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Susan Crowley

05/03/2022 - 12:04 am

Ucrania: a pesar de la guerra, el arte

El poder del arte le otorgó a este principado su “época de oro” reflejada en la proliferación de monasterios, iglesias y escuelas de iconos por toda la región que después se convertiría en Ucrania.

Eleusa o virgen de la ternura, es una madre ofreciendo a su hijo en sacrificio para salvar a la humanidad. Foto: Susan Crowley.

La etapa convulsa que atraviesan Ucrania y Rusia es tan compleja como su origen legendario. ¿Cómo explicar una lucha entre dos pueblos que han estado unidos siempre por su historia, su cultura y religión pero que hoy son políticamente incompatibles? Por increíble que parezca, Kiev fue la primera capital de Rusia. En Las Crónicas de Néstor (862 D.C.), se narra cómo las numerosas tribus eslavas, compuestas por guerreros paganos y violentos, que habitaban en la ribera del río Dnpiér, eran incapaces de entenderse ni llegar a un acuerdo entre sí. Cansados de pelear y de adorar a diferentes dioses, llamaron a Riúrik, un jefe vikingo, para que pusiera orden. Lo nombraron príncipe y le entregaron la ciudad de Novgorod. Riúrik conquistó uno a uno todos los territorios, llegando a Kiev y convirtiéndolo en el centro del poder que le permitió extenderse hasta el Mar Negro. La Rus de Kiev, dominó a las zonas aledañas valiéndose de dos poderosas armas para consolidar el liderazgo. La primera, el orden guerrero implacable, brutal y desmedido. La otra, la religión y el arte, los verdaderos unificadores de Rusia.

En cada sitio de esta nación, por lejano o aislado que sea, se puede encontrar alguno de los majestuosos templos ortodoxos. Austeros, de muros anchos, con cinco cúpulas doradas que sirven como torres vigías, son sitios de resguardo igual que de peregrinaje. La increíble belleza de su espacio interior revela un estado íntimo, apenas iluminado con la luz de las velas, totalmente cubierto por imágenes de colores primarios, rojos, verdes azules y el dorado como la presencia sagrada, la belleza de Dios. Cada uno de los iconos que cubren los muros tienen la intención de velar por lo inconmensurable, ese misterio que no cabe en la simple representación. Para la religión ortodoxa un icono es la perfecta administración de la divinidad, “oikonomia” de Dios: “lleno de su ausencia y vacío de su presencia”, dice Nicéforo en sus Antirréticas, ¿cómo podría caber la totalidad de lo sagrado en un pequeño trozo de madera?

Los impulsores de la religión ortodoxa que ayudaron a la evangelización de este enorme territorio llamado Rusia fueron Cirilo y Metodio, unos monjes bizantinos que caminaron miles de kilómetros y pasaron cualquier tipo de peligros entendiendo y asimilando las distintas cosmogonías para poder tejer un hilo conductor que permitiría la unidad tan deseada. Los primeros estados tendrían que entender que no solo la fuerza y la represión servirían para controlar a una población. Los poderosos medios que estos misioneros utilizaron como vehículo de conversión fueron el icono de la Theotokos, madre de Dios, que era la síntesis de muchas imágenes paganas femeninas, y la adecuación de los distintos dialectos combinados con el griego para hacer que, aquellos universos y formas de pensamiento tan disímbolos, finalmente se comprendieran.

En cada sitio de esta nación, por lejano o aislado que sea, se puede encontrar alguno de los majestuosos templos ortodoxos. Foto: Susan Crowley.

Eleusa o virgen de la ternura, es una madre ofreciendo a su hijo en sacrificio para salvar a la humanidad. Debió ser tan convincente que, de inmediato, se convirtió en protectora de todas las distintas estirpes. La simple idea de que el icono no era una mera representación, sino el retrato que el joven Juan Evangelista había hecho de María y que se decía, había aparecido milagrosamente cerca del río Dnpiér, enriquecía el relato necesario en el que la fe se sustentaría.

Más adelante se le nombró Vladimirskaya en homenaje al príncipe Vladimir y se convirtió en la eterna compañera del pueblo en sus angustias y desesperación. A través de la interventora de Dios, parece más fácil entender las otras vías, las del amor, la reconciliación y el misterio que llevan a los seres humanos a soportar tanto. Tal vez hoy peor que nunca. No son pocas las veces que, con el icono de la virgen como estandarte, miles de rusos han salido a clamar justicia. Incluso, se dice que en 1395, cuando Tamerlán estaba a punto de atacar Moscú, fue detenido por el poder de la imagen de esta milagrosa virgen.

Una vez cimentado el principado de Kiev, la pasión por plasmar el misterio de lo sagrado permitió que se abrieran escuelas de iconografía con el objetivo de vigilar el canon de creación y refinar las técnicas de elaboración del icono. Una empresa sin duda compleja, ya que de ella dependía la propagación de la fe, que por ningún motivo podía ser idolatría. De todos los confines de la estepa rusa, que continuaba su expansión, llegaron jóvenes artistas a quienes sería revelado el sacramento de la creación. La más influyente entre los siglos X y XII es la Escuela de Kiev que logró una sofisticación y profundidad inigualables.

El poder del arte le otorgó a este principado su “época de oro” reflejada en la proliferación de monasterios, iglesias y escuelas de iconos por toda la región que después se convertiría en Ucrania. La iglesia de San Miguel de las cúpulas doradas y el monasterio de las Cuevas o la Catedral de Santa Sofía son ejemplos de edificaciones que han resistido el paso del tiempo, las guerras y la incomprensión humana. Hoy, frente al asedio de Kiev, brillan más que nunca.

El poderoso principado llegó a su fin en 1230 a consecuencia de la invasión mongol. Conocidos como tártaros, sometieron a Rusia durante más de 250 años.

Una vez liberada Rusia de la horda de oro, de los restos de Kiev surgieron nuevos principados. El de Novgorod con el gran líder Alexander Nevski a la cabeza y el de Suzdal, con Vladimir Monómaco quien se apropiaría de la imagen de la Vladimirskaya para lograr la unificación religiosa y política. Así inició la estirpe de los zares que llegaría hasta el siglo XX y que también terminó en desgracia. En esta geografía tan cargada de historia surgiría la Rusia expansionista que más adelante sería la URSS y que daría a luz a nuevos países, entre ellos Ucrania.

La historia de Rusia y Ucrania es el relato de una nación azotada por múltiples enemigos, muerte de inocentes, conquistas, guerras intestinas. De igual manera que ha cedido a la ambición de líderes, tiranos y gobiernos totalitarios que han puesto al mundo en vilo y que parece ser aún no han terminado.

Pero gracias al poder de la palabra, la religión y el arte, en Rusia surgió una cultura fascinante que hoy se dibuja entre el polvo, las bombas y una población civil dispuesta a jugarse el todo por su libertad. Es tan lastimosa esta lucha entre dos pueblos que, no solo tienen una historia común, sino, además, comparten la misma religión y la pasión por un arte inigualable. Este es un pleito entre hermanos de la misma fe, del mismo origen y de la misma pasión por el misterio de lo sagrado.

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Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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