Gisela Pérez de Acha
05/10/2014 - 12:00 am
La sutil censura feminista
La revista Emeequis publicó en portada, un texto que ha causado gran controversia entre sus lectores. El polémico texto “El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)”, fue escrito por Alejandro Sánchez. El reportaje relata la historia de cómo Javier, un joven exitoso y bien portado, termina a asesinando a Sandra, una […]
La revista Emeequis publicó en portada, un texto que ha causado gran controversia entre sus lectores. El polémico texto “El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)”, fue escrito por Alejandro Sánchez. El reportaje relata la historia de cómo Javier, un joven exitoso y bien portado, termina a asesinando a Sandra, una chava de Itxtapaluca con perfil bajo.
El texto de Alejandro es un mal texto. Pobre en su intento de narrativa, clasista, pretensioso y largo. El autor parece sugerir en sus líneas el argumento común que dice que “la mujer se lo merecía.” No iré a los detalles de la historia porque creo que vale la pena leer el texto completo. Lo que me interesa exponer y analizar son las reacciones al texto de Alejandro Sánchez por parte de varias lectoras feministas.
Hubo todo tipo de comentarios, críticas y descalificaciones. Y qué bueno porque esto nos brinda la oportunidad para tener un debate abierto sobre la perspectiva de género que se debe de incorporar al periodismo.
Para criticar las críticas de las lectoras feministas debo de dejar claro que soy feminista. Partamos de ahí. Concuerdo con la idea y el objetivo de la igualdad entre las géneros, pero no estoy de acuerdo con método por esta vez.
Para empezar, calificar una conducta como machista, misógina y patriarcal como algo evidente e indignante, implica una trampa retórica que evita la explicación sobre las condiciones de desigualdad y el contexto de violencia de género.
Pero quisiera detenerme en las críticas que más me llaman la atención, que son las que referían a que el texto hacía una apología al feminicidio y la violencia porque el punto de vista del relato es misógino-machista-patriarcal. Creo que estas críticas son incorrectas y parten del mal uso de conceptos legales que han sido reapropiados por ciertas izquierdas para justificar la limitación de expresiones que les incomodan.
La apología al odio que incite la violencia viene de una prohibición expresa en el derecho internacional de los derechos humanos y es uno de los pocos límites que se ponen a la libertad de expresión. Inclusive en México es un delito bajo el Código Penal del Distrito Federal que se castiga con pena de uno a tres años de prisión. No es cualquier cosa y no se debe usar a la ligera: para que se justifique la restricción a expresiones ajenas, la apología implica un discurso con la intención manifiesta de mover a los demás, no sólo a que odien, sino a que tomen acción violenta sobre ese odio. ¿En qué momento dice el texto de Emeequis que hay que ir a cometer feminicidios? La intención claramente fue otra, como lo dijo el propio Alejandro Sánchez cuando publicó una carta disculpándose. Seamos serias, la última vez que un medio de comunicación fue castigado penalmente bajo este delito, fue el de Radio Télévision Libre des Mille Collines durante el genocidio en Ruanda por llamar públicamente a “exterminar a las cucarachas” refiriéndose a los Tutsis.
¿Qué pasaría si Emeequis publicara un número especial a favor del aborto? Si abortar es matar, ¿diría la derecha que la redacción hace apología al homicidio? ¿Irían a CONAPRED a quejarse de la discriminación hacia los no-nacidos? ¿Pedirían una disculpa pública por el honor de los nascitutrus? Si aceptamos que como feministas la utilización de conceptos legales para limitar discursos que nos incomodan, tendríamos que abrir la puerta y los precedentes para que la derecha también lo haga. El hipotético número a favor del aborto de Emeequis, seguramente sería sancionado y se buscaría su remoción por parte de la derecha. El ideal democrático es exactamente lo contrario y por ello existen umbrales muy altos con respecto a los límites de la libertad de expresión.
La meta-crítica por otro lado, va más allá del ejercicio de comentario el contenido de una publicación y que piden acciones moralinas, reprimendas y de castigo público contra el periodista en un ejercicio muy parecido a las “masas de acoso” descritas por Elías Canetti. Así, con los pocos argumentos y miles de adjetivos que rodearon la discusión, llegan hasta el punto de pedir una retractación pública y por escrito por parte del periodista; cursos de género a toda la editorial de Emeequis; una disculpa pública a la familia de Sandra Camacho; que se quitara la nominación de Alejandro Sánchez al Premio Gabriel García Márquez de Periodismo. Y lo peor es que un grupo de lectoras interpuso una queja ante CONAPRED donde afirman que “la ponderación descarada del feminicida” refuerza los patrones de discriminación.
De nuevo, si estamos hablando de límites a la libertad de expresión, no podemos concebir a la discriminación como un concepto político, moral o sociológico que abre la puerta para que la opinión de la mayoría delimite contenidos protegidos por el mismo derecho. Eso sería censura. Quienes piensen que la censura es solo un acto de autoridad, están muy equivocados. El peor silencio es el que imponen los colectivos, las masas identitarias que dictan las reglas y que toman cualquier tipo de crítica como traición.
La discriminación es dar un beneficio o imponer una carga injustificada a una persona en virtud de alguna de sus características personales. No existe discriminación cuando se relata una historia –por más incómoda que pueda resultarnos la narrativa– a menos que al hacer esto se obstaculice la realización de algún derecho en específico.
No hay ningún tipo de responsabilidad legal en el texto de Alejandro Sánchez. El afán de sancionar públicamente al periodista implica querer adscribirlo a cánones morales específicos de un grupo determinado que toma prestados conceptos legales de manera equivocada para imponer su ideología.
El fenómeno se intensifica en las redes sociales donde el efecto-masa del retuit es repetir dogmas plagados de adjetivos. “Si todo el mundo lo dice debe ser cierto”, ese es el paradigma de veracidad. Es el chisme que nace de la visión parcial de una realidad que se dejó de analizar por rezar las plegarias colectivizadas.
Cierro con esta idea. Criticar el texto de Alejandro Sánchez es más que necesario para un buen debate sobre feminismo y violencia de género. Con lo que no concuerdo es en esconder el afán de censura en la fácil e inexacta utilización de conceptos legales que buscan erradicar del panorama democrático todo tipo de expresiones incómodas.
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