El periódico británico consideró que ante los efectos de la pandemia del COVID-19 en el mundo, “los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía”, y “ver los servicios públicos como inversiones, no como cargas, y buscar fórmulas para que los mercados laborales sean menos inseguros”.
Por Iñigo Sáenz de Ugarte (ElDiario.es) y José Maurício Domingues (Open Democracy)
Madrid/Londres/Ciudad de México, 5 de abril (ElDiario.es/OpenDemocracy/SinEmbargo).– La crisis del coronavirus ha provocado un hundimiento económico sin precedentes, pero también ha resaltado la desigualdad existente en nuestras sociedades y la necesidad de respuestas inéditas. Es el mensaje de un editorial del Financial Times que, a diferencia de otros medios de comunicación liberales o conservadores, apuesta por soluciones ideológicas muy alejadas de su ideario. En otras palabras, el FT cree que ha llegado el momento de “reformas radicales” o de ideas que hasta ahora el periódico había rechazado por “excéntricas”:
“Las reformas radicales –revirtiendo la dirección política que ha prevalecido en las últimas cuatro décadas– deberán estar sobre la mesa. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones, no como cargas, y buscar fórmulas para que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución será debatida otra vez; los privilegios de las personas mayores y de los más ricos serán cuestionados. Políticas consideradas excéntricas hasta ahora, como la renta básica y los impuestos a las rentas más altas, tendrán que formar parte de las propuestas”.
En Reino Unido, al igual que en España, se suceden los mensajes de las autoridades con el argumento de que todos estamos unidos en esta lucha, que el coronavirus no conoce fronteras o diferencias ideológicas o de clase. No es cierto, y eso es algo que también reconoce el editorial al decir que “no estamos juntos en esto”.
El coste económico está siendo más duro en aquellos sectores más desfavorecidos que dependen de empleos que de momento han desaparecido con el confinamiento. Aquellos que trabajan desde sus casas son también los que cuentan con los salarios más altos: “Además, las personas con sueldos bajos que aún pueden trabajar están a menudo arriesgando sus vidas, como cuidadores y personal de apoyo de la sanidad, pero también como reponedores, conductores de reparto y limpiadoras”.
El FT no oculta que algunas de las medidas más espectaculares, como las decisiones de los bancos centrales de inyectar fondos públicos en la economía, ayudarán sobre todo a los que cuentan con mayores activos, en definitiva, a los más ricos.
Las ideas del artículo son de las que conviene guardar para los próximos meses en algunos países. En España, el PP ya ha dejado claro que el Estado debe asumir el coste mientras que al mismo tiempo debe reducir los impuestos, tanto a los más ricos como a las empresas, así como olvidarse de cambiar las reformas laborales que flexibilizaron el despido. Eso hará que no tarde mucho tiempo en regresar el discurso de la austeridad, una vez que la deuda del Estado aumente de forma colosal. Para aquellos, como los autores del editorial del FT, que confían en la supervivencia del sistema económico actual tal y como lo conocemos, eso sería un error sistémico y de consecuencias impredecibles.
LA SOCIEDAD DEL RIESGO ANTE EL COVID-19
Primero, vale la pena recordar el análisis de Ulrich Beck sobre la sociedad del riesgo, que discutió desde 1986 y en sus libros consecutivos, asumiendo un carácter claramente global. Se refería al medio ambiente, las infecciones, la inestabilidad en la vida familiar y el mercado laboral. La teoría mezclaba peras con manzanas, pero, en lo relativo al coronavirus, su presciencia fue radical.
De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha referido a las pandemias como un riesgo global desde hace algunos años. Su último documento enfatizó que los gobiernos estaban muy atrasados en la preparación para una probable pandemia. El propio modelo “westfaliano” en el que se basa la OMS –es decir, que depende de los Estados nacionales–, limita sus acciones, incluido el monitoreo, como se vio en el caso del intento chino de minimizar inicialmente el problema, y frente al cual poco pudo hacer.
Sin embargo, el hecho es que el riesgo ya no es simplemente un riesgo y se convirtió en una amenaza concreta para las personas y las poblaciones de cada país del planeta. Si la lucha contra el virus dentro de cada uno de ellos es decisiva, solamente la coordinación internacional, con cambios en la forma de administración de la salud global, permitirá sistemáticamente superar esta pandemia y, sobre todo, evitar que otras ocurran. No se trata de falta de capacidades.
Por lo tanto, primero es necesario reconocer que la sociedad del riesgo es brutalmente real y que éstos dependen de la percepción socialmente construida, pero también asumen una configuración muy material: llegan a matar. También es necesario reconocer y valorar la idea de que las poblaciones nacionales tienen derecho a la seguridad frente a las pandemias, como lo hicieron incluso Macron y Trump, y que estamos juntos en el mismo barco global ante los riesgos y las amenazas. El nacionalismo no es una solución, las ciencias sociales pueden afirmarlo. Pero Beck también advirtió sobre las desigualdades sociales y cómo ellas están vinculadas al riesgo. En todo el mundo, dramáticamente en Brasil y en varios otros países de la periferia, la exposición desigual al coronavirus lo demuestra.
Podemos también ver un retorno explícito del Estado al centro del tablero. Contrariamente a la retórica neoliberal e incluso a argumentos de la izquierda, el Estado nunca dejó de tener un poder espantoso: por el contrario, sus capacidades continúan aumentando. Recaudación de impuestos (cuando lo quiere y distribuido de diferentes maneras); administración (debido a su burocracia, con su capacidad logística y alianza con los agentes societales, así como la dirección del gasto); capacidad de moldear la subjetividad individual y colectiva, simbólica y de conductas, a través de las leyes y de sus dispositivos; vigilancia (creciente), coerción (siempre al acecho) e intervención en el mundo material (construyendo hospitales o prisiones, invertiendo en ciencia y tecnología o en la policía, decidiendo a quién da crédito, a quién contrata y a quien paga): estas capacidades que los Estados modernos siempre han demostrado son enormes hoy en día.
La forma en que los Estados las utilizan y las movilizan varía. Hasta ayer, el credo neoliberal daba las cartas. Ahora, estas capacidades se movilizan a gran escala para enfrentar la crisis del coronavirus, así como se requiere que el individualismo neoliberal recule en favor de la solidaridad.
El neoliberalismo podrá sobrevivir, pero es poco probable que lo haga en su forma actual. Sería ridículo en este momento, cuando el mercado no tiene nada que ofrecer, y las redes de solidaridad social y el Estado adquieren centralidad absoluta. Sacar la economía del fondo del pozo y ocuparse de los daños y los traumas causados por la crisis sanitaria recaerá en estos dos elementos, aunque el mercado seguramente desempeñará algún papel. Entre nosotros, los brasileños, la importancia del Sistema Único de Salud (SUS), universal y gratuito, no puede minimizarse después de eso. Es un activo que tendremos en nuestras manos en los próximos años, a pesar de los costos humanos que se presenten.
Las medidas tomadas hoy y el precio posterior de todo lo que se gastará no son ni serán neutrales. Esto es algo que también las ciencias sociales nos enseñan: los conflictos distributivos cruzan las solidaridades nacionales, aunque también su ausencia.
Algunos gobiernos, conservadores, como el de Johnson en el Reino Unido, intervienen en la economía y defienden a los trabajadores; otros como el de Macron en Francia celebran la salud pública; mientras, el reaccionario Trump parece estar preparando un Plan Marshall y Merkel llama a la “solidaridad colectiva”.
En Brasil, el Gobierno de extrema derecha de Jair Bolsonaro negó la crisis mientras pudo. Si no fuera por su Ministro de Salud, los gobernadores, la prensa, los profesionales de la salud y la población, estaríamos en una situación mucho peor. Las medidas adoptadas por Bolsonaro van claramente en una dirección opuesta a la solidaridad nacional, estimulan el individualismo y perjudican claramente a los más pobres, como lo demuestra el sonado proyecto del ejecutivo sobre la suspensión de los contratos de trabajo.
Aún así, como en todas partes, el ultraliberal y dinosaurio Ministro de Economía brasileño, Paulo Guedes, tiene que adoptar medidas de keynesianismo de emergencia, movilizando las capacidades del Estado, comenzando con su aspecto material, para enfrentar la crisis sanitaria y la recesión.
La disputa se dará más tarde: ¿quién pagará esta factura? ¿Las empresas, con sus eternas exenciones fiscales? ¿Los trabajadores, desempleados y endeudados? Sobre quien se impondrán aumento de los impuestos ¿sobre las clases medias, a través del impuesto sobre la renta; sobre los pobres, a través del impuesto sobre el consumo; o sobre los ricos, con un impuesto sobre las grandes fortunas, que resolvería en gran medida el nuevo déficit que pesará en las cuentas públicas?
Tendremos todavía bastante lucha por delante, aunque también está claro que el Gobierno brasileño se ha debilitado con su ineptitud e irracionalismo. De hecho, la extrema derecha mundial puede incluso ser golpeada, porque sólo la ciencia y la transparencia democrática, otra vez, pueden minimizar los riesgos, las amenazas y las catástrofes.
Keynesianismo de emergencia, capacidades estatales, precios a pagar y esfuerzos de reconstrucción, ante el riesgo y la amenaza. ¿Nos dormimos en un mundo y nos hemos despertado en otro? No exactamente, pero los cambios son claros y la disputa política se juega, desde ya, en otras condiciones. En el centro de la agenda política se colocan cuestiones como en qué dirección desarrollar y aplicar estas enormes capacidades del Estado y cuál es el lugar de la solidaridad social en este proceso.
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(Publicado en portugués en Jornal do Brasil, 24/03/2020)