Ciudad de México, 5 de agosto (SinEmbargo).– Los investigadores Ramón Martínez Coria y Armando Haro Encinas, quienes recibieron amenazas de muerte en Sonora por su trabajo con la etnia Guarijía en la sierra de Álamos, se trasladaron esta mañana al Distrito Federal, informó Ignacio Delgado, asistente de uno de ellos.
Delgado informó que los investigadores decidieron alejarse de Sonora y viajar a la Ciudad de México, luego de que fueran obligados a salir de Álamos el domingo pasado.
Martínez Coria y Haro Encinas planean reunirse con algunos medios de comunicación en el Distrito Federal, para informar sobre la situación que vivieron en la entidad y la respuesta de las autoridades del Gobierno del Estado, a su llamado de auxilio por las amenazas.
“El Secretario de Gobierno de Sonora dijo esta mañana en un programa de radio local que los investigadores son parte de un conflicto interno de la comunidad, que ellos no están involucrados en las amenazas y que por lo contrario les ofrecieron protección. Eso no es cierto, les quitaron la protección que tenían”, dijo Delgado.
Martínez Coria es presidente de la organización Foro para el Desarrollo Sustentable y Haro Encinas es académico de El Colegio de Sonora, y permanecían en las comunidades guarijías para asesorar a los indígenas sobre la negociación para la construcción de la presa Los Pilares.
Sin embargo, desde que los investigadores arribaron a la sierra de Álamos empezaron a recibir amenazas de distintos tipos, desde vandalismo en sus camionetas, hasta mensajes intimidatorios en sus celulares.
El gobierno sonorense planea construir una presa que afectará a los pueblos de los Guarijíos y según los especialistas, no se llamó a una consulta popular para su realización.
El Gobernador del Estado, Guillermo Padrés Elías declaró a la prensa, en diciembre de 2010, que para la construcción de la presa Los Pilares (en una parte del territorio guarijío), ya hay 290 millones de pesos en el presupuesto federal.
La meta principal es llevar l00 millones de metros cúbicos adicionales de agua a los agricultores del Valle del Mayo, pero la obra se construirá río arriba e inundará 40 hectáreas de la etnia guarijía.
En enero de 2012, SinEmbargo estuvo en la sierra de Álamos. En esa visita José Alfredo Anaya Rodríguez, gobernador tradicional de Mesa Colorada (uno de los pueblos Guarijíos), aseguró que los miembros de la tribu aún no se ponen de acuerdo y carecen de claridad sobre el beneficio que traerá para ellos la obra.
Para los funcionarios que promueven su construcción, llevará empleo temporal a las familias de la zona. Pero los indígenas de la ranchería Chorijoa, sólo saben por lo pronto, que las tierras donde habitan se inundarán con la presa y que a ellos los reubicarán.
“Nos van a mover a otro lado, yo nada más quiero que me cumplan lo que me prometieron, que me paguen el terreno y me repongan la casa, los corrales, los cercos”, dijo Jesús José Hurtado Ochoa, de 63 años.
El hombre nació en ese lugar y ahora es un anciano. Pronto podría ser reubicado a otro terreno, que aún desconoce.
Los guarijíos entonces tendrán una presa, pero no tienen hospitales. A kilómetros a la redonda sólo hay sierra y arbustos que asoman su enramaje pardo en las orillas del camino. Cerros secos, arbustos y matorrales.
El hospital que cuenta con médicos, enfermeras y quirófano más cercano, está en Álamos. En las rancherías, en algunas, hay un pequeño centro de salud abandonado.
En Mesa Colorada tienen un enfermero que a decir de los indígenas, está sólo tres días entre semana. Sábado y domingo no hay nadie. Benito Flores Yoquiwi , habitante de Mochibampo, es un joven que apoya a su comunidad y en algunas ocasiones sirve como enfermero.
En esta ranchería hay 43 familias guarijías y si uno de ellos enferma, sufre un accidente o es herido, la única opción que tiene es ser trasladado al hospital de Álamos.
En el camino muchos mueren y en las comunidades indígenas, donde el centro de salud es una pequeña construcción, sólo hay paracetamol para calmar el dolor o fiebre.
Tampoco tienen acceso a la educación como todos los mexicanos del país. Los jóvenes deben caminar horas para llegar a la escuela más cercana.
Los Estrados es otra comunidad guarijía ubicada a tres horas de distancia (camino en bestia ) de Mesa Colorada, donde hay una escuela primaria, telesecundaria y los inicios de lo que será una telepreparatoria, que aún no está totalmente equipada, pero donde ya se imparten clases.
El PNUD plantea en su informe que los municipios de Ures y Huépac, Sonora, están entre las 20 localidades con menor acceso a la educación de la población indígena, con 2 y 1%, respectivamente.
Del total de los indígenas en México, 93.9% carecen de al menos uno de los derechos sociales como educación, salud, seguridad social, vivienda, servicios básicos y alimentación.
José Carmelo Armenta es uno de ellos; tiene 17 años y todos los días camina tres horas entre las veredas de los cerros para poder estudiar.
Ante la falta de transporte público para llegar a la escuela, el joven se levanta los lunes a las tres de la madrugada para emprender el camino y llegar a tiempo a sus clases.
“Me gusta estar en la escuela para saber qué hacer”, compartió Carmelo, mientras arreaba ganado hacia un corral.
Como él, hay jóvenes de distintas edades que caminan hasta cinco horas en las mañanas y otras tantas por las tardes para trasladarse a la escuela.
La mayoría tenían años sin estudiar, desde que concluyeron la telesecundaria y abandonaron sus estudios por falta de recursos para pagar pasajes, hospedaje y alimentación en Álamos.
Los Guarijíos viven anclados en medio de la sierra de Álamos, Sonora, zona de narco y venganzas familiares, caminos terregosos y cerros llenos de veredas, la etnia Guarijía lucha por sobrevivir a la sequía que aqueja a la región desde hace 20 años, a la falta de trabajo, esposos, padres y atención médica.
Se trata de una tribu que, incluso, ni siquiera es vista con frecuencia por los propios alamenses, casi desconocida para el resto de los sonorenses y más aún para el resto del país.
Es una tribu que también tiene hambre.
“Cuando hay, comemos dos veces al día, cuando no hay, una vez”, dijo Juana Buitimea Corpus a SinEmbargo, una mujer de la etnia guarijía mientras barre el patio de su vivienda de adobe con una escoba improvisada de varejones.