agustín Pro y el padre Pantoja y Alberto Xicoténcatl por la Casa del Migrante de Saltillo. Del programa jurídico para defensores de derechos humanos de Propuesta Cívica me tocaba acompañarles, proceso en el que hemos contado con apoyo del Equipo Indignación, de Scalabrinianas. Misión para Migrantes y Refugiados, de la Red Todos los Derechos para Todos y otras organizaciones.

Estaban citadas, además, diferentes autoridades del gobierno mexicano y algunos comisionados de ese organismo internacional. Llegamos a tiempo y –mientras ese hombre intacto de 68 años, de voz potente y aspecto impecable tomaba la palabra para iniciar la reunión– recordé sus palabras: “no te apures Chuy, los viajes son así, llenos de imprevistos. Siempre andas por tu cuenta. Cuando les dije en el seminario que en lugar de ir a Roma, iría a Sudamérica a estudiar con grandes pensadores como Gustavo Gutiérrez y Paulo Freire, me dijeron que habría beca para irme al Vaticano pero para el sur nada. Así, me metí de obrero metalúrgico para poder pagar mi viaje”.

Pero para el duranguense Pedro Pantoja Arreola no iniciaba ahí una vida de esfuerzo. Desde muy joven cruzó la frontera como migrante hacia los Estados Unidos para ayudar a su familia y estudiar el seminario. De miles de jornadas laborales le quedaron varios implantes metálicos por todo el cuerpo, que lograron retrasar nuestro paso por las decenas de puntos de revisión que hay en las oficinas de Washington. “Me revisan así porque soy el hombre biónico, me tienen envidia”, siempre con su tradicional sonrisa.

Aunque ya conocía el trabajo del padre Pantoja (por lo menos desde hace dos décadas) y me había tocado verlo en varios foros y seminarios, ésta era la primera vez que tendría el honor de convivir con él. Pedro Pantoja es un hombre excepcional, un mexicano que ha respondido ante la emergencia humanitaria. Cuatro décadas de lucha social darían para un libro, que sin duda, iniciaría con la decisión de migrar. Y acaso, con el encuentro con César Chávez, el legendario líder de los migrantes latinos en California.

En 1971 tuvo la oportunidad de apoyar en la liberación del histórico dirigente ferrocarrilero Demetrio Vallejo: “la tenía difícil porque el gobierno quería dejarlo una vez más preso, había muchos abogados dando seguimiento al caso. Yo, como no sabía nada de eso, fui y le dije al juez que tendría una oportunidad única en la vida, liberar a un luchador social. No sé si me hizo caso, lo cierto es que nos llevamos a un jovencito de abogado muy bueno que les dio la vuelta a todos los del gobierno. Se llama Arturo Alcalde”.

Tendría también momentos de gloria y de traición como lo fueron las huelgas de Cinsa y Cifunsa del Grupo Industrial Saltillo en 1974, tiempos en los que incluso tuvo que resguardar en su parroquia a los trabajadores y sus familias ante el acoso del Ejército. “Los líderes vendieron ese movimiento. Pero ahí aprendí a seguir adelante pese a eso”, recuerda. Una temporada de estudios en Francia lo llevó a conocer a Michael Foucault y es de los pocos mexicanos (quizá el único) que habló como orador oficial en una de las campañas de Luis Inácio Lula Da Silva a la presidencia de Brasil. “En mi casa se quedó Valentín Campa, cuando compitió en la campaña presidencial contra José López Portillo. La dignidad que vi en ese político raramente se ve”, también me comentó.

Los tres días que estuvimos en Washington siempre estaba listo y nos llamaba la atención cuando nos desconcentrábamos. “Dónde se para genera mucho respeto”, me advirtió Alberto Xicoténcatl, director de la Casa del Migrante Saltillo. Así quedó claro esa mañana: frente a las autoridades del Estado mexicano hizo ver cómo, lejos de disminuir las violaciones a los derechos humanos de los migrantes, han aumentado. De cómo la policía de Coahuila ha hecho caso omiso a las medidas cautelares de los organismos de derechos humanos al continuar con los robos y extorsiones a personas migrantes.

De las autoridades mexicanas exigimos la investigación de los delitos cometidos contra las personas migrantes y sus defensores a través de una fiscalía especializada creada exprofeso. Asimismo, el dejar de exigir el absurdo requisito de la ratificación de la denuncia penal sin que antes medie investigación de campo alguna y hacer coincidir las capacidades del Mecanismos para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, con las mesas interinstitucionales que se generan del mismo. Frente a las autoridades del Departamento de Estado y del Congreso de los Estados Unidos, el padre Pantoja describió con detalle la política migratoria de México y de EE.UU., que pudiendo evitar el sufrimiento humano, todo indica que lo promueven.

Demandó acciones concretas para evitar la tragedia humanitaria e insistió en la visa de carácter humanitario como la posibilidad de tránsito en nuestro país para las personas migrantes, con respeto a su dignidad y con plena seguridad, misma que al mismo padre Pantoja le ha sido regateada: actualmente –como Fray Tomás, Rubén Figueroa y Alberto Xicoténcatl– su vida corre peligro ante las amenazas del crimen organizado y de las autoridades corruptas. El padre Pantoja ha trabajado con los migrantes desde la década de los 90: primero con aquellos que el sistema expulsaba de Estados Unidos hacia México y, visiblemente después del 2006, con nuestros hermanos provenientes de Centroamérica fundando casas del migrante en todo Coahuila. Contó para ello con un aliado formidable, el Obispo Raúl Vera.

El jueves terminamos nuestra agenda de trabajo en la capital norteamericana y –tanto Fray Tomás como el padre Pantoja– me pidieron que escribiera en una hoja un pequeño mensaje de alegría por la libertad de Alberto Patishtán. Así lo hice y me despedí de esos valientes defensores. Más tarde visité el Museo del Holocausto donde leí una frase de Raul Hilberg que me los volvió a recordar: “en momentos cruciales, cada individuo toma decisiones y cada decisión es individual”. Ellos, como pocos, han tomado una decisión de no permanecer expectantes ante el dolor humano de nuestros tiempos.

Muy temprano ese jueves, cuando me disponía a salir rumbo al aeropuerto, me lo encontré bebiendo café. Me platicó que estará esta semana en el Senado mexicano: llevará la voz de quienes les ha sido negada la palabra, sin duda. Qué días de aprendizaje me tocó vivir y qué grupo tan maravilloso conformamos.

Más tarde escribí un tuit reflexionando sobre el privilegio que es convivir con una persona de su talla. Una joven que no conozco me respondió que el padre Pedro Pantoja es el párroco de su barrio: “mis respetos para él, siempre defendiendo a los que más necesitan”. Por mi parte, no dejo de pensar desde aquel día que esa es la mejor definición de la esencia de un defensor de derechos humanos.

Jesús Robles Maloof
Defensor de derechos humanos, entusiasta de los efectos transformadores de las tecnologías de la información. Hace años decidí unir mi voluntad a quienes luchan contra la corrupción, la violencia y la impunidad. Desde integro 2010 el colectivo de activistas digitales Contingente Mx. Colaboré como Senior Lawyer en New Media Advocacy Project y actualmente soy responsable del área de Defensa Jurídica de la organización Enjambre Digital que defiende las libertades en internet.

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