Los crímenes de Nochixtlán, cuyos ecos aún resuenan en la cabeza de este país que no parece atisbar aún nada venturoso, han marcado de sangre una Reforma Educativa que, pese a los esfuerzos por quererla imponer como un bien para México, no termina de convencer a quienes serán parte sustancial de la misma: maestros y estudiantes.
La Educativa fue, hay que recordarlo, la primera de las grandes reformas estructurales que acaecerían dentro de lo que fue el resonante Pacto por México del 2012, mismo que permitió, en su momento, la unión de todas las fuerzas políticas del país y, a su vez, la posibilidad de soñar con un México mejor.
Pese a todo, la Reforma Educativa siempre se vio (por los poderes fácticos de todo tipo) como la vía más idónea para acabar con la monarquía de Elba Esther Gordillo y darle un rumbo (o controlar) al sindicato que ella misma dirigía casi con un poder omnímodo.
No pasó mucho tiempo para saber que la Reforma Educativa era más administrativa que pedagógica, pese a que parte de su componente evaluativo haga inevitable una transformación de su forma de generar y transmitir el conocimiento y cambie, por otro lado, los mecanismos para ingresar en la carrera magisterial, hoy por demás tullida.
Gracias, sin embargo, a la resistencia de sectores muy específicos del magisterio, como la CNTE, pero además de análisis muy puntuales de pedagogos y educadores de gran calado, sabemos que la llamada Reforma Educativa no cambia lo esencial de nuestra educación mexicana sino que es una medida (más sofisticada, en apariencia) para que el Estado pueda seguir controlando al magisterio, un bastión que siempre ha sido de gran provecho para el control del poder en todos los niveles de gobierno.
Lo sucedido en Nochixtlán no sólo ha puesto en evidencia la incapacidad del Estado para tratar un asunto que compete sensiblemente a todos los mexicanos, sino también para pensar profundamente en la manera más adecuada (y educada) que tenemos para transformar, a través de la educación, nuestro país.
Dicen que los crímenes de Nochixtlán le costaron la candidatura presidencial a Aurelio Nuño y, posiblemente, también a Osorio Chong, quien no esperan que salga bien librado del diálogo con los maestros.
Nuño, Chongo, la candidatura presidencial: es ahora es lo de menos.
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