Jorge Zepeda Patterson
05/05/2019 - 12:05 am
Mesura
Cuando veo la intensidad con que se repudia en algunos círculos a López Obrador, la vehemencia biliosa que provocan los dislates y defectos del Presidente, las redes de odio que se han construido en su contra, me pregunto ¿qué hay en el fondo de esta reacción?. ¿Por qué antes no encontraban el aire irrespirable? Supongo que tampoco les gustaba la corrupción, el saqueo, la pasividad ante la inseguridad galopante o la frivolidad del Gobierno, pero más allá del chiste inocuo por las torpezas verbales de Peña Nieto, no parecía provocar urticaria, como ahora, lo que hacía y decía el presidente.
Es cierto, tenemos un Presidente atípico, provocador y más rijoso de lo que quisiéramos, usa las estadísticas a su antojo y le cuesta aceptar la crítica. Pero antes de ponerse un “chaleco México” y salir a la calle a pedir su renuncia o darle un like a los hashtags virales que vomitan en su contra, pongamos un poco las cosas en perspectiva. Primero, porque nada se ha roto, para decirlo rápido. A estas alturas con Ernesto Zedillo el peso se había devaluado y la economía había entrado en una debacle que obligó a Estados Unidos a un rescate tan humillante como misericordioso. El dólar y la inflación se mantienen sorprendentemente controlados y las perspectivas económicas no están para fiestas pero tampoco son alarmantes. No tendremos una recesión de menos nueve por ciento en el PIB como sucedió en 2009 con Calderón, ni locuras como la nacionalización de la banca con López Portillo. Por lo demás, está claro que el desempeño de la economía mexicana depende más del entorno internacional y las veleidades de la globalización que de las decisiones de su presidente. Rijoso o no, la enorme prudencia con la que ha llevado la relación con el intempestivo huésped de la Casa Blanca revela que en las cosas que en verdad pueden dañar a México, López Obrador es mucho más presidencial de lo que sugieren sus exabruptos y refranes desgastados. Pelear con Trump en nombre del orgullo mexicano, habría sido la vía idónea para exaltar a la masa y reforzar su popularidad en la calle. Sería lo esperable de un populista nacionalista e irresponsable como el que nos pintan sus adversarios en las redes sociales. Pero en el fondo AMLO no come lumbre ni comete locuras, pese a su folclórico estilo.
Vayamos a lo que en verdad importa. En cinco meses introdujo nuevas leyes en el ámbito laboral que rompen el control de las élites sindicales y constituyen un misil en contra del dañino corporativismo del viejo régimen. Una medida histórica, por donde se le vea, a la que no se atrevieron los gobiernos de “la apertura” de Fox y Calderón. En cinco meses redujo a diez por ciento la ordeña de los huachicoleros, un cáncer salvaje y violento que creció frente a la pasividad, si no es que con la complicidad de los gobiernos anteriores (y sí, hay detenidos, pese a que diga lo contrario la propaganda de sus adversarios). No sé si la Guardia Nacional sea la solución contra la inseguridad pública que va devorando región tras región de nuestro país, pero pago por ver. Lo que está claro es que no podíamos seguir por donde íbamos.
Pero, sobre todo, me parece que habrá un antes y un después con AMLO en lo que toca al dispendio y la corrupción de la clase política. La apropiación del patrimonio público como un derecho adquirido por los funcionarios ha recibido un tiro de muerte, espero. Muchas de las medidas de austeridad del nuevo Gobierno parecen anecdóticas, incluso imprácticas y en más de un caso perjudiciales (la pérdida de talento, por ejemplo). Puede ser un exceso someter las jornadas presidenciales al caos de los aeropuertos y al desgaste de la clase turista en cabinas de avión abarrotadas, pero en conjunto, eso, los zapatos desgastados y todas las normas, usos y costumbres que se están imponiendo, entrañan un cambio radical del saqueo al que se sometía a la administración pública. Antes de execrar el siguiente “me canso ganso” habría que recordar los excesos faraónicos y multimillonarios de una clase que creció bajo la consigna de político pobre es un pobre político.
Cuando veo la intensidad con que se repudia en algunos círculos a López Obrador, la vehemencia biliosa que provocan los dislates y defectos del Presidente, las redes de odio que se han construido en su contra, me pregunto ¿qué hay en el fondo de esta reacción?. ¿Por qué antes no encontraban el aire irrespirable? Supongo que tampoco les gustaba la corrupción, el saqueo, la pasividad ante la inseguridad galopante o la frivolidad del Gobierno, pero más allá del chiste inocuo por las torpezas verbales de Peña Nieto, no parecía provocar urticaria, como ahora, lo que hacía y decía el presidente.
Me parece oportuno llamar la atención sobre los desaciertos de la nueva administración, pero sería conveniente apuntar también sus aciertos; eso se traduciría en un mejor Gobierno. Habría que evitar nutrir el ambiente intoxicado que provoca la eterna cantaleta unilateral de algunos medios sobre los negros del arroz de la 4T o los memes y videos de odio que circulan en la redes. Habría advertir que muchos de esos videos, pese a la calidad de producción que ostentan, son propaganda disfrazada de noticia y plagada de información falsa o distorsionada.
En suma, sugiero bajarle dos rayitas porque será una travesía larga; no hundir el barco cuando apenas va saliendo del puerto, sobre todo porque todos vamos en él.
@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net
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