Esa tarde de miércoles, alguien tocó a la puerta y les dijo a los padres “balacearon el anexo”. “Ya cuando llegamos nos dijo la hija del padrino que Giovanni estaba dormido ahí abajo y mis otros dos hijos arriba”.
Por Verónica Espinosa
Irapuato, 5 de junio (PopLab).— Las familias de los 27 hombres asesinados dentro del anexo “Buscando el camino a mi recuperación” el miércoles 1 no pueden tener paz porque no alcanzan las carrozas para llevar los restos al panteón, porque literalmente tienen que hacer fila, porque pasan las horas, es sábado y los velorios se hacen interminables.
Estas familias, sus vecinos, sus amigos, no terminan de despedir estas vidas perdidas en el ataque de minutos que se acumulan a las horas, los días y los años del Guanajuato violento y tomado por cárteles, delincuentes de cualquier tipo y autoridades incapaces de ponerles el alto definitivo.
A estas alturas, marcada la fecha del 1 de julio por este acto de exterminio en el anexo “Buscando el camino a mi recuperación” en la comunidad de Arandas, cualquier alusión al “Golpe de timón” es motivo de afrenta para los habitantes de la región Laja-Bajío, de León, de Irapuato…
Para algunos hay suerte, si esta es la manera de describirlo. Tres de los hombres muertos en el piso -donde fueron obligados a colocarse boca abajo por los sicarios que entraron esa tarde del miércoles- fueron sepultados este sábado en el Panteón municipal; otros dos quedaron en panteones particulares.
En Arandas, en el vecino El Naranjal, en la colonia 18 de Agosto de Irapuato, algunas calles fueron cerradas el viernes, el sábado, para velar a los internos del anexo, un centro de recuperación para adictos con cuya labor los deudos se dicen satisfechos, “sí los ayudaban, cómo no”.
Aunque las familias y los que llegan a abrazar a los padres, a las viudas, a los hijos, tampoco tienen paz. Hay que estar alertas, se siente la tensión de quien teme presencias criminales, porque no sería la primera vez.
Pasó en la casa de Rosa, madre de tres de los hombres ultimados en el anexo: Omar y Cristian, ambos “anexados” y Giovanni, hermano menor de éstos, quien tuvo la maldita suerte de estar en ese momento visitándolos. “Les había ido a llevar un refresco”, dijeron sus padres.
Es viernes y, a punto de anochecer, los dolientes que están ante el féretro de Omar -porque los cuerpos de Giovanni y Cristian no han sido entregados- se levantan y corren cuando por la calle transversal pasa un hombre corriendo perseguido por militares. “¡Hay pistolas!”, grita una mujer.
El susto es mayúsculo. Hay muchos niños pequeños en este velorio que lloran del miedo y cuesta calmarlos, después de que se aclara que los soldados seguían a un hombre aparentemente sorprendido en alguna infracción a una calle de distancia.
Poco a poco se recobra la calma. Y entonces vuelven a las sillas situadas frente a frente a lo largo de la calle, ante el féretro de Omar, de 39 años.
Rosa espera los restos de otros dos de sus hijos, Giovanni, de 27, y Cristian, de 30, todos de oficio albañil igual que su padre, todos asesinados ese miércoles en la casa de “Buscando el camino a mi recuperación”.
“Giovanni ya había cumplido su proceso (de rehabilitación) en otro lugar. Cristian también ya lo había cumplido, duró una semana fuera, trabajó y volvió a caer”, dice Rosa.
Esa tarde del miércoles 1, alguien tocó a la puerta y le dijo al esposo de Rosa “balacearon el anexo”. El hombre despertó a Rosa, quien dormía porque había trabajado en el turno nocturno.
“Me levanté y nos fuimos corre y corre. Ya cuando llegamos nos dijo la hija del padrino que Giovanni estaba dormido ahí abajo y mis otros dos hijos arriba (sic)”.
A la pareja le quedan dos hijos de los siete que tuvieron. Explica Rosa: “Juan Carlos se murió a los 27 años, el nueve de éste (junio) hace ocho años, de enfermedad. Mi hijo Iván, el 27 de marzo hizo un año (que) lo apachurró una tolva, y ahorita mis tres hijos”.
La mujer luce impasible, casi ausente. ¿Pero cómo se debe reaccionar cuando matan a tres de tus hijos en el mismo minuto?
La voz le sale enojada, el gesto de fastidio cuando se le pregunta qué espera de las autoridades, de la justicia, de la seguridad.
“No, pues ya sabe que no hacen nada. Quieren matar a uno como pulgas”.
Y reclama que ese día miércoles, acabando de ocurrir la incursión criminal al anexo, los cientos de militares, policías estatales, ministeriales, municipales “se quedaron ahí como tontos en vez de salir a buscarlos (a los responsables), viendo cómo están sacando todos los heridos y los muertos de allá adentro y ¿qué hacen? No hacen nada”.
El sábado, la pareja todavía está esperando turno para sepultar a sus tres hijos. Les han dicho que no hay carrozas disponibles hoy, que tendría que ser hasta el domingo. Ni siquiera les han podido entregar las actas de defunción.
¡YUYO, YUYO, YUYO!
Jesús, adolescente de 16 años que decidió entrar al anexo “porque nos decía que quería recuperarse, quería salir adelante por su mamá, por su papá; nos pidió que lo ayudáramos, que lo apoyáramos”, es recibido dentro del ataúd blanco en la calle junto al campo deportivo de Arandas, para de ahí ser llevado en recorrido a su casa en El Naranjal.
Porras, bocinazos y ‘cuetes’ lanzados al cielo conforman un estruendo que forma el nudo en las gargantas de los testigos, en las banquetas vecinas, automovilistas que siguen el cortejo, en su mayoría formado por adolescentes amigos de Jesús, “Yuyo”.
“Era un niño genial; todo mundo lo conocía, amigos, señoras, señores, todas las personas lo respetaban por ser un niño bueno -lo describió su tía-. Nunca se metió en problemas con nadie; lamentablemente por las malas amistades llevó el camino de las drogas, pero él era un niño bueno”.
A Yuyo le faltaba menos de un mes de los cuatro reglamentarios en el anexo; su salida ya tenía fecha, 27 de julio. “No se pudo”. El muchacho quería terminar la prepa y soñaba con poner una barber shop.
“Sus padres están destrozados. Solamente queríamos que saliera adelante”. Por eso lo ingresaron al anexo “Buscando el camino a mi recuperación”, quiso explicar la tía. “Nos decían que era un buen lugar. Y fue un buen lugar hasta ese momento, sí lo ayudaban”.
La tía de Jesús también intenta explicar cómo es que el muchacho había sido enganchado en una adicción. “En las calles se encuentra con todo uno. Ellos al estar tan chicos quieren experimentar, quieren saber, quieren probar. Lamentablemente probó y cayó”.
La noche del viernes, algunas personas sacan aparatos electrónicos y otros enseres del anexo; batallan para cerrar la reja blanca, mientras vuelven a amarrar los listones amarillos que levantan del piso de lodo de la calle.
Ramos de rosas rojas y veladoras han ido apareciendo poco a poco a los pies de la reja blanca.
EPÍLOGO VIOLENTO DE UNA TARDE DEL SÁBADO EN CELAYA
Es fin de semana, pero no hay pausa para el delito en Guanajuato. En León han asesinado por lo menos a 12 personas en los tres últimos días, y para los celayenses el intervalo es mínimo.
Un taller de motocicletas y una casa particular fueron rafagueados e incendiados con apenas minutos de diferencia, alrededor de la una de la tarde del sábado en dos colonias celayenses.
Cuatro personas murieron.
En ambos casos, los delincuentes recurrieron a artefactos explosivos o incendiarios, una práctica que se va haciendo también cotidiana, que incrementa el daño a vidas, negocios y casas.
Uno de los embates armados ocurrió dentro de un taller de reparación de motos en la calle Agapito de la colonia Emeteria Valencia.
Más tarde, informó la Secretaría de Seguridad que recibió un llamado por el 911 avisando de otros disparos, esta vez en una casa de la calle Villa del Carbón en la colonia El Romeral.
Los Bomberos pudieron apagar el incendio desatado por el artefacto explosivo, pero dentro de la casa habían muerto dos personas.
En ambos sitios se colocaron cartulinas con mensajes de advertencia de un grupo criminal al contrario.
Como si advertencias faltaran.
O, como dijo Rosa, que se quedó sin tres hijos el miércoles: “La autoridad no sirve pa’ nada, ¿o sí servirá? Friegan al perro más pulgoso, ¿por qué? Porque le ven la cara de pendejo. Y donde deberían de estar, no están. Así, definitivamente…”.
-Con información de Edith Domínguez