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Óscar de la Borbolla

05/08/2024 - 12:03 am

Problemas filosóficos inocuos, en apariencia

“Y no solo los objetos de la realidad, sino el tiempo que para nosotros resulta tan claro al dividirlo en pasado, presente y futuro”.

“Solo por la conciencia, las estaciones del tiempo aparecen”. Foto: Especial.

Los problemas filosóficos que se prenden a quien se interesa en este campo del saber son de muchos tipos y pueden ser clasificados de incontables maneras. Hoy quisiera intentar una clasificación apoyándome en una analogía marina, pero no porque estos problemas sean como olas que se nos vienen encima como una caricia o como un tsunami, sino atendiendo al hecho de que titilan como las olas del mar: aparecen como esos brillos que espejean sobre el lomo del agua cuando se tiende la vista a la distancia: brillan momentáneamente aquí y allá. Porque el mar espejea igual que la filosofía y el filosofo va interesándose en esto o en aquello, aunque regularmente se guíe por la luz de un faro potente y giratorio. Y deseo enfocarlos así, porque hoy quisiera referirme a dos destellos que en algún momento me cegaron y a los que dediqué mucho tiempo.

Me refiero a dos preguntas: una que fue formulada en la época medieval y que sencillamente consiste en la pregunta: ¿por qué el clavel es rojo? Y una segunda, que está asociada al filosofo George Berkeley y que dice: cuando en un bosque donde no hay nadie cae un árbol, ¿ese árbol hace o no hace ruido al caer? Parecen unas preguntas necias porque para la mayoría resulta obvio que los claveles rojos son rojos porque son rojos y no hay más que preguntar. Y a la mayoría también le parece obvio que los árboles cuando caen hacen un gran estrépito haya o no testigos que adviertan el ruido. Sin embargo, para el filosofo, estas cuestiones no son obvias.

Tomemos estas interrogantes en serio, ¿qué sabemos hoy del rojo? Sabemos mucho: que es una onda electromagnética que posee, como toda onda, una frecuencia y una longitud determinadas; también que esas ondas son captadas por el ojo humano y convertidas en señales eléctricas que llegan al cerebro y ahí son reveladas para crear la sensación subjetiva del rojo. Esta explicación (por muy precisas que pudieran ser las mediciones de longitud y frecuencia) solo nos respondería, sin embargo, al CÓMO es que algo nos parece rojo; pero, en modo alguno al POR QUÉ es rojo. La pregunta medieval continúa pendiente de explicación: la repito sencillamente para que quede vibrando: ¿por qué el clavel es rojo?

La otra pregunta: si hace o no ruido un árbol al caer en un bosque donde no hay nadie. Creo estar en condiciones de responderla satisfactoriamente, al menos para mí. Por muy contraintuitivo que resulte, la respuesta es no, no hace ningún ruido. ¿Por qué? Veámoslo detenidamente: el ruido es un sonido fuerte; el sonido también son ondas que se propagan hasta nuestros oídos y de ahí se transmiten a nuestro cerebro donde tenemos la impresión subjetiva del sonido. No dudo que las ondas del sonido del árbol al caer, en efecto aparezcan con la caída, pero el ruido solo se convierte en sonido cuando es captado por algún oído. Las ondas no son sonido en sí mismas, son simplemente ondas que seguramente viajan por el aire hasta que su energía se agota, pero al no ser registradas por ningún oído no se presentan propiamente como sonido, como ruido. El ruido es la representación subjetiva de esas ondas y si no hay representación subjetiva viajan sin ser oídas. El sonido solo se presenta como tal en quien lo capta, sea un ser humano o un animal. Si no hay quien lo registre no aparece, no está, no es, porque solo es como registro subjetivo.

Esta respuesta, sin embargo, involucra un gran problema de índole ontológica, pues si se extienden sus consecuencias, no solo el sonido, sino todo lo que captamos y creemos que es al margen de nosotros resulta que solo es porque lo captamos, ya que si no hay una conciencia que lo capte no puede asegurarse que es. Para plantearlo de una forma evidente diré: que sin seres humanos nada de lo que llamamos “realidad” existe: no existen los edificios ni los automóviles ni los árboles ni las piedras ni, en suma, el universo que hemos conocido; sin seres humanos no habría más que partículas, porque partículas son los edificios y los autos y todo lo demás, y somos nosotros los que las configuramos en nuestra conciencia como tales edificios y autos. Si no estuviéramos nosotros, esas partículas no serían entizadas, convertidas en esos entes que vemos, sino tan solo flujo y reflujo de partículas informes que se mezclarían unas con otras en un todo caótico sin contornos. La realidad no es, solo acontece.

Y no solo los objetos de la realidad, sino el tiempo que para nosotros resulta tan claro al dividirlo en pasado, presente y futuro. Sin nosotros, el tiempo no existiría. ¿Ante quien habría eventos antes, ahora y después. Solo por la conciencia, las estaciones del tiempo aparecen.

Parecía una pregunta sosa la que se le planteó a Berkeley; pero, hoy que sabemos por la mecánica cuántica que es ante la conciencia que las ondas se colapsan, resulta más claro que sin nosotros lo real se comporta de una forma extraordinariamente caprichosa.

 

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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