Amiga, la más querida, la más hermana, mi hermiga. Que no hormiga. Aunque lo pareces, yendo y viniendo siempre con cosas demasiado pesadas sobre la cabeza, con más manos de las que deberías tener por naturaleza y haciendo más cosas de las que a los demás nos da tiempo en un solo día. Ansiosa por vivir las vidas que crees que no has vivido, eres una romana en bacanal y a veces, ¡ah! te cansas de engullir tanta aventura y necesitas descansar, dormir, dormir sin que te despierte en la madrugada alguna voz, alguna pesadilla, algún dolor. Muchos dolores y despedidas, ¿verdad, amiga? No eres paciente, no, yo tampoco y por eso te entiendo. Cómo duele el dolor, queremos construir puentes para evitar nadar por la turbulencia del agua y evitar las mordidas de las pirañas, pero no hay atajos y hay que nadar y fortalecer los músculos, para correr después, los pulmones, para cantar después.
Yo no sé cómo es tu azul, amiga, ni cómo te hablan los que ya no están: ¡qué desesperación! Si pudiera sería la médium para pedirles que te dejen dormir una noche, al menos, mientras los juegos de los niños se van para otro parque y el silencio que tanto necesitas aterriza sobre ti. Quiero apagarte los radios, arrancarle los cláxones a los coches a tu alrededor, arrancarte los audífonos que te llenan de ruido, que te dictan himnos que no son los de tu país. Quiero regalarte silencio para que vuelvas a oír lo bonito que cantas y reconozcas la canción de quien eras antes, las estrofas que se escriben mientras caminas y la vida pasa, aunque tengas prisa, a la misma velocidad. Los compases no se apuran, el ritmo de la danza tiene una cadencia y a veces hay que dejarse llevar, amiga querida, para no pisarle los dedos a nadie, para que nadie te los pise a ti.
Subes las montañas cargando jarrones de barro sobre la cabeza y en las manos llevas bandejas de piedras que crees necesitar para construirte barreras. Mucha piedra, mucho barro, y cuando un extranjero quiere estrecharte las manos, no tienes manos. Ten manos, preciosa, suelta las piedras y déjate abrazar, que se vale. Enrédate entre los brazos que ya estamos aquí, que conocemos los contornos de tus hombros, mira que la soledad es el espejismo que te ordena cargar esas bandejas tú solita, por la cuesta desértica. Anda más ligera y ponte a sembrar orquídeas, que tu tierra es fértil aunque en ella descansen tus muertos. Ponte a sembrar recordando que las flores necesitan espacio para sus raíces, que los brotes nuevos ocupan el espacio de los pétalos viejos, que a tus plantas no les importa si tus canciones a veces son tristes, mientras les sigas cantando, que la vida es eso, lluvias y sol y tierra que hay que picotear para que absorba el agua y que las flores más hermosas florecen siempre, amiga querida, en los inviernos más fríos.