María Rivera
05/09/2024 - 12:01 am
Tiempos
“Es la primera vez que la llamada izquierda tiene esa bancada en la historia del país. Un hecho totalmente inédito”.
Una semana pasó, querido lector, desde que el Tribunal Electoral validó la mayoría calificada de Morena y sus aliados, para que el recién inaugurado Congreso aprobara la reforma judicial, con su mayoría aplastante, en la Cámara de Diputados, o mejor dicho en la Magdalena Mixuca.
En una maratónica sesión fue votada a favor, como sabemos. Le confieso que me asomé a al Canal del Congreso para verla y lo que realmente me impresionó no fue que hayan cambiado de sede (eso había sucedido ya mucho antes de este sexenio), ni las protestas en la calle; no me escandaliza nada de eso, como les escandaliza a quienes antes tenían el poder y hacían exactamente lo mismo cuando eran mayoría y hoy no se acuerdan.
No, querido lector, lo que a mí me impresionó, durante la votación, fue escuchar cientos de diputados de Morena de cada uno de sus estados y de sus partidos aliados votar a favor, uno a uno, la reforma. Me impresionó, porque es la primera vez que la llamada izquierda tiene esa bancada en la historia del país. Un hecho totalmente inédito. Mientras veía la escena, cobró peso en mí la realidad de lo que ocurrió el 2 de junio (y está ocurriendo en el país).
Le confieso también, que en mi azoro cupo algo de nostalgia de aquellos tiempos en que la oposición, minoritaria y vilipendiada, era la izquierda. Ya no queda nada de aquellos tiempos, obviamente, aunque aún sostengan la retórica opositora. También su plantilla ha cambiado, se llenó de priistas y panistas otrora enemigos. Una especie de PRI cada vez más aglutinador. López Obrador supo olvidarse de la pureza y pactar para hacer de su movimiento una fortaleza. No, en esa votación no estaban los mismos que estuvieron en la plancha del zócalo durante las reuniones informativas tras las elecciones del 2006 o no todos o no queda mucho de sus aspiraciones izquierdistas porque finalmente llegaron al poder.
Causa una enorme impresión ver cómo, en menos de dos décadas, el movimiento de López Obrador tomó el país: de avenida Reforma a Palacio Nacional; de la caricatura grotesca de Televisa en “el privilegio de mandar” en 2006 a la inclusión y pluralidad en 2024. Porque eso es lo que significa que tengan mayoría calificada en la Cámara de Diputados: una vorágine imparable.
Sí, causa extrañeza ver a quienes antes detentaron el poder convertidos en una minoría irrelevante, como antes fue la izquierda, ser literalmente arrasados por un partido que apenas tiene diez años de vida, es decir, nada. En diez años Morena conquistó el país de la frontera norte a la frontera sur y ganó dos sexenios consecutivos la presidencia. Si hay alguien que crea que esto no es un fenómeno político impresionante, debería repensarlo. Especialmente la oposición, tanto partidista como ciudadana, porque reducir el fenómeno a un fraude de las instituciones no tiene sentido alguno. Lo peor, hay que decirlo, o lo mejor como se quiera ver, es que este fenómeno es producto de la democracia mexicana. Esa verdad última es la que le confiere a la hegemonía morenista la legitimidad que, hay que subrayarlo, es la base de todos los cambios y reformas constitucionales que planean llevar a cabo. La legitimidad democrática que le dieron millones de mexicanos a esa fuerza política en las urnas es insoslayable y debido a ella van a usar su poder, porque, en efecto, la mayoría del pueblo de México se los dio a sabiendas de su proyecto político.
Es en esta verdad como un muro que se estrella y se estrellará una y otra vez la oposición. Su derrota es monumental y estamos viendo, ahora mismo, las consecuencias de su incomprensión. Mientras insistan en fraudes, en triquiñuelas legaloides, en el mismo discurso que tenían antes de las elecciones, más profundo será el abismo por donde caerán. Porque Morena tiene tanto el poder como la legitimidad para construir eso que llaman “el segundo piso de la transformación”.
Así lo ofreció y prometió la hoy presidenta Claudia Sheinbaum: esa era su oferta de campaña para el país, porque, también lo dijo, pertenece al mismo movimiento social que el presidente: comparten metas, objetivos y diagnósticos, además de una mutua admiración. Se necesita estar ciego y sordo para no entender que no hay brecha entre ambos en ningún sentido y que Sheinbaum continuará con la llamada “cuarta transformación” quizás de manera aún más radical.
Nadie puede o debería sorprenderse tampoco de que el presidente López Obrador vaya a concluir el último mes de su mandato como si fuera el primero: llevando a cabo lo que propuso, públicamente, en caso de que su movimiento ganara la mayoría calificada en el Congreso. Ganó, y ganó por home run y si algo ha demostrado López obrador es que es un político obstinado. Así, se irá habiendo cumplido con lo que ofreció y habiendo derrotado a quienes ostentan el poder que una y otra vez lo detuvo. Es el fin de una era en México, sin duda ¿mejor? yo no sabría decirlo, querido lector ¿legítima y democrática? sin duda.
La mayoría del pueblo de México decidió y no hay nada que hacer, al menos democráticamente, para evitar lo que viene.
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